14 hermosos poemas para dedicar al maestro


Marián Ortiz
Marián Ortiz
Especialista en Medios Audiovisuales

Los maestros y maestras nos acompañan en algunas de las etapas más importantes de nuestras vidas. Hay algunos poetas que dedicaron algunas de sus poesías a recordar a los profesores, también algunas de sus vivencias con ellos en el aula.

A continuación, te dejamos una lista con 14 poemas para dedicar a los maestros. Una lista de poesías, de autores conocidos, para que le des las gracias con unas bellas palabras.

1. La maestra rural, de Gabriela Mistral

La Maestra era pura. «Los suaves hortelanos»,
decía, «de este predio, que es predio de Jesús
han de conservar puros los ojos y las manos,
guardar claros sus óleos, para dar clara luz».

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.
(Así en el doloroso sembrador de Israel).
Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor.
Los hierros que le abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

¡Ohlabriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en sus carnes ardía:
pasaste sin besar su corazón en flor!

Campesina, ¿recuerdas que alguna vez prendiste
su nombre a un comentario brutal o baladí?
Cien veces la miraste, ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!

Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde alojar perfección.
La albada de virtudes de que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le pides perdón?

Daba sombra por una selva su encina hendida
el día en que la muerte la convidó a partir.
Pensando en que su madre la esperaba dormida
a La de Ojos Profundos se dio sin resistir.

Y en su Dios se ha dormido, como en cojín de luna;
almohada de sus sienes, una constelación;
canta el Padre para ella sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo sobre su corazón!

Como un henchido vaso, traía el alma hecha
para volcar aljófares sobre la humanidad;
y era su vida humana la dilatada brecha
que suele abrirse el Padre para echar claridad.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, cómo aroma, me cuenta,
las plantas del que huella sus huesos, al pasar!

Hay maestras que dejan una huella en nuestra vida y a las que siempre recordamos. Este poema se encuentra contenido en el poemario Desolación (1922) de la chilena Gabriela Mistral. El hablante lírico expresa su admiración hacia una profesora rural describiendo algunos acontecimientos de la vida de esta. De ella, destaca su pureza, su situación de pobreza y su felicidad.

2. Enseñarás a volar, de Madre Teresa de Calcuta

Enseñarás a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soltarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado.

Hay maestros que, más allá de adentrarnos en las diferentes materias, nos ayudan a crecer como personas con sus enseñanzas. Algunas nos acompañan de por vida. Este poema de Madre Teresa de Calcuta sirve para agradecer a estos grandes maestros que dejan una estela permanente en el tiempo.

3. Mi escuela, mi escuela, de Gloria Fuertes

Yovoy a una escuela
Muy particular
Cuando llueve se moja
Como las demás.

Yo voy a una escuela
Muysensacional
Si se estudia, se aprende,
Como en las demás.

Yo voy a una escuela,
Muy sensacional,
Losmaestros son guapos
Las maestras son más.

Cada niño en su pecho
Va a hacer un palomar
Dondese encuentre a gusto
El pichón de la Paz.

Yo voy a una escuela
Muy sensacional.

En la infancia, la escuela puede ser un lugar asombroso al que acudir cada día. En este poema infantil de la autora Gloria Fuertes, el hablante lírico, con los ojos de un niño, destaca todos los elementos sensacionales de su escuela, entre ellos los maestros.

4. Maestro, de Juan Berbel

Vocación tempranera y siempre bien sentida,
esta de ser Maestro por amor entregado,
este ir alumbrando caminos por la vida,
ilusionadamente,de niños rodeado.

Poner alma de artista en la noble tarea,
con fuerza misionera y mano delicada;
saber irse quemando en aras de una idea,
saber seguir la estrella del bien entresoñada…

Sembrador sin pereza, poner en la besana
al par del rubio trigo semilla de amapolas;
estrenar alegría y fe cada mañana,
y en el trance difícil quedar con Dios a solas.

El poeta almeriense Juan Berbel dedicó su vida a la enseñanza. En este poema, la profesión de maestros se describe como algo muy vocacional, en la que hay que poner entrega para servir de guía en la vida de los niños.

5. Poema al Maestro, de Fermín Gaínza

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca
hay que medir, pesar, equilibrar…
…y poner todo en marcha.

Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino, un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño,
irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia pueblos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.

Magisterio no es una profesión fácil, ya que la tarea de educar requiere una gran responsabilidad. Los maestros deben poner toda su entrega para que los navíos, los niños, que algún día serán adultos, lleven un pedacito del alma del docente. Esta idea se queda reflejada a la perfección en esta composición del autor chileno Fermín Gaínza, erróneamente atribuida a Gabriel Celaya.

6. Recuerdo Infantil (V), de Antonio Machado

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

Hay profesores a los que no recordamos con especial cariño, quizá porque sus clases nos parecían monótonas. En este poema, del poemario Soledades (1903), el hablante lírico, desde la visión adulta, regresa a un recuerdo de su infancia en el colegio. Esta etapa no la recuerda con gran entusiasmo, tampoco conserva una buena imagen de su profesor.

7. Poema del enamorado de la maestra, de Elsa Bornemann

Usted jamás va a saberlo
y es apenas una frase:
¿cómo escribir que la quiero
en un cuaderno de clase?

Usted nunca va a enterarse.
Es ancha esta pena mía…
¿Cómo contarle mi amor
con faltas de ortografía?

Usted pondrá “insuficiente”
a su alumno enamorado,
pues por volverla a tener
voy a repetir el grado.

Hay maestras y maestros a los que admiramos enormemente. A veces, esa admiración, se convierte en una especie de “amor platónico”. En este divertido poema de la autora argentina Elsa Bornemann, el hablante lírico es un alumno enamorado que desea transmitirle sus sentimientos a su profesora, pero no sabe cómo.

8. El profesor, de Vicente Aleixandre

Se ha visto al docto profesor que no entiende
hablar largamente de lo que no entiende.
Y se le ha visto sonreír con la elegancia de la marioneta
mientras movía cadenciosamente sus brazos.
El bello discurso, la paloma ligeramente pronunciada,
el acento picudo dejado concienzudamente caer un poquito más allá de la vocal,
el dibujo de la martingala, el fresco vapor desprendido de cada uno de sus ademanes,
todo, todo conjugaba decididamente con su sonrisa.
Porque el docto profesor que no entiende
sonríe cordialmente por las mañanas,
golpea a la tarde con gozo, sobre los omóplatos,
y por la noche, vestido con sus más delicadas jerarquías,
sabe decir con finura: «Oh, no, todos somos iguales».

Igual la paloma que el cántaro, el necio que el sabihondo,
el simpático que el asesinado,
el sabio que el agasajado con todo dolor,
el yo y el tú,
y sobre todo igual, igual el refrescado profesor de ignorancia
que el pedantículo inconfundible que esculpe o escupe concienzudamente todos sus sin saberes.

Oh, miradle en lo sumo.
El flota y sonríe.
El adiestra y sondea.
El opone su duro caparazón lo mismo para las ideas que para los sentimientos.
Pero, oh, él es el duro, el durísimo, el riguroso, el conocedor y el erguido.

Y cuando su dedo índice os amenaza,
cuando lo esgrime como el polo remoto de su majestad el trueno,
se abate la sociedad, se lamentan los hombres,
el mar se embravece,
recorre un crujido los cimientos de los edificios,
la literatura abre sus grandes alas de paloma derruida,
y el profesor se adelanta.

Todo está a punto: el cataclismo entre sus dedos se exhibe.
El profesor lo señala:
«He aquí el viaje de lo que va a suceder.
Aquí está la desembocadura.
He aquí sus meandros, los arroyuelos; aquí afluentes y cauces.
Aquí la patata sembrada, el olivo, la cebolla o la rosa».
Y su dedo lo va estimulando.
«Todo está ya compuesto. He aquí el ramo de mi cataclismo.
He aquí el ramo perfecto.
Yo os lo ofrezco, señores, como la perfecta manifestación de mí mismo.
He aquí el ramo dichoso en mi mano para vuestra ilustración y disfrute».

Y su mano alarga un sobre vacío.

Y todos desfilan. «Oh, el profesor, el profesor.
Cómo se le nota sobre todo su rubia guedeja,
sus coruscantes, sus vertiginosos ojos azules,
y cómo le brilla antes que nada su deslumbradora sonrisa
entre unos labios de humo».

Este poema está contenido en libro En un vasto dominio (1962). A través de composiciones como esta, el poeta da un giro del surrealismo al antropocentrismo, donde trata la experiencia del hombre corriente, en este caso, un profesor.

9. Sin profes no hay, de María Rosa Serdio

Bajola acacia en la sabana
sin un techo o con todos los detalles,
en pleno desierto, en el oasis,
en la alta trocha de los Andes,
en cualquier canal de oriente,
en la escuela más uniformada,
o en un pueblo a la espera de tenerla,
en la orilla del lago Tanganica,
bajo el sol del trópico,
en el norte más norte o
al sur más extremo...
Hay una escuela siempre que alguien
se siente en círculo con otros
a aprender y a enseñar.
Sin círculo no hay palabra.
¡Sin maestros no hay escuela!

Los maestros son piezas fundamentales en las escuelas. En este poema de la escritora y maestra María Rosa Serdio, nos enseña que no importa el lugar siempre que haya la intención de aprender y enseñar, habrá escuela.

10. El profesor, de David Jou

¡Qué privilegio, haber podido hablar
tantos años ante unos ojos que renovaban
continuamente su juventud,
haberme sentido lleno de sabidurías más altas que la mía
y desde ellas haber podido hablar, argumentar, sorprender, /rebatir, demostrar,

olvidarme de mis límites, de mi poca gracia,
de mi voz monótona, de mí mismo y todo,
y en un cielo de pizarras y de yeso convertirse tan solo en un portador
—indigno, lo sé, y oscuro— de tantas maravillas!

Que sean ellas
las que me salven a sus ojos, si hay que salvarme –o no, mejor que no,
mejor no interponerme de nuevo entre el fuego de verdad
y los ojos que algún instante le han deseado;
mejor el olvido, la transparencia.

La juventud, la sabiduría: tan eternas en su
/inaccesible abstracción

y tan bellas, ahora, aquí, en la múltiple y efímera presencia
de esos ojos distraídos, de esos bostezos —los veo—, de ese desinterés
con el que toman nota de lo que escribo en la pizarra:
ah, cuando lo comprendan algún día,
cuando vean su belleza no en palabras de otro
sino de ellos, luz de sus ojos, por fin, materia propia,
qué redención de esos instantes donde ahora ¡ven solo monotonía!

Los profesores a veces tienen que lidiar con la distracción de sus jóvenes alumnos, pero sus enseñanzas pueden ser muy valiosas para el resto sus vidas. En composición, contenida en la obra poética L'èxtasi i el càlcul (2002), el hablante lírico, desde la visión de un profesor, se siente privilegiado por haberse dedicado a la enseñanza.

11. Una escuela tan grande como el mundo, de Gianni Rodari

Hay una escuela grande como el mundo.
Allí enseñan maestros, profesores,
abogados, albañiles,
periódicos, televisores,
carteles callejeros,
el sol, los temporales, las estrellas.

Hay lecciones fáciles
y lecciones difíciles,
feas, bonitas y así.

Allí se aprende a hablar, a jugar,
a dormir, a despertarse,
a bienquerer e incluso
a enfadarse.

Hay exámenes a cada momento,
pero no hay suspensos:
nadie puede parar a los diez años,
a los quince, a los veinte,
ni descansar un solo instante.

De aprender no se acaba jamás,
y aquel que no sabe
es siempre más importante
que aquel que sabe ya.

Esta escuela abarca todo el mundo.
Abre los ojos:
tú también eres un alumno.

El escritor y periodista italiano Gianni Rodari escribió este poema que alude a las lecciones que la vida nos da. El aprendizaje va más allá del colegio, de los maestros y profesores. Esta composición nos muestra que, en la escuela de la vida, jamás dejamos de aprender.

12. El profesor, de Pere Rovira

Aún encuentra brasas de belleza
en la mirada verde de una chica
o en el gesto impulsivo
del muchacho que busca en los poemas
la respuesta del cuerpo.

Se perderán, lo sabe,
y ha de hundirse el deseo de palabras,
el sueño generoso de otro amor,
en los pantanos del oficio sórdido.
Olvidarán la poesía,
que les regala el tiempo, corazones,
alegría, nobleza y sufrimiento.

En unos años,
será trabajo ya su juventud,
recuerdo el sentimiento,
ruina conyugal la noche que los quema;

El seguirá enseñando, y persiguiendo
las brasas condenas.

El escritor, poeta y profesor catalán Pere Rovira escribió este poema que explora la dedicación que los educadores ponen en la disciplina en la que están especializados.

A pesar de las circunstancias que puedan entorpecer su trabajo, los profesores saben encontrar la belleza en lo que más les gusta hacer.

13. La clase, de Vicente Aleixandre

Como un niño en la tarde brumosa va diciendo su
lección y se duerme.
Y allí sobre el magno pupitre está el mudo profesor que no
escucha.
Y ha entrado en la última hora un vapor leve, porfiado,
pronto espesísimo, y ha ido envolviéndonos a todos.
Todos blandos, tranquilos, serenados, suspiradores,
ah, cuán verdaderamente reconocibles.
Por la mañana han jugado,
han quebrado, proyectado sus límites, sus ángulos,
sus risas, sus imprecaciones, quizá sus lloros.
Y ahora una brisa inoíble, una bruma, un silencio,
casi un beso, los une,
un beso, los une,
los borra, los acaricia, suavísimamente los recompone.
Ahora son como son. Ahora puede reconocérseles.
Y todos en la clase se han ido adurmiendo.
Y se alza la voz todavía, porque la clase dormida se
sobrevive.
Una borrosa voz sin destino, que se oye y que no se supiera
ya de quién fuese.
Y existe la bruma dulce, casi olorosa, embriagante,
y todos tienen su cabeza sobre la blanda nube que los
envuelve.
Y quizá un niño medio se despierta y entreabre los ojos,
y mira y ve también el alto pupitre desdibujado
y sobre él el bulto grueso, casi de trapo, dormido, caído
del abolido profesor que allí sueña.

En Historia del Corazón (1954), Aleixandre regresa a los recuerdos de la infancia con poemas como este. En él, el hablante lírico describe todos los elementos que conforman una jornada tediosa en el aula. Un ambiente que adormece tanto a los niños como al profesor.

14. Historia de la filosofía, de José María Valverde

Entro en el aula, empiezo a hablar a un ciento
de caras mal despiertas: por un rato
sobre sus vidas, rígido, desato,
cumpliendo mi deber, el frío viento

del Ser y de la Nada, de la Idea
y la Cosa; la horrible perspectiva
de vértigo que se ha hecho inofensiva,
espectáculo gris, vieja tarea.

Si alguno, casi inquieto, se remueve,
los más sueñan, o apuntan, o hacen ruido.
Pero basta: es la hora ya. De nueve

a diez, vieron el Ser, ese aguafiestas;
prosigan su vivir interrumpido:
yo vuelvo a mi silencio sin respuestas.

Este poema forma parte del libro La conquista de este mundo (1960). En esta compilación de poemas, el poeta, filósofo y profesor extremeño José María Valverde narró su experiencia como docente. Desde la mirada de un profesor, el hablante lírico expone cómo es un día impartiendo clase a sus alumnos.


Referencias bibliográficas:

  • Bornemann, E. (2004). El libro de los chicos enamorados. Alfaguara Infantil.
  • Gaínza, F. (1982). Casi Puro Rezo. Stella.
  • González, M. R., & Alonso, M. (2019). Lengua castellana y literatura, 1o ESO. Editex.
  • Jou, D. (2002). Obra poètica: L’èxtasi i el càlcul. Columna Edicions.
  • Machado, A. (2020). Soledades, galerías y otros poemas. SAGA Egmont.
  • Mistral, G. (2018). Desolación: Poemas. . . Wentworth Press.

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Marián Ortiz
Marián Ortiz
Graduada en Comunicación Audiovisual (2016) por la Universidad de Granada, con máster en Guion, Narrativa y Creatividad Audiovisual (2017) de la Universidad de Sevilla.