Las 25 pinturas más representativas del Renacimiento
La gran revolución pictórica del Renacimiento se manifestó concretamente en el siglo XV, conocido como Quattrocento. En un ambiente de creciente curiosidad intelectual, el perfeccionamiento y difusión de la pintura al óleo permitió usar el lienzo como soporte, de modo que la pintura pudo liberarse de los muros, y esto favoreció el coleccionismo particular.
Así, se crearon nuevos géneros como el retrato y nació el interés en el paisaje y el bodegón, aunque no todavía como géneros independientes. Aparecieron también los desnudos y los temas mitológicos, históricos y alegóricos no cristianos. Los temas religiosos siguieron a la orden del día, pero desde un enfoque antropocéntrico.
A continuación haremos un recorrido cronológico por las pinturas más famosas del Renacimiento, a fin de captar los aportes e innovaciones de cada artista y la evolución del estilo en el tiempo.
1. Sagrada Trinidad con la Virgen, San Juan y donantes, de Masaccio (1425-1427)
El fresco Sagrada Trinidad, con la Virgen, San Juan y donantes representa el punto de partida del Renacimiento, pues se dan cita los grandes cambios plásticos y culturales de la época. Destaca la perspectiva lineal, el claroscuro y la técnica del trampantojo. La bóveda de cañón, de inspiración romana, se anticipa a los cambios de la arquitectura renacentista. Junto a los personajes sagrados, se retratan a los donantes, lo que confiere al tema religioso una mirada antropocéntrica. Esto revela la estima que tenía aquella generación de sí misma.
2. La anunciación, de Fra Angélico (1425-1426)
En La anunciación, Fra Angélico hereda del medioevo el gusto por el detalle de la vegetación, pero aporta recursos del Renacimiento. Ha usado la sobria arquitectura grecolatina y ha aprovechado sus líneas para acentuar la perspectiva. Para logran mayor profundidad espacial, ha abierto diversos vanos que crean planos superpuestos: una puerta conduce a una habitación y, esta, muestra una ventana discreta al fondo. El jardín a la izquierda refiere la expulsión del paraíso de Adán y Eva. A los pies, vemos una línea de escenas de la vida de María. Este tipo de líneas con secuencias de escenas en la base de los cuadros reciben el nombre de predelas.
3. El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck (1434)
Jan van Eyck fue un pintor flamenco que perfeccionó la pintura al óleo y ayudó a su difusión. Esta obra en particular es uno de los primeros retratos pictóricos de la historia. Cargada de símbolos, transmite la importancia y dignidad de los personajes, que ostentan una buena posición social. Sin embargo, genialidad de Van Eyck no está allí.
El pintor introduce al fondo un espejo que juega con los planos de representación. En él muestra el reflejo de dos personajes que no están visibles en la escena principal, creando la ilusión de que ocupan las posiciones del espectador. Este recurso probablemente habrá inspirado a las Meninas de Velázquez, más de doscientos años después.
4. La Virgen del canónigo Van der Paele, de Jan van Eyck (1434-1436)
La Virgen del canónigo Van der Paele corresponde a un género muy usado en el Renacimiento, llamado sacra conversazione (conversación sagrada), en el cual la Virgen sostiene una conversación con los santos en un ambiente íntimo. En este caso se incluye al donante, el canónigo Van der Paele, presentado por San Jorge. Este pisa la casulla del canónigo, recordando que está subordinado al poder espiritual. Sin embargo, su presencia en la escena reivindica su rol social en el poder temporal.
El lienzo destaca el tratamiento de los ropajes y la profusión de los detalles. El brillo de la armadura de San Jorge ofrece una excusa a Jan van Eyck para usar reflejos. Se puede ver el reflejo del artista y de la Virgen, concebida como espejo inmaculado de la gracia divina.
5. La batalla de San Romano, de Paolo Uccello (h. 1438)
La batalla de San Romano de Paolo Ucello es un tríptico con escenas de la batalla en que Florencia venció a Siena durante las guerras de Lombardía. Originalmente encargada por la familia Bartolini, pasó muy pronto a la colección de los Medici. No dejan de estar presentes elementos medievales como la profusión de los detalles que acentúan lo descriptivo. Sin embargo, se considera una obra maestra debido al uso de la perspectiva y del escorzo.
El escorzo consiste en la representación de un objeto en ángulo perpendicular con respecto al espectador. Podemos verlos con detalle en el panel El desarzonamiento de Bernardino della Ciarda, tanto en los caballos caídos, como en el caballo brioso y el caballo blanco de la derecha.
6. La coronación de la Virgen, de Fra Filippo Lippi (1439-1447)
La coronación de la Virgen es un retablo que Fillipo Lippi hizo como encargo de Francesco Moringhi para la iglesia de San Ambrosio. En lugar de un espacio celeste, todo parece ocurrir en un espacio teatralizado, que evoca un salón real, al que han sido invitados los santos, el donante y el propio Lippi. Como vemos, el Renacimiento italiano insistió en una visión antropocéntrica del cielo.
7. El descendimiento de la cruz, de Rogier van der Weyden (h. 1443)
Rogier van der Weyden fue un pintor flamenco. Su obra más conocida es El descendimiento de la cruz, pintada originalmente para la capilla de Nuestra Señora Extramuros de Lovaina. La anatonía no es excata, porque se ha corregido a propósito para favorecer la elegancia formal.
Las proporciones también se ven deliberadamente alteradas para distribuir los cuerpos a lo largo de la composición. La Virgen María y Jesús parecen ser reflejo uno del otro: como la madre, el hijo; como el hijo, la madre. El cuadro gana en el tratamiento de la expresión, los ropajes y las texturas.
8. La flagelación de Cristo, de Piero della Francesca (1455-1460)
En La flagelación de Cristo, Piero della Francesca reserva la escena religiosa al plano del fondo, y se caracteriza por su frialdad. No hay emoción en los personajes. El tema parece casi una disculpa para el desarrollo del programa plástico del Renacimiento, basado en la perspectiva lineal, la geometrización compositiva y la exaltación de la arquitectura clasicista. Se confirma en la conversación de tres personajes contemporáneos, cuya identidad aún no está determinada.
9. Díptico de Melun, de Jean Fouquet (h. 1450)
Jean Fouquet fue un pintor francés que renovó el lenguaje artístico de Francia por la influencia de la pintura flamenca e italiana. La obra en cuestión fue concebida como un díptico para la tumba de la esposa de Étienne Chevalier, su comitente. Ambas tablas contrastan entre sí.
En la tabla izquierda, el pintor ha representado a Etienne Chevalier y San Esteban, su patrono, emplazados en un espacio arquitectónico clásico. En la derecha, a la Virgen con el Niño y ángeles. El pecho al aire de María la refiere como nodriza de la humanidad. Existe la creencia de que el rostro de la Virgen era el de la amante del comitente, Agnès Sorel. Aunque el tema es sacro en apariencia, tiene un fuerte carácter profano.
10. Viaje de los Magos, de Benozzo Gozzoli (1459)
En el Palazzo Medici Riccardi, en Florencia, se encuentra una sala llamada Capilla de los Reyes Magos, en alusión a los tres frescos de Gozzoli que relatan las cabalgatas de los reyes magos. Además de haber sido una obra maestra por su complejidad compositiva, la obra es, en realidad, una exaltación del poder que ostentaba la familia Medici, cuyos rostros se encuentran en los personajes representados.
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11. La cámara de los esposos, de Andrea Mantegna (1465-1474)
Andrea Mantegna destaca en este fresco por el uso de las técnicas renacentistas como el trampantojo, en un claro esfuerzo por desdibujar los límites entre la pintura y la realidad. La imagen que vemos corresponde a una sola de las paredes de La cámara de los esposos. Como el resto, celebra las glorias de la familia Gonzaga, grandes mecenas de su tiempo.
12. Lamentación sobre Cristo muerto, de Andrea Mantegna (1475-1478)
Si en algún momento Andrea Mantegna se supera a sí mismo, es en la Lamentación sobre Cristo muerto. La pieza destaca por el uso maestro de la técnica del escorzo. Con este recurso, Mantegna incorpora al espectador a la escena y desafía el modelo compositivo tradicional. Destaca también la representación de las facciones de los personajes. María no es una joven doncella, sino un rostro envejecido del dolor. La austeridad de la escena enfatiza el carácter terrible de la muerte y la desolación para los dolientes.
Ver también: La pasión de Cristo en el arte
13. Políptico de San Vicente, de Nuno Gonçalves (1470-1480)
El Políptico de San Vicente es una de las piezas maestras del Renacimiento portugués. Atribuidas a Nuno Gonçalves, representa a cincuenta y ocho personajes junto a San Vicente, quien aparece duplicado en los paneles centrales, como si se tratara de un reflejo.
Destaca por la representación de los diferentes estratos de la sociedad portuguesa, en actitudes y gestos acordes a su condición. De izquierda a derecha tenemos el panel de los frailes; el panel de los pescadores; el panel del Infante Don Enrique (Enrique el Navegante); el panel del arzobispo; el panel de los caballeros y el panel de la reliquia.
14. La adoración de los magos, de Sandro Botticelli (1475)
La adoración de los magos de Botticelli constituye una referencia fundamental del Quatrocento italiano. Hasta Botticelli, la Sagrada Familia se ubicaba a un lado de la escena recibiendo a los adoradores que venían del otro. Botticelli la situó en el centro de la composición y en el vértice de una pirámide, y dispuso a los adoradores de lado a lado e, incluso, uno de ellos al frente.
El pintor también ha representado a los Magos con los rostros de la familia Medici: Cosimo y sus hijos, Piero il Gottoso y Giovanni. Otros miembros de la familia y sus aliados se retratan, y el propio Botticelli se incluye en el personaje que mira al espectador.
15. Entrega de las llaves del cielo a San Pedro, de Perugino (1482)
Esta obra de Perugino fue un encargo del papa Sixto IV, constructor de la Capilla Sixtina. El fresco corresponde a la idea de la transmisión de autoridad de Dios a la Iglesia, representada por San Pedro. La obra es una expresión maestra del trabajo de perspectiva aérea, propio del pintor, y profundidad. En el primer plano, vemos los personajes protagónicos: Jesús, los apóstoles y diversas figuras rel Renacimiento. En el último, el edificio de planta central octogonal, símbolo de la universalidad del papado.
16. El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli (1482-1485)
El nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli, fue originalmente parte de un mueble, y probablemente por ello no vemos un desarrollo del paisaje tan exhaustivo. La atención que recibe en parte tiene que ver con el tratamiento del tema, que ya no es un tema sagrado. Asistimos al mito del origen de Venus o Afrodita, diosa de la fertilidad y el erotismo.
Con esta obra, Botticelli legitimó la representación del desnudo femenino de cuerpo completo en el arte en temas profanos. Pero Venus no es aquí un personaje que se exhibe totalmente, sino una Venus púdica, que con sus cabellos tapa sus "vergüenzas". Así, este desnudo fue justificado como representación de la Virtud en el contexto del pensamiento filosófico de la época.
Ver también El nacimiento de Venus de Sandro Botticelli
17. Virgen de las Rocas, de Leonardo da Vinci (1483-1486)
Esta pieza de Leonardo fue por ordenada por los monjes de San Donato, lo que explica la centralidad del tema religioso. Leonardo ha modificado un elemento de la tradición renacentista: en vez de un paisaje arquitectónico, ha enmarcado la escena en un paisaje natural rocoso. Las figuras forman una pirámide, y se contornean delicadamente gracias a uno de los apostes más reconocidos del pintor: la técnica del sfumato.
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18. Retrato de Giovanna degli Albizzi Tornabuoni, de Domenico Ghirlandaio (1489-1490)
Esta obra de Ghirlandaio es una expresión ejemplar del género del retrato en el Renacimiento. Acorde con los valores revividos de la Antigüedad Clásica, muestra proporciones y rasgos idealizadas, así como una expresividad contenida o ausente. Con la intención de mostrar rasgos de su carácter, se incluyen algunos objetos personales: las joyas dan cuenta de su vida pública, mientras que el libro de oraciones y el rosario dan cuenta de su vida espiritual.
19. La última cena, de Leonardo da Vinci (1498)
La última cena es una de las obras más conocidas de Leonardo. Destaca por las referencias intelectuales y filosóficas incorporadas a la escena, pero también por su dramatismo. Sin renunciar al equilibrio renacentista, la obra se carga de tensión emocional y psicológica en sus personajes, desafiando la aparente frialdad de muchas composiciones anteriores. Su mal estado de conservación en parte es resultado del intento de Leonardo por mezclar temple y óleo para poder hacer correcciones sobre el yeso.
Ver también:
- La última cena de Leonardo da Vinci
- La Mona Lisa o La Gioconda de Leonardo da Vinci
- El hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci
20. Santo Domingo y los albigenses o La prueba del fuego, de Pedro Berruguete (1493-1499)
El español Pedro Berruguete representa un pasaje según el cual Santo Domingo de Guzmán habría propuesto hacer una hoguera para someter a prueba los libros de los grupos heréticos de la ciudad de Albi, Francia. El fuego consume los libros heréticos, mientras que el libro canónico flota en el aire.
La obra expresa la mentalidad política de la era de los Reyes Católicos, quienes procuraron la unidad del reino por medio del combate a la herejía. Formalmente destaca el preciosismo de los detalles, de clara inspiración flamenca, así como el gusto por los dorados, derivados del gótico, y muy apreciados en el primer Renacimiento.
21. Autorretrato, de Alberto Durero (1500)
Alberto Durero fue un gran maestro del Renacimiento alemán. Este celebérrimo autorretrato, que a primera vista para un icono de Jesucristo, muestra dos inscripciones claves: a la derecha reza "Me pinto a mí mismo con colores indelebles". A la izquierda, la fecha que da cuenta de su edad, 28 años.
La frontalidad de su retrato es todo un atrevimiento. Desafiando la tradición, que reservaba esta pose para los íconos de Jesús -y también el gesto de la mano, ligeramente alterado-, Durero juega al trastrocamiento de la identidad con el referente religioso y confunde deliberadamente al espectador.
22. El dux Leonardo Loredan, de Giovanni Bellini (1501)
Giovanni Bellini, pintor al servicio de la República de Venecia, entrega este magnífico retrato del dux Leonardo Loredan. En esta brillante obra logra vencer la sensación de hieratismo gracias a la riqueza expresiva del rostro y el fino tratamiento de las texturas y ropajes. En cuanto a esto último, sorprende el modo en que Bellini logra representar el brillo de los tejidos orientales.
23. Mona Lisa, de Leonardo da Vinci (1503-1506)
La Mona Lisa es sin duda la obra más famosa de Leonardo da Vinci. Ella es expresión de la madurez del estilo leonardesco en cuanto a las técnicas del claroscuro y el esfumato, el cual consiste en difuminar los bordes de las figuras para que se perciba la integración en el espacio. Asimismo, hace gala de la técnica del paisaje de fondo, que abre el espacio para dar mayor profundidad. Sin embargo, esta obra, así como toda la obra de Leonardo, no pertenece al Quattrocento, sino al Alto Renacimiento, a veces llamado también Segundo Renacimiento.
Ver también: La Mona Lisa o Gioconda de Mona Lisa de Leonardo
24. La Escuela de Atenas, de Rafael Sanzio (1510-1511)
Si algo representa el espíritu cultural del Renacimiento es el fresco La Escuela de Atenas, de Rafael Sanzio, una de las escenas de las “Estancias del Vaticano” o “Estancias de Rafael”. Vemos un manejo maestro de la perspectiva lineal, y una profundidad enfatizada por los vanos de las bóvedas de cañón que se abren al espacio abierto.
En un ambiente arquitectónico de clara inspiración clásica, una multitud de referentes filosóficos y científicos recuerdan el valor de la razón y el conocimiento. Platón y Aristóteles son los protagonistas. También vemos a Ptolomeo, Heráclito, Hipatía, Homero y, como de costumbre, algunos rostros de la contemporaneidad. No podía faltar el propio Rafael, retratado como Apeles.
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25. Frescos del techo de la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel Buonarroti (1508-1512)
Hablar de Miguel Ángel Buonarroti, así como de los pintores del Cinquecento italiano, es adentrarse en el Alto Renacimiento. Por ende, nos aproximamos al manierismo, del que Buonarroti será uno de sus exponentes. Los frescos de la Capilla Sixtina son su obra pictórica más celebrada.
Son nueve escenas que narran pasajes del Génesis, y todas conducen al Juicio Final, muro pintado unas dos décadas después del techo. En este muro, San Bartolomé, mártir despellejado, cuelga su piel antigua. Pero en ella se advierte el rostro de Miguel Ángel. Como vemos, el artista también se retrata, pero no como los artistas del Quattrocento que celebraban sus glorias terrenas, sino como reconocimiento de su indignidad.
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