10 pinturas para entrar al mundo de Leonora Carrington


Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana

Observar la pintura de Leonora Carrington (1917 - 2011) es dejarse arrastrar por un universo mágico y de fantasía. Es un mundo oscuro, lleno de criaturas maravillosas y misterios del inconsciente. De hecho, fue llamada "la desposada del viento" por el grupo de artistas surrealistas con los que se formó.

Se dedicó al arte, a la escultura y a la escritura. En su obra, vertió lo autobiográfico y todas sus inquietudes intelectuales. Su deseo de darle espacio a la mujer como ser independiente, hizo que se recuperara el interés en su figura con reediciones de sus libros, diversas exposiciones alrededor del mundo y con la creación del Museo Leonora Carrington el año 2018 en México, país en el que se radicó.

1. Autorretrato (La posada del caballo del alba)

Autorretrato (La posada del caballo del alba) 1937 - 1938 Leonora Carrington
Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, Estados Unidos

Este es el cuadro más famoso de la pintora y funciona como una declaración de principios. Leonora Carrington nació en una familia de clase acomodada en Inglaterra y su padre la presentó en sociedad frente al Rey Jorge V para encontrarle un marido. Sin embargo, desde pequeña sintió inclinación hacia la pintura, por lo que decidió estudiar arte en Londres.

Fue ahí donde conoció a Max Ernst, destacado artista que era 26 años mayor y estaba casado. A pesar de que esta relación escandalizó a su familia, Leonora se trasladó junto a él a París. Allí entró en contacto con el movimiento surrealista y algunos de sus miembros más prominentes como André Breton, Luis Buñuel y Salvador Dalí.

Aunque el grupo afirmaba ser abierto y libre, la consideración de la mujer continuaba en una línea muy patriarcal. Por ello, a través de su obra, Leonora intentó demostrar su autonomía.

En 1938 pintó este retrato de sí misma, tomando el estilo de los surrealistas. Debido a esto, el cuadro está lleno de símbolos. En primera instancia, se muestra en una pose más bien masculina, con las piernas abiertas y con ropas en las que no se distinguen sus formas. Parece una figura andrógina, a excepción de los zapatos de tacón y el pelo suelto, que se puede entender como su rebeldía frente a las normas.

Frente a ella, se encuentra una hiena lactante, que demuestra su visión hacia la maternidad tradicional. Con su mano derecha apunta al animal, levantando los dedos índice y meñique. Esta señal hace referencia a un signo de maldición, demostrando que condena ese encasillamiento.

Se encuentra vestida con ropa de montar, actividad que practicaba en su infancia y hay dos caballos en escena. El primero es de juguete y se encuentra en la pared tras ella. Simboliza lo que su familia esperaba que fuese: un ejemplar ordenado y sin vida.

No obstante, la artista desea ser como el caballo galopando que se ve a través de la ventana abierta, que corre libre y a su antojo en el mundo exterior. El color de sus pantalones hace un guiño a su identificación con esa imagen, pues se siente tiesa en aquella casa vacía en la que nada la satisface.

2. La comida de Lord Candlestick

La comida de Lord Candlestick - Leonora Carrington
Colección privada

Este cuadro de 1938 es uno de los más destacados de su producción temprana. De hecho, se cuenta que la famosa mecenas y coleccionista de arte, Peggy Guggenheim, se fascinó con él.

La escena muestra una comida que representa a la clase privilegiada a la que ella pertenecía. Es una crítica hacia un modo de vida que no toma consciencia sobre las necesidades de los demás. Allí sólo prevalece el lujo, la glotonería, el exceso y el placer.

En la mesa se pueden observar animales exóticos a los que sólo ellos pueden acceder. Resulta interesante la figura de un niño recién nacido entre el festín. Una de las mujeres, distraída, le clava un tenedor y lo deja sangrando, frente a lo que nadie parece percatarse. Esto puede interpretarse como el sacrificio que hace la aristocracia de sus propios hijos, a los que somete a las exigencias de la sociedad, con tal de pertenecer a aquel ambiente. Se piensa que fue un mensaje directo a su padre, que nunca la apoyó en sus deseos de independencia.

3. Retrato de Max Ernst

Retrato de Max Ernst Leonora Carrington
Galería Nacional de Escocia, Edimburgo

Luego de estar durante un breve periodo en París, Ernst y Carrington se trasladaron a la aldea de Saint-Martin, cerca de Aviñón. Fue un tiempo pacífico donde vivieron tranquilamente y enfocados en su trabajo. En esta época se dedicó más a escribir, pero en 1939 pintó este cuadro en el que retrataba a su amante.

Lo representa como un ser mágico, mitad hombre y mitad animal, pues se puede apreciar una cola. Camina tranquilamente sobre el hielo y en su mano carga una especie de lámpara verde dentro de la que se encuentra un pequeño caballo. Esta imagen se ha entendido como la propia artista, encerrada en el mundo y la influencia de aquel hombre.

Atrás se puede ver un caballo blanco petrificado, que parece ser parte del paisaje de hielo. Este será un símbolo bastante frecuente en su obra y representa el deseo de libertad. Hace referencia a Épona, diosa celta de la fertilidad y la naturaleza, que se convirtió en su imagen protectora.

Lamentablemente, en septiembre de 1939, Max Ernst fue identificado como enemigo y detenido por las autoridades francesas. La artista huyó a España y sufrió un colapso nervioso, que hizo que su familia la internara en un sanatorio mental de Santander.

Esta fue una de las experiencias más crudas de su vida. Permaneció allí durante seis meses, sufrimiento que plasmó en su libro Memorias de abajo. Gracias a la ayuda del diplomático y escritor mexicano, Renato Leduc, que se casó con ella para auxiliarla, logró escapar a Nueva York. Al poco tiempo se divorciaron y decidió radicarse en México.

4. Té verde (La dama oval)

Té verde (1942) de Leonora Carrington
MOMA, Nueva York, Estados Unidos

En 1942 se trasladó a México, que se convertiría en su lugar definitivo de residencia. Allí entabló relación con el ambiente intelectual y otros artistas europeos que habían emigrado debido a la Segunda Guerra Mundial. Este fue un periodo de libertad artística, donde encontró su estilo definitivo, caracterizado por la creación de mundos oníricos, donde prima lo oculto y lo simbólico.

Además, en este país conoció a Emérico Weisz, fotógrafo de origen húngaro. Se casaron, tuvieron dos hijos y permanecieron juntos hasta la muerte de Weisz en 2007.

En 1939, Carrington escribió un cuento llamado "La dama oval" que narra la historia de Lucrecia, una joven que se encuentra en una batalla entre su deseo de independencia y un padre que quiere someterla. Así, retomó lo autobiográfico en este cuadro en que representa a la misma Lucrecia del cuento. La muestra atrapada en un círculo del que no puede salir y amortajada en una tela blanca y negra, que puede interpretarse como la lucha entre el querer y el deber ser.

Se encuentran presentes algunos símbolos como el caballo blanco, que esta vez se encuentra atado, pues la protagonista ve imposibilitada su liberación. También se puede ver una perra lactante, que vuelve a remitir al deseo del padre de que se convirtiera en esposa y madre. Finalmente, al fondo, se pueden ver campos ingleses que hacen un guiño a su país natal.

5. La tentación de San Antonio

La tentacion de San Antonio-Leonora Carrington
Colección privada

En esta pintura de 1946, Carrington acude al tema religioso de San Antonio, a quien representa de blanco, aludiendo a su pureza. Por su parte, la tentación corresponde a las mujeres con togas de colores. A sus pies se encuentra un cerdo, que simboliza lo impuro. El paisaje recuerda al estilo de las pinturas renacentistas, reconociendo así su inspiración, pues las tentaciones de San Antonio fueron un motivo muy trabajado en el arte de ese periodo.

Aquí también puede notarse que, además del surrealismo, la artista tuvo un importante influjo del imaginario fantástico de El Bosco y de Brueghel. La obra se subastó el año 2014 por la extraordinaria suma de 2.629.000 euros.

6. La giganta

La giganta (1947) Leonora Carrington
Colección privada

A partir de "La giganta" (1947), se puede apreciar de manera plena el estilo que caracterizó a Leonora Carrington. Si bien, aún se encuentran rasgos del surrealismo con el que se formó, hay una estética que la define particularmente. Se distingue un tipo de pintura que evoca a épocas anteriores, con el uso de tonalidades más oscuras y técnicas que recuerdan al arte del renacimiento.

Aunque siguió toda su vida practicando el uso de imágenes surreales, su interés por la magia, el ocultismo, las leyendas celtas, la alquimia y el tarot, convirtieron sus creaciones en una realidad irrepetible.

El personaje de la giganta se puede asociar a la diosa madre, ya que el imaginario femenino siempre fue crucial en su producción. En su mano derecha sostiene un huevo, que puede interpretarse como su capacidad de engendrar vida.

Abajo puede verse, en perspectiva, a los diminutos seres humanos que realizan sus actividades y le rinden culto a esta madre tierra que es la engendradora del universo.

7. Y entonces vimos a la hija del minotauro

Y entonces vimos a la hija del minotauro-Leonora Carrington
Colección privada

Una de las características que destacó a esta pintora fue su capacidad de hacer confluir distintas situaciones a la vez dentro del mismo cuadro. La atmósfera fantástica permite que existan diversas imágenes que parecieran funcionar de forma independiente.

Esta litografía de 1953 hace referencia al Minotauro del mito griego. A diferencia de la historia original, le resta ferocidad a la criatura, que deja de verse como un monstruo amenazante y parece más bien un ser apacible sentado a la mesa.

Por otro lado, la figura central de cabeza verde, alude a un personaje clave dentro de la obra de Carrington, la diosa blanca. Esta mujer remite al poder femenino que existía en las antiguas civilizaciones. La referencia fue adoptada del ensayo de Robert Graves, La diosa blanca de 1940. Su lectura fue una revelación y sirvió de inspiración para varios de sus símbolos.

Aunque no queda claro por qué estos seres se han reunido, todo pareciera indicar que es una especie de ritual. En especial, si se presta atención a la bailarina que aparece en la pared, que funciona como foco de luz en la escena nocturna.

También se pueden encontrar aspectos de su vida cotidiana, como el retrato de sus dos hijos y a los perros de la esquina derecha, ya que era una gran amante de los animales.

8. Syssigy

Syssigy Leonora Carrington 1957
Colección privada

En este cuadro de 1957 se puede comprobar el interés de la artista por recrear mundos extraños, repletos de fantasía. A pesar de que la escena pareciera mostrar una época antigua por las ropas de los protagonistas, tres de los personajes llevan lentes de sol.

La mujer del centro es la única retratada con más color y se encuentra en total entrega al ritual que lleva a cabo el hombre mayor. Este individuo ejerce como una especie de maestro de ceremonias o intermediario y en su mano izquierda cuelga el símbolo del infinito. Al mirarlo de cerca, se puede notar que se parece a Hermes Trismegistus, considerado el autor de Corpus hermeticum, libro que dio origen a la corriente filosófica del Hermetismo y a quien se le atribuye la invención de la alquimia.

A su vez, el título de la pintura deriva de "syzygy", término que tiene varias interpretaciones. En astronomía, se refiere a la alineación de tres cuerpos celestes, como la luna, la tierra y el sol. Por su parte, para Carl Gustav Jung, a quien Carrington leía, implica la unión de los opuestos.

9. El mundo mágico de los mayas

El mundo mágico de los mayas de Leonora Carrington
Museo Nacional de Antropología de México

Carrington sentía una fascinación hacia lo místico, por lo que su estadía en México significó un acercamiento a una nueva fuente de inspiración en los imaginarios de la cultura prehispánica.

Entre 1963 y 1964 realizó este mural para el Museo Nacional de Antropología de México. Para su creación se basó en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas quichés. Además, decidió hacer un trabajo de observación directa sobre las costumbres y tradiciones de los pueblos mayas contemporáneos.

Para ello, pasó seis meses en San Cristóbal de las Casas en Chiapas, junto a la antropóloga suiza Gertrud Bloom. Esta experiencia fue vital para entender las tradiciones y prácticas religiosas, así como la relación de este pueblo con la naturaleza.

Tomando como inspiración los trípticos renacentistas, retrató los tres reinos que conviven en la cosmogonía maya. En la parte inferior se encuentra Xibalbá, el inframundo regido por sus señores y los espíritus de los hombres. Luego, en el centro del cuadro, se encuentra la tierra, habitada por el ser humano que realiza su vida diaria, como cosechar y realizar rituales. Finalmente, en el cielo, se pueden ver la luna como principio femenino, el sol como el masculino y Venus, planeta asociado a Kukulkán, dios representado como la serpiente emplumada.

Otro elemento importante dentro de la composición es el árbol que se puede ver en la esquina inferior derecha. Para los mayas era un elemento sagrado, porque con sus raíces conecta el inframundo con la tierra y con sus ramas alcanza el cielo, permitiendo la conexión de los tres niveles del cosmos.

10. El regreso de Boadicea

El regreso de Boadicea de Leonora Carrington
Museo de Arte Moderno, Ciudad de México

Desde pequeña, Leonora Carrington sintió afinidad por las historias y las leyendas, particularmente las de origen celta que le narraban las mujeres de su vida: su abuela, su madre y su cuidadora, todas de origen irlandés. Frente a un mundo de estrictas normas y deberes, la pequeña aprendió a refugiarse en su universo de fantasía.

Más tarde, este imaginario fue el que traspasó a su pintura, donde habitan seres místicos, personajes misteriosos de origen real o imaginario, objetos inanimados que cobran vida y animales con características humanas. En este cuadro que realizó en 1969, se puede ver su interpretación sobre la reina Boadicea, líder celta que venció a invasores romanos.

El retrato de mujeres poderosas fue parte importante de su creación, por lo que se la ha ligado al feminismo. En su infancia, sintió las diferencias de crianza con respecto a sus hermanos. Mientras a ellos se les otorgaba total libertad, la joven siempre estaba determinada por su género. Lo mismo le sucedió en las distintas escuelas católicas a las que asistió, donde debido a su carácter rebelde fue expulsada.

Luego, con el grupo de artistas surrealistas vivió la misma experiencia, pues notó que sólo la aceptaban como musa, pero no como una igual. De esta manera, su obra se centró en la libertad y la expresión de su mundo interior. En sus entrevistas se refirió a las dificultades que enfrentan las mujeres artistas y en la década de los setenta se unió al movimiento feminista mexicano para el que creó un cartel llamado "Mujer Conciencia".

Bibliografía

Aberth, Susan L. (2004). Leonora Carrington: Surrealismo, alquimia y arte. Turner.

Ver también

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.