13 cuentos cortos con moraleja para todas las edades


Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana

La literatura cumple varios objetivos. No se trata sólo de contar historias divertidas, sino que también promover ideas y valores que permitan construir una mejor sociedad. A continuación se pueden encontrar cuentos breves de autores de distinto origen y tiempo que buscan dejar una moraleja para el lector.

1. El pato y la luna - León Tolstói

Un pato nadaba por el río en busca de peces y en todo el día no había encontrado ninguno. Cuando llegó la noche, vio el reflejo de la luna en el agua, pensó que era un pez y se sumergió para capturarlo. Los otros patos lo vieron y empezaron a reírse.

Desde entonces, el pato sintió tanta vergüenza y timidez que, incluso cuando veía un pez bajo el agua, no hacía nada para capturarlo, y de ese modo se murió de hambre.

León Tolstói (1828 - 1910) es uno de los escritores más importantes del siglo XIX. Dedicó gran parte de su vida a la enseñanza y en 1872 publicó Libros rusos de lectura, primer texto de carácter pedagógico en su país.

Además de cuentos de su propia autoría, recogió fábulas e historias populares de su Rusia natal. Este breve cuento presenta al pato como una metáfora del ser humano, que es capaz de hacerse daño por estar preocupado de la opinión de los demás. De esta forma, el relato apunta a aceptar los errores que se cometen y ser siempre fiel a sí mismo.

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2. Ventana sobre la utopía - Eduardo Galeano

Ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.

Eduardo Galeano (1940 - 2015) fue un escritor y periodista uruguayo, muy influyente en América Latina. En este breve texto reflexiona sobre la necesidad de mantener vivos los sueños en la vida. El siglo XX implicó un fuerte cambio de mentalidad, ya que las guerras mundiales, la bomba atómica y los regímenes dictatoriales parecieron acabar con la esperanza de las personas.

Sin embargo, el autor hace un llamado a mantener la utopía en el horizonte, pues es la que entrega las razones suficientes para levantarse cada día y luchar por lo que se quiere.

3. Una fábula taoísta - Julio Trujillo

En el Lieh Tzu se cuenta que un hombre, que había perdido su hacha, sospechaba que se la había robado el hijo de su vecino. Su modo de andar, su talante y su manera de hablar lo señalaban como el ladrón. Sus acciones, cada uno de sus movimientos y, de hecho, su conducta en general indicaban con claridad que él y no otro había robado el hacha. Con el tiempo, sin embargo, mientras cavaba en su jardín, el dueño se encontró con el implemento perdido. Al día siguiente, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, no halló ningún rastro de culpa en sus movimientos, ni en sus acciones, ni en su conducta en general.

El escritor mexicano Julio Trujillo (1969) se ha dedicado principalmente a la poesía. En este breve relato, hace referencia al Lieh Tzu, una de las tres obras principales del taoísmo filosófico. A través de esta anécdota, intenta explicar cómo el ser humano es capaz de determinarse frente a ideas erróneas y juzgar a alguien sin tener argumentos válidos.

4. El bambú japonés (leyenda tradicional)

Érase una vez dos agricultores que, camino al mercado, se pararon en el puesto del viejo vendedor de semillas sorprendidos por unas que nunca habían visto antes.

Mercader, ¿qué semillas son estas? —preguntó uno de ellos.

— Son semillas de bambú y son muy especiales —contestó el mercader.

— ¿Y por qué son tan especiales? — indagó el otro.

— Es difícil de explicar. Llévenlas y luego ya verán ustedes mismos. Además, sólo necesitan agua y abono — les respondió.

Los dos agricultores, curiosos e intrigados, decidieron llevarse un puñado cada uno. ¿Cuál sería el secreto que escondían? ¿En qué se convertirían?

Una vez en sus tierras, los agricultores las plantaron y siguiendo las indicaciones del mercader, empezaron a regarlas y a abonarlas con dedicación. Pero pasaban los días, las semanas y los meses y, mientras las demás semillas ya habían crecido (y sus plantas dado sus frutos), las de bambú no germinaban, no pasaba nada.

Entonces, uno de los agricultores, muy enfadado de estar trabajando en vano, le dijo al otro:

— Aquel viejo mercader nos engañó. ¡De estas semillas jamás saldrá nada!.

Y entonces, preso de la rabia, decidió dejar de cuidarlas. Aún así, y aunque tampoco daba saltos de alegría, su amigo decidió que seguiría regando y abonando las semillas como un último acto de fe y porque, al estar dentro de su rutina, no le costaba mayores sacrificios.

Siguieron pasaron los meses. Y luego un año entero. Y dos. y tres… Hasta siete — sí, siete — cuando entonces, sucedió la magia y, en sólo seis semanas, el bambú creció, creció y creció… hasta los 30 metros. ¿Cómo era posible que tardara siete años en germinar y que en sólo seis semanas pudiera alcanzar ese gran tamaño? ¿Era eso viable?

Pues claro que no. En realidad, las semillas necesitaron siete años y seis semanas. En los siete primeros años, el bambú tuvo que generar un sistema de raíces complejo y necesario para luego poder crecer de una forma tan rápida. No estaba inactivo, estaba preparándose.

Este cuento que pertenece a la tradición japonesa, intenta enseñarle al lector la fuerza de la perseverancia. Los procesos de crecimiento necesitan su tiempo, y no es posible apresurar las cosas, porque todo sucede en el momento en que está listo para hacerlo.

5. El sabio Salomón - Pavel Yakushkin

Después de la crucifixión, bajó Nuestro Señor Jesucristo al infierno, y sacó de allí a todos, excepto al sabio Salomón.

- Tú sal de aquí por tus propios medios, usando tu sabiduría - le dijo Cristo.

Y Salomón se quedó solo en el infierno. ¿Cómo se las arreglaría para salir? Caviló mucho, y se puso a hacer una cuerda. Se le acercó un diablillo y le preguntó por qué estaba haciendo aquella cuerda tan infinitamente larga.

- Como intentes aprender demasiadas cosas - le contestó Salomón -, te vas a hacer más viejo que tu abuelo Satanás. ¡Ya lo verás!

Una vez preparada la cuerda, empezó Salomón a medir con ella el infierno. El diablillo apareció de nuevo, y le preguntó que para qué medía el infierno.

- Es que en este lugar voy a construir un monasterio - le dijo el sabio Salomón-. Y en aquel, una catedral.

El diablillo se asustó, echó a correr y le contó todo a su abuelo, Satanás. Y este expulsó al sabio Salomón del infierno.

Pavel Yakushkin (1822 - 1872) fue un escritor que se dedicó a recopilar el folclor ruso, reuniendo relatos y leyendas que se contaban de manera oral. Tanto en Rusia como en Serbia, eran comunes las historias alrededor del rey Salomón. En esta versión, se recoge cómo a través del ingenio, el sabio logró escapar del infierno.

De ese modo, la narración enseña que ante la adversidad de la vida, lo mejor es mantener una actitud tranquila. A veces sólo hace falta mantener la calma y meditar una solución. Así, con agudeza se pueden resolver los problemas de manera sencilla.

6. La expresión - Mario Benedetti

Milton Estomba había sido un niño prodigio. A los siete años ya tocaba la Sonata Nº 3 Op. 5, de Brahms, y a los once, el unánime aplauso de la crítica y del público acompañó su serie de conciertos en las principales capitales de América y Europa.
Sin embargo, cuando cumplió los veinte años, pudo notarse en el joven pianista una evidente transformación. Había empezado a preocuparse desmesuradamente por el gesto ampuloso, por la afectación del rostro, por el ceño fruncido, por los ojos en éxtasis, y otros tantos efectos afines. Él llamaba a todo ello «su expresión».
Poco a poco, Estomba se fue especializando en «expresiones». Tenía una para tocar la Patética, otra para Niñas en el jardín, otra para la Polonesa. Antes de cada concierto ensayaba frente al espejo, pero el público frenéticamente adicto tomaba esas expresiones por espontáneas y las acogía con ruidosos aplausos, bravos y pataleos.
El primer síntoma inquietante apareció en un recital de sábado. El público advirtió que algo raro pasaba, y en su aplauso llegó a filtrarse un incipiente estupor. La verdad era que Estomba había tocado la Catedral Sumergida con la expresión de la Marcha Turca.
Pero la catástrofe sobrevino seis meses más tarde y fue calificada por los médicos de amnesia lagunar. La laguna en cuestión correspondía a las partituras. En un lapso de veinticuatro horas, Milton Estomba se olvidó para siempre de todos los nocturnos, preludios y sonatas que habían figurado en su amplio repertorio.
Lo asombroso, lo realmente asombroso, fue que no olvidara ninguno de los gestos ampulosos y afectados que acompañaban cada una de sus interpretaciones. Nunca más pudo dar un concierto de piano, pero hay algo que le sirve de consuelo. Todavía hoy, en las noches de los sábados, los amigos más fieles concurren a su casa para asistir a un mudo recital de sus «expresiones». Entre ellos es unánime la opinión de que su capolavoro es la Appasionata.

Mario Benedetti (Uruguay, 1920 - 2009) se caracteriza por una narrativa sencilla que reflexiona sobre la cotidianidad de la existencia. En este cuento, relata la historia de un hombre que poseía el talento necesario para triunfar en el mundo. Sin embargo, la fama lo llevó a obsesionarse con su apariencia.

Aun así, hacia el final mantiene una actitud enfocada en lo trivial, y a pesar de que lo superfluo lo llevó a perder su don musical, sigue "actuando" para el público equivocado. Benedetti realiza una crítica a todos los que pierden de vista su amor a lo que hacen y se dejan llevar por la imagen.

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7. La lechera y el cántaro de leche - Jean de La Fontaine

Había una vez una muchacha, cuyo padre era lechero, con un cántaro de leche en la cabeza.

Caminaba ligera y dando grandes zancadas para llegar lo antes posible a la ciudad, a donde iba para vender la leche que llevaba.

Por el camino empezó a pensar lo que haría con el dinero que le darían a cambio de la leche.

-Compraré un centenar de huevos. O no, mejor tres pollos. ¡Sí, compraré tres pollos!

La muchacha seguía adelante poniendo cuidado de no tropezar mientras su imaginación iba cada vez más y más lejos.

-Criaré los pollos y tendré cada vez más, y aunque aparezca por ahí el zorro y mate algunos, seguro que tengo suficientes para poder comprar un cerdo. Cebaré al cerdo y cuando esté hermoso lo revenderé a buen precio. Entonces compraŕe una vaca, y a su ternero también….

Pero de repente, la muchacha tropezó, el cántaro se rompió y con él se fueron la ternera, la vaca, el cerdo y los pollos.

Jean de La Fontaine (1621 - 1695) es reconocido por ser el creador de fábulas para niños. Esta sencilla historia relata lo ocurrido a una niña que en vez de alegrarse por lo que tenía en el momento, se distrajo haciendo castillos en el aire. Por ello, enseña la importancia de realizar con calma las cosas, sin necesidad de hacer grandes proyectos de inmediato. Cada proceso tiene su ritmo y debe llevarse a cabo paso a paso.

8. La metamorfosis - M. Dimítriev

Había una vez un hombre rico y otro pobre. El rico andaba siempre metido en banquetes y el pobre no tenía nada de nada. Un día llegó un viejo a la casa del rico, y le pidió que le dejara pasar allí la noche:

- Amable señor, ¿podría pernoctar en tu casa?

El rico no le ofreció ningún auxilio y se negó a albergarlo:

- En mi casa - respondió - jamás pasan la noche ni los lisiados, ni los pobres, ni los que van de paso. De modo que no vas a pernoctar aquí. Vete a aquella casa, la que está a cielo abierto. En aquella casa te dejarán pasar la noche.

El viejo le preguntó:

- Amable señor, indíqueme cuál es la casa que está a cielo abierto.

El rico salió afuera para enseñársela:

- Allí está.

Entonces el viejo pasó la mano por la cabeza del rico, y este se metamorfoseó en un caballo.

El viejo pidió al pobre que le dejara pasar la noche en su casa, y le dijo:

- Amable señor, déjame pernoctar en tu casa.

- De acuerdo, abuelo. En mi casa pasa la noche todo el mundo: los pobres, los lisiados y los que van de paso.

- Llevo un caballo conmigo.

- Pues, abuelo, no tengo sitio para un caballo. Tampoco dispongo de heno, y no sé qué es lo que le voy a dar de comer.

El viejo respondió:

- No pasa nada: le dejamos fuera y le daremos polvo de lino y cáñamo para comer.

El pobre dejó el caballo fuera, y el viejo entró en la casa. Al día siguiente, antes de marchar, le dijo al viejo:

- Quiero regalarte este caballo, para que dejes de ser tan pobre.

El pobre se puso a darle las gracias, y llamó a su esposa:

- Mujer, vamos a construir otra casa.

Y juntaron maderas para hacer la casa nueva.

Pasado algún tiempo, el viejo volvió a la casa del pobre, para que le dejara pasar la noche. Pero el pobre ya no le dejó pasar.

- Yo soy el viejo aquel. Lo que pasa es que no me has reconocido.

Y de nuevo pasó la mano por la cabeza del caballo, y le volvió a metamorfosear en hombre. Y el pobre, sin caballo, volvió a quedar reducido a la miseria.

Este texto corresponde a una leyenda bielorrusa y fue anotada por el maestro Dimítriev en la comarca de Novogrúdski, en la provincia de Grodno.

Estos relatos servían para enseñar a los jóvenes pertenecientes a la nobleza ciertos valores. Aquí lo que se rescata es la capacidad que tiene el dinero para corromper a las personas. Al comienzo del cuento se establece que el rico tiene de todo, pero no es capaz de compartirlo y, por ello, recibe una lección.

Por su parte, el pobre no tiene nada para dar, pero está feliz de ayudar a quién sea si es que está en sus manos. Sin embargo, luego de recibir ayuda y convertirse en un hombre con un pequeño patrimonio, se dejó llevar por la soberbia y olvidó la bondad que lo caracterizaba.

9. El conejo y el león - Augusto Monterroso

Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.

Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no solo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.

En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.

De regreso a la ciudad el celebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

Augusto Monterroso (Honduras, 1921 - 2003) es considerado el padre del microcuento en el continente, ya que decidió llevar al extremo la idea de la brevedad y creó historias de un sólo párrafo. De este modo, plantea la idea de un lector moderno que debe participar activamente del relato y añadir su propia interpretación.

En este cuento, hace una comparación entre el comportamiento animal y el humano. Así, aunque el león pueda parecer un animal más fuerte, es más que nada ruido y poca inteligencia. En cambio, el conejo, gracias a su calma y su sabiduría, es capaz de enfrentar las adversidades de una forma mucho más racional y madura.

10. Las cuatro lecciones del gato - Francesc Miralles

Javier vivía con el miedo en el cuerpo desde que había sufrido un infarto. Aunque el médico aseguraba que la recuperación sería rápida, caminaba por su apartamento sumido en la angustia.

En dos semanas tendría que reincorporarse a su empresa de seguros, donde la presión por los resultados era constante. Pese a que estaba siguiendo el tratamiento a rajatabla, no las tenía todas consigo. Sabía que no sobreviviría a otro mano a mano con la muerte.

El teléfono le sacó por unos instantes de sus preocupaciones.Era su hermana. Vivía en su mismo bloque... era extraño no hablar con ella directamente.

—¿Dónde estás?

— En Doha, ¿lo has olvidado? Tengo un congreso de tres días. Me prometiste que cuidarías de Michu. Tienes mi llave.

— Sí, claro... Lo haré, descuida.

Tras colgar, bajó de mala gana al primer piso.

El gato percibió enseguida su presencia; rascó la puerta antes de que introdujera la llave en la cerradura.

A Javier nunca le habían gustado los felinos, quizás porque necesitaba tenerlo todo controlado y los gatos le parecían impredecibles. Por eso apenas se había fijado en la mascota que su hermana había adoptado dos meses atrás.

Michu le acompañó sinuosamente, cruzándose entre sus piernas, mientras le guiaba hasta el rincón de la cocina donde tenía la comida y el agua. El cuenco del agua estaba a la mitad y el del pienso tenía suficiente comida para un día. Su hermana había sido previsora.

Aun así, el gato maullaba frente a los cuencos y le miraba con ojos implorantes.

— Pero ¿tú qué quieres? –se impacientó Javier–. ¡Tienes de todo!

A modo de respuesta, Michu maulló aún más fuerte. El improvisado cuidador tomó entonces la bolsa del pienso y acabó de llenar el cuenco. Acto seguido, el felino se puso a comer satisfecho.

Antes de limpiar la arena, Javier se sentó en el sofá. Desde la distancia, observaba cómo el gato comía con sereno placer. Su hermana siempre le había dicho que de los gatos se aprenden grandes lecciones. Y él acababa de entender la primera. Michu no quería comer, sino que le sirvieran.

“El gato se deja cuidar y querer”. Se dijo para sus adentros Javier. Esa virtud no la tenían todos los humanos, pensó.

Él mismo seguía soltero a sus casi cincuenta porque siempre había visto las atenciones de sus parejas como una amenaza a su libertad. Cuando una novia se volvía demasiado cariñosa, él daba un paso atrás.

Demostrando que Michu sí aceptaba sin problemas el cariño ajeno, tras su almuerzo subió ronroneando al sofá y se sentó al lado de Javier, que le acarició la cabeza. Segundos después cayó dormido en un estado de relajada placidez.

“Cuando el gato descansa, lo hace de forma absoluta”. Bien podía ser esa la segunda lección a aprender, observó Javier.

El descanso de Michu contrastaba con su mal hábito de meterse en la cama con el móvil, contestando mensajes y actualizando las redes sociales hasta el último momento, con lo cual su smartphone vibraba constantemente. Al desconectarlo por fin, siempre había algún mensaje o noticia que se quedaba dando vueltas en su cabeza, propiciando el insomnio.

De repente, de la ventana abierta de la cocina se oyó un zumbido, lo cual hizo que Michu levantara una de sus orejas en esa dirección. Segundos después, un moscardón entraba impunemente en el salón.

Advertido de aquella novedad, el gato saltó sobre una mesa cercana y se puso al acecho, en un estado de total atención.

Todos sus músculos se tensaron, dispuesto a saltar sobre el intruso tan pronto como se pusiera a tiro. El moscardón, sin embargo, pareció detectar el peligro y, describiendo una elipse fuera del alcance de Michu, decidió volver a la cocina y salió por la ventana por la que había entrado.

“El gato hace una sola cosa a la vez, y pone toda su atención en ella”. Esa era la tercera lección, pensó Javier. Al descansar de forma absoluta, en el momento de actuar concentraba toda su energía en un único objetivo.

Decepcionado por el fin del juego, Michu fue a la cocina a beber agua. Un maullido en dirección al salón hizo saber a Javier que quería agua fresca. Tras levantarse para satisfacerle, se dijo que la cuarta lección era: “Si al gato le falta algo, no duda en pedirlo”.

Una cosa que él no había sabido hacer hasta ahora, ni en el trabajo ni en ningún sitio. Mientras se despedía de su pequeño amigo, Javier se prometió que en adelante intentaría aplicar aquellas cuatro lecciones a su propia vida:

Deja que cuiden de ti; cuando descanses, que sea de forma absoluta; haz una sola cosa a la vez, con toda tu atención; si te falta algo, pídelo.

Francesc Miralles (1968) es un escritor catalán que ha orientado su obra hacia el bienestar de las personas. En este breve cuento hace una comparación entre la existencia angustiosa de Javier y la apacible vida que lleva Michi, el gato de su hermana. De esta forma, el protagonista aprende que a veces es necesario adquirir sabiduría de donde menos se lo imaginaba.

11. La cultura del envase - Eduardo Galeano

Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.

En este breve texto, Eduardo Galeano (1940 - 2015) reflexiona sobre los efectos que ha tenido la cultura del consumo en la sociedad actual. Es un mundo demasiado enfocado en las apariencia, que desprecia los contenidos. Así, el ser humano se enfrenta a una realidad en que prima lo inmediato y atractivo, sin darle la verdadera importancia a las cosas que lo merecen.

12. El milagro en el molino - Alexandr Nikoláievich Afanásiev

Llegó un día Cristo, vestido con harapos, a un molino, y empezó a pedir una santa limosna al molinero, que se enfadó y le dijo:

- ¡Vete, vete con Dios lejos de aquí! No se puede dar de comer a todo el mundo.

Y no le dio nada. En aquel mismo momento, un mujik trajo al molino un pequeño saco de centeno para moler. Vio al mendigo y se apiadó de él.

- Ven aquí, que yo te voy a dar un poco de grano.

Y empezó a echar el grano al saco del mendigo. Le echó una medida, pero el mendigo no retiraba el saco.

- ¿Quieres más?

- Sí, por favor.

- Bueno, está bien.

Le echó otra medida. Y el mendigo no retiraba el saco. Le echó una tercera medida, y quedó muy poco grano para el campesino. "¡Qué tonto!", pensó el molinero, "también yo he de cobrarle la molienda del grano, así que no le quedará nada".

Bueno, pues el molinero cogió el grano del campesino y se puso a moler. Pasó un tiempo, pero seguía saliendo harina. ¡Qué milagro! Había muy poco grano, un cuarto, pero acabaron saliendo una veintena de cuartos de harina, y aún quedaba grano que seguía moliéndose. El campesino no sabía ya dónde poner la harina.

Alexandr Nikoláievich Afanásiev (1826 1871) publicó entre 1855 y 1863 ocho volúmenes que reunían cuentos populares rusos. En la tradición eslava, la religión ocupaba un lugar muy importante dentro del mundo campesino. Por ello, muchas de sus historias tradicionales se encuentran relacionadas a Dios, a los santos o a hechos de carácter cristiano.

En este relato se intenta enseñar la bondad hacia el prójimo, pues quienes sean generosos con quienes lo necesitan, serán recompensados con la fortuna del Señor.

13. Amor propio - Voltaire

Un mendigo pedía limosna dignamente, y uno que pasaba le dijo:

-¿No te da vergüenza ejercer este infame oficio pudiendo trabajar?

-Te pido dinero -respondió el mendigo-, no consejo.

A continuación volvió la espalda, conservando toda su dignidad.

Voltaire (1694 - 1778) fue uno de los grandes representantes de la Ilustración. Creía fervientemente que la educación era el camino para el crecimiento de la sociedad, por lo que se propuso escribir relatos con un fin pedagógico. En este breve cuento, expresa la importancia de mantener la dignidad sin importar la situación que sea. De esta manera, depende de cada persona mantener la honra a pesar de las críticas ajenas.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.