15 cuentos cortos para adolescentes y sus reflexiones


Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana

La literatura cumple varias funciones, entre ellas transmitir ideas, valores y conocimientos. Desde la antiguedad, las culturas han compartido historias que tienen un valor simbólico o pedagógico. Estos cuentos breves han sido especialmente seleccionados para adolescentes. En ellos, se puede encontrar una variedad de estilos y mensajes que buscan no sólo acercar la lectura, sino que entregar mensajes edificantes.

1. El zar y la camisa - León Tolstói

Un zar estaba enfermo y dijo: - Daré la mitad de mi reino a quien me cure. Entonces, se reunieron todos los sabios y empezaron a discutir cómo curar al zar. Nadie sabía que hacer. Sólo un sabio afirmó que se podía curar al zar. - Si se encuentra a un hombre feliz -dijo-, se le quita la camisa y se le pone al zar, éste se curará. El zar mandó que buscaran a un hombre feliz por todo su reino, pero por mucho que sus emisarios cabalgaron por todos sus territorios, no pudieron encontrarlo. No había ni uno que estuviese satisfecho de todo. Uno era rico, pero estaba enfermo; otro gozaba de buena salud, pero era pobre; otro era rico y gozaba de buena salud, pero su mujer era malvada, o bien sus hijos; todos tenían algún motivo de queja. Un día, a última hora de la tarde, el hijo del zar pasaba junto a una pequeña isba y oyó a alguien que decía: - Gracias a Dios he trabajado bastante, he comido cuanto necesitaba y ahora me voy a la cama. ¿Qué más puedo pedir? El hijo del zar se alegró, ordeno que le quitasen la camisa a ese hombre, que le diesen una cantidad de dinero a modo de compensación, todo el que quisiera, y que llevaran la camisa al zar. Los emisarios fueron a ver al hombre feliz y quisieron quitarle la camisa; pero ese hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía camisa.

Este cuento pertenece a Libros rusos de lectura que publicó León Tolstói (1828 - 1910) en 1872, el primer proyecto en su país para proveer de material pedagógico a las escuelas.

De esta manera, cumple una labor didáctica. Intenta enseñar a los jóvenes que la verdadera felicidad radica en la percepción que se tiene sobre las cosas y no en los bienes materiales o circunstancias que rodean a las personas.

2. Una fábula taoísta - Julio Trujillo

En el Lieh Tzu se cuenta que un hombre, que había perdido su hacha, sospechaba que se la había robado el hijo de su vecino. Su modo de andar, su talante y su manera de hablar lo señalaban como el ladrón. Sus acciones, cada uno de sus movimientos y, de hecho, su conducta en general indicaban con claridad que él y no otro había robado el hacha. Con el tiempo, sin embargo, mientras cavaba en su jardín, el dueño se encontró con el implemento perdido. Al día siguiente, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, no halló ningún rastro de culpa en sus movimientos, ni en sus acciones, ni en su conducta en general.

El escritor mexicano Julio Trujillo (1969) se ha dedicado principalmente a la poesía. En este breve relato, hace referencia al Lieh Tzu, una de las tres obras principales del taoísmo filosófico. A través de esta anécdota, intenta explicar cómo el ser humano es capaz de determinarse frente a ideas erróneas y juzgar a alguien sin tener argumentos válidos.

3. Los árboles - Franz Kafka

Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente yacen en un suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente afianzados al suelo. Aunque fíjate, incluso eso es aparente.

Franz Kafka (1883 - 1924) es considerado uno de los escritores más importantes de la literatura moderna. Su obra es bastante autobiográfica y muestra al individuo frente a las dificultades de la vida. Al ser de origen judío en la Europa de comienzos de siglo, tuvo bastantes problemas para encajar en la sociedad del periodo. Además, sufrió de tuberculosis desde su juventud, por lo que padecía de una salud delicada.

Por medio de una metáfora, intenta demostrar la resistencia humana frente a las adversidades. Esto será característico en varias de sus obras, pues ante los problemas de la vida, siempre pareciera haber una solución o una raíz que permita aferrarse.

4. El burro y la flauta - Augusto Monterroso

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.

Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.

El escritor Augusto Monterroso (1921 - 2003) se hizo reconocido a nivel mundial como el creador del microcuento, género que pretende reducir al mínimo de elementos una historia.

En este relato breve, el autor postula que la racionalidad no tiene por qué necesariamente ser el camino adecuado en todas las situaciones de la vida. Hay muchas veces en que el azar puede crear oportunidades maravillosas para una criatura tan simple como un burro, del que nadie espera nada. Por ello, depende de cada quién aprender a vislumbrar el potencial que puede llegar a tener cada cosa que sucede.

5. Instrucciones para llorar - Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Julio Cortázar (Argentina, 1914-1984) es uno de los escritores más destacados del siglo XX. En sus cuentos, trató de jugar con las posibilidades del lenguaje, planteando el texto como un artefacto con diversas interpretaciones.

En "Instrucciones para llorar", busca hacernos reflexionar sobre algo tan básico para el ser humano como expresar las emociones. Hace alusión a un acto completamente común, para que así el lector pueda tomar consciencia de la necesidad de dejar de racionalizar la vida y empezar a vivirla.

6. Baby HP - Juan José Arreola

Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la economía hogareña.

El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con perfección al delicado cuerpo infantil, mediante cómodos cinturones, pulseras, anillos y broches. Las ramificaciones de este esqueleto suplementario recogen cada uno de los movimientos del niño, haciéndolos converger en una botellita de Leyden que puede colocarse en la espalda o en el pecho, según necesidad. Una aguja indicadora señala el momento en que la botella está llena. Entonces usted, señora, debe desprenderla y enchufarla en un depósito especial, para que se descargue automáticamente. Este depósito puede colocarse en cualquier rincón de la casa, y representa una preciosa alcancía de electricidad disponible en todo momento para fines de alumbrado y calefacción, así como para impulsar alguno de los innumerables artefactos que invaden ahora los hogares.

De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando en que es una fuente generosa de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro horas del día se transforma, gracias al Baby H.P., en unos inútiles segundos de tromba licuadora, o en quince minutos de música radiofónica.

Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas del servicio público, enlazando todos los depósitos familiares.

El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no cohíbe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espíritu, puede despertarse la ambición individual de las criaturas, otorgándoles pequeñas recompensas cuando sobrepasen sus récords habituales. Para este fin se recomiendan las golosinas azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras más calorías se añadan a la dieta del niño, más kilovatios se economizan en el contador eléctrico.

Los niños deben tener puesto día y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo lleven siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo, de las que ellos vuelven con el acumulador rebosante de energía.

Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y centellas. Ningún accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre todo si se siguen al pie de la letra las indicaciones contenidas en los folletos explicativos que se obsequian en cada aparato.

El Baby H.P. está disponible en las buenas tiendas en distintos tamaños, modelos y precios. Es un aparato moderno, durable y digno de confianza, y todas sus coyunturas son extensibles. Lleva la garantía de fabricación de la casa J. P. Mansfield & Sons, de Atlanta, Ill.

Juan José Arreola (México, 1918 - 2002) se caracterizó por una obra en la que predomina el humor, la ironía y el juego con el lector. En este cuento, toma el estilo de la propaganda para intentar vender un producto que promete sacar provecho al exceso de energía de los niños.

Por medio del humor, realiza una fuerte crítica a la sociedad capitalista que intenta que todo en la vida de las personas pase a ser parte del mercado. Arreola se adelanta bastante a su época, pues lo publicó en 1952, en donde la productividad y el consumo no eran tan fuertes como hoy.

Resulta necesario que las nuevas generaciones puedan discutir los límites entre tecnología y humanidad, para así poner en cuestión la dirección que está tomando la sociedad contemporánea.

7. Fábula - Braulio Arenas

Un pastor se encuentra con un lobo.
- Qué hermosa dentadura tiene usted, señor lobo! le dice.
- ¡Oh! - responde el lobo - mi dentadura no vale gran cosa, pues es una dentadura postiza.
- Confesión por confesión - dice el pastor - si su dentadura es postiza, yo puedo confesarle que no soy pastor: soy oveja.

Braulio Arenas (Chile, 1913 - 1988) se dedicó a la poesía, al teatro y a la narrativa. En este breve texto, recurre al formato de las fábulas antiguas para relatar, de forma cómica, que las apariencias no siempre son lo que parecen.

8. El fantasma provechoso - Daniel Defoe

Un caballero rural tenía una vieja casa que era todo lo que quedaba de un antiguo monasterio o convento derruido, y resolvió demolerla aunque pensaba que era demasiado el gusto que esa tarea implicaría. Entonces pensó en una estratagema, que consistía en difundir el rumor de que la casa estaba encantada, e hizo esto con tal habilidad que empezó a ser creído por todos. Con ese objeto se confeccionó un largo traje blanco y con él puesto se propuso pasar velozmente por el patio interior de la casa justo en el momento en que hubiera citado a otras personas, para que estuvieran en la ventana y pudiesen verlo. Ellos difundirían después la noticia de que en la casa había un fantasma. Con este propósito, el amo y la esposa y toda la familia fueron llamados a la ventana donde, aunque estaba tan oscuro que no podía decirse con certeza qué era, sin embargo se podía distinguir claramente la blanca vestidura que cruzaba el patio y entraba por una puerta del viejo edificio. Tan pronto como estuvieron adentro, percibieron en la casa una llamarada que el caballero había planeado hacer con azufre y otros materiales, con el propósito de que dejara un tufo de sulfuro y no sólo el olor de la pólvora.

Como lo esperaba, la estratagema dio resultado. Alguna gente fantasiosa, teniendo noticia de lo que pasaba y deseando ver la aparición, tuvo la ocasión de hacerlo y la vio en la forma en que usualmente se mostraba. Sus frecuentes caminatas se hicieron cosa corriente en una parte de la morada donde el espíritu tenía oportunidad de deslizarse por la puerta hacia otro patio y después hacia la parte habitada.

Inmediatamente se empezó a decir que en la casa había dinero escondido, y el caballero esparció la noticia de que él comenzaría a excavar, seguro de que la gente se pondría muy ansiosa de que así se hiciera. En cambio, no hacía nada al respecto. Se seguía viendo la aparición ir y venir, caminar de un lado para otro, casi todas las noches, y siempre desvaneciéndose con una llamarada, como ya dije, lo cual era realmente extraordinario.

Al fin, alguna gente de la villa vecina, viendo que el caballero daba a la larga o descuidaba el asunto, comenzó a preguntarse si el buen hombre les permitiría excavar, porque sin duda había allí dinero escondido. Pues, si él consentía en que ellos lo cogieran si lo encontraban, excavarían y lo encontrarían aunque tuvieran que excavar toda la casa y tirarla abajo.

El caballero replicó que no era justo que excavaran y tiraran la casa abajo, y que por eso obtuvieran todo lo que encontraran. ¡Eso era muy duro de tragar! Pero que él autorizaba esto: que ellos acarrearían todos los escombros y los materiales que excavaran y aparecían los ladrillos y las maderas en el terreno vecino a la casa, y que a él le correspondería la mitad de lo que encontraran.

Ellos consintieron y comenzaron a trabajar. El espíritu o aparición que rondaba al principio pareció abandonar el lugar, y lo primero que demolieron fue los caños de las chimeneas, lo que significó un gran trabajo. Pero el caballero, deseoso de alentarlos, escondió secretamente veintisiete piezas de oro antiguo en un agujero de la chimenea que no tenía entrada más que por un lado, y que después tapió.

Cuando llegaron hasta el dinero, los ilusos se engañaron totalmente y se maravillaron sin querer razonar. Por casualidad el caballero estaba cerca, pero no exactamente en el lugar, cuando se produjo el hallazgo, cuando lo llamaron. Muy generosamente les dio todo, pero con la condición que no esperaran lo mismo de lo que después encontraran.

En una palabra, este mordisco en su ambición hizo trabajar a los campesinos como burros y meterse más en el engaño. Pero lo que más los alentó fue que en realidad encontraron varias cosas de valor al excavar en la casa, las que tal vez habían estado escondidas desde el tiempo en que se había construido el edificio, por ser una casa religiosa. Algún otro dinero fue encontrado también, de modo que la continua expectación y esperanza de encontrar más de tal manera animó a los campesinos, que muy pronto tiraron la casa abajo. Sí, puede decirse que la demolieron hasta sus mismas raíces, porque excavaron los cimientos, que era lo que deseaba el caballero, y que hubiérale llevado mucho dinero hacer.

No dejaron en la casa ni la cueva para un ratón. Pero, de acuerdo con el trato, llevaron los materiales y apilaron la madera y los ladrillos en un terreno adyacente como el caballero lo había ordenado, y de manera muy pulcra.

Estaban tan persuadidos -a raíz de la aparición que caminaba por la casa- de que había dinero escondido ahí, que nada podía detener la ansiedad de los campesinos por trabajar. De hecho, sí encontraron algunos objetos de valor del antiguo monasterio, algo que los espoleó aún más. Al final, la casa fue derruida por entero y los escombros retirados, cumpliendo el caballero con su deseo y empleando para ello apenas un poco de ingenio.

Daniel Defoe (Inglaterra, 1660 - 1731) es reconocido a nivel mundial como el autor de Robinson Crusoe, una de las novelas de aventuras más famosas de todos los tiempos.

En este relato breve se analizan dos temas. Primero, se puede encontrar la figura del pícaro, aquel que utiliza su ingenio para obtener provecho. Luego, el autor nos muestra que debido a la avaricia de las personas, el hombre logra su cometido, pues no parece haber ningún obstáculo cuando el ser humano se mueve a partir del dinero.

9. A imagen y semejanza - Mario Benedetti

Era la última hormiga de la caravana, y no pudo seguir la ruta de sus compañeras. Un terrón de azúcar había resbalado desde lo alto, quebrándose en varios terroncitos. Uno de éstos le interceptaba el paso. Por un instante la hormiga quedó inmóvil sobre el papel color crema. Luego, sus patitas delanteras tantearon el terrón. Retrocedió, después se detuvo. Tomando sus patas traseras como casi punto fijo de apoyo, dio una vuelta alrededor de sí misma en el sentido de las agujas de un reloj. Sólo entonces se acercó de nuevo. Las patas delanteras se estiraron, en un primer intento de alzar el azúcar, pero fracasaron. Sin embargo, el rápido movimiento hizo que el terrón quedara mejor situado para la operación de carga. Esta vez la hormiga acometió lateralmente su objetivo, alzó el terrón y lo sostuvo sobre su cabeza. Por un instante pareció vacilar, luego reinició el viaje, con un andar bastante más lento que el que traía. Sus compañeras ya estaban lejos, fuera del papel, cerca del zócalo. La hormiga se detuvo, exactamente en el punto en que la superficie por la que marchaba, cambiaba de color. Las seis patas hollaron una N mayúscula y oscura. Después de una momentánea detención, terminó por atravesarla. Ahora la superficie era otra vez clara. De pronto el terrón resbaló sobre el papel, partiéndose en dos. La hormiga hizo entonces un recorrido que incluyó una detenida inspección de ambas porciones, y eligió la mayor. Cargó con ella, y avanzó. En la ruta, hasta ese instante libre, apareció una colilla aplastada. La bordeó lentamente, y cuando reapareció al otro lado del pucho, la superficie se había vuelto nuevamente oscura porque en ese instante el tránsito de la hormiga tenía lugar sobre una A. Hubo una leve corriente de aire, como si alguien hubiera soplado. Hormiga y carga rodaron. Ahora el terrón se desarmó por completo. La hormiga cayó sobre sus patas y emprendió una enloquecida carrerita en círculo. Luego pareció tranquilizarse. Fue hacia uno de los granos de azúcar que antes había formado parte del medio terrón, pero no lo cargó. Cuando reinició su marcha no había perdido la ruta. Pasó rápidamente sobre una D oscura, y al reingresar en la zona clara, otro obstáculo la detuvo. Era un trocito de algo, un palito acaso tres veces más grande que ella misma. Retrocedió, avanzó, tanteó el palito, se quedó inmóvil durante unos segundos. Luego empezó la tarea de carga. Dos veces se resbaló el palito, pero al final quedó bien afirmado, como una suerte de mástil inclinado. Al pasar sobre el área de la segunda A oscura, el andar de la hormiga era casi triunfal. Sin embargo, no había avanzado dos centímetros por la superficie clara del papel, cuando algo o alguien movió aquella hoja y la hormiga rodó, más o menos replegada sobre sí misma. Sólo pudo reincorporarse cuando llegó a la madera del piso. A cinco centímetros estaba el palito. La hormiga avanzó hasta él, esta vez con parsimonia, como midiendo cada séxtuple paso. Así y todo, llegó hasta su objetivo, pero cuando estiraba las patas delanteras, de nuevo corrió el aire y el palito rodó hasta detenerse diez centímetros más allá, semicaído en una de las rendijas que separaban los tablones del piso. Uno de los extremos, sin embargo, emergía hacia arriba. Para la hormiga, semejante posición representó en cierto modo una facilidad, ya que pudo hacer un rodeo a fin de intentar la operación desde un ángulo más favorable. Al cabo de medio minuto, la faena estaba cumplida. La carga, otra vez alzada, estaba ahora en una posición más cercana a la estricta horizontalidad. La hormiga reinició la marcha, sin desviarse jamás de su ruta hacia el zócalo. Las otras hormigas, con sus respectivos víveres, habían desaparecido por algún invisible agujero. Sobre la madera, la hormiga avanzaba más lentamente que sobre el papel. Un nudo, bastante rugoso de la tabla, significó una demora de más de un minuto. El palito estuvo a punto de caer, pero un particular vaivén del cuerpo de la hormiga aseguró su estabilidad. Dos centímetros más y un golpe resonó. Un golpe aparentemente dado sobre el piso. Al igual que las otras, esa tabla vibró y la hormiga dio un saltito involuntario, en el curso del cual, perdió su carga. El palito quedó atravesado en el tablón contiguo. El trabajo siguiente fue cruzar la hendidura, que en ese punto era bastante profunda. La hormiga se acercó al borde, hizo un leve avance erizado de alertas, pero aún así se precipitó en aquel abismo de centímetro y medio. Le llevó varios segundos rehacerse, escalar el lado opuesto de la hendidura y reaparecer en la superficie del siguiente tablón. Ahí estaba el palito. La hormiga estuvo un rato junto a él, sin otro movimiento que un intermitente temblor en las patas delanteras. Después llevó a cabo su quinta operación de carga. El palito quedó horizontal, aunque algo oblicuo con respecto al cuerpo de la hormiga. Esta hizo un movimiento brusco y entonces la carga quedó mejor acomodada. A medio metro estaba el zócalo. La hormiga avanzó en la antigua dirección, que en ese espacio casualmente se correspondía con la veta. Ahora el paso era rápido, y el palito no parecía correr el menor riesgo de derrumbe. A dos centímetros de su meta, la hormiga se detuvo, de nuevo alertada. Entonces, de lo alto apareció un pulgar, un ancho dedo humano y concienzudamente aplastó carga y hormiga.

Mario Benedetti (Uruguay, 1920 - 2009) se caracteriza por una narrativa sencilla que reflexiona sobre la cotidianidad en la existencia. En este cuento, el autor hace un llamado a considerar a cada criatura que existe en el mundo.

Con gran detalle, narra la travesía de una pequeña hormiga que, con todo su esfuerzo, lucha por llevar un terrón de azúcar a su hogar. Sin embargo, luego de enfrentar muchos obstáculos es destruida por un dedo humano.

El título "A imagen y semejanza" alude al relato bíblico en el que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. La lección se encuentra en que las personas deben aprender a respetar cada vida, por muy insignificante que parezca, ya que todos forman parte del milagro de la creación.

10. El espíritu nuevo - Leopoldo Lugones

En un barrio mal afamado de Jafa, cierto discípulo anónimo de Jesús disputaba con las cortesanas.

-La Magdalena se ha enamorado del rabí -dijo una.

-Su amor es divino -replicó el hombre.

-¿Divino?… ¿Me negarás que adora sus cabellos blondos, sus ojos profundos, su sangre real, su saber misterioso, su dominio sobre las gentes; su belleza, en fin?

-No cabe duda; pero lo ama sin esperanza, y por esto es divino su amor.

Leopoldo Lugones (1874 - 1938) fue el máximo exponente del modernismo en Argentina. En este breve relato, intenta hacer reflexionar al lector sobre el poder de la fe. Aunque tener una creencia religiosa ayuda muchísimo a sobrellevar los problemas del día a día, es ese amor sin esperanza de recibir nada a cambio lo que caracteriza el poder de los creyentes.

11. La araña pollito - Horacio Quiroga

Esta gran araña se llama así, según la etimología popular, por su capacidad para atacar y devorar un pollito. No es fácil, sin embargo, que pueda hacerlo. Ni sus costumbres ni sus fuerzas se lo permiten con éxito. Más fácilmente se ha de contentar con insectos de su familia, a semejanza de todas las arañas. Sus dientes, sin embargo, no son cosa de despreciar, ni aún por un ser humano, conforme se verá por el siguiente ejemplo: un hombre que yo conocía, envejecido en la dura vida del extremo nordeste de la república, no había perdido a sus años la costumbre de reírse cada vez que oía hablar del veneno de la araña pollito.
Este hombre había sido mordido dos veces por tantas yararás, y una vez por una serpiente de cascabel. En la mitad de su vida, un rayo le había arrancado todos los dientes superiores. Debido, sin duda, a esta familiaridad con los acontecimientos de volumen, el hombre resistíase a admitir el peligro que encarnan los vellosos y curvos dientes de la araña pollito.
- Yo he visto más de mil en mi vida - decía-. Y todas aplastadas de patas contra el suelo.
Yo sabía en esa época de dos endurecidos peones de monte, que se habían desmayado instantáneamente al ser mordidos por esa araña.
- Dos miedosos, nada más; (él sabía bien que no eran miedosos) - decía riendo nuestro incrédulo.
Pues bien; supe una mañana que dicho hombre acababa de ser visto sentado junto al fogón con una vincha mojada sobre la frente, quejándose bien alto mientras se balanceaba en el banco.
Había sido mordido por una araña pollito.
Fui a ver a aquel escéptico, sin reírme en lo más mínimo, porque sospechaba que no había lugar a risa alguna.
- ¡Maldita basura! - me dijo inmediatamente el hombre mordido -. No puedo ni tomar agua todavía...¡Y he aplastado miles y miles de esos bichos, le aseguro... Figúrese que hace un rato yo estaba aquí mismo... esperando que hirvieran porotos...cuando bien por encima de mi cabeza una de esas arañas bajó del techo por el caño de la escopeta... Yo la arranqué del caño por una pata, y en el aire sentí que se me enredaba en los dedos...y me picó. En seguida, en el momento mismo, vi todo azul... y sentí que las piernas se me doblaban... Y casi caigo sentado en la olla de porotos... ¡Nunca creí, yo le juro, que uno pudiera perder tan de golpe las fuerzas, y ver azul el barro!...
Los otros dos hombres mordidos por una araña pollito, de que he hecho mención, sufrieron igual síncope. Uno cayó desmayado con la mitad del cuerpo dentro del agua, y el otro se desplomó sin sentido, a pleno sol de fuego.
Pero tanto el uno como el otro, e igualmente nuestro conocido, no sufrieron mayores molestias, salvo una ligera hinchazón de la parte mordida, y un atroz dolor de cabeza que los hacía hamacarse gimiendo.

Horacio Quiroga (Uruguay, 1878 - 1937) es considerado el padre del cuento latinoamericano. En sus obra exploró el espacio de la selva, la relación del hombre con la muerte y el inconmensurable poder de la naturaleza.

Este cuento comienza describiendo a la "araña pollito", un insecto de gran tamaño que suele verse en el campo. Luego, se muestra que el anciano peca de soberbia. Ha vivido tantas experiencias traumáticas en su contacto con el mundo salvaje, que no le teme a aquella simple criatura que, por lo general, es lenta y poco agresiva.

Sin embargo, luego de un encuentro con ella, va a experimentar un dolor inimaginable. Por ello, vemos que la moraleja reside en no subestimar a nada ni a nadie, ya que de donde menos se espera, puede haber peligro.

12. Los desarraigados - Cristina Peri Rossi

A menudo se ven, caminando por las calles de las grandes ciudades, a hombres y mujeres que flotan en el aire, en un tiempo y espacio suspendidos. Carecen de raíces en los pies, y a veces hasta carecen de pies. No les brotan raíces de los cabellos ni suaves lianas atan su tronco a alguna clase de suelo. Son como algas impulsadas por las corrientes marinas, y cuando se fijan a alguna superficie es por casualidad y dura sólo un momento. En seguida vuelven a flotar y hay cierta nostalgia en ello.

La ausencia de raíces les confiere un aire particular, impreciso; por eso resultan incómodos en todas partes y no se los invita a las fiestas ni a las casas, porque resultan sospechosos. Es cierto que en apariencia realizan los mismos actos que el resto de los seres humanos: comen, duermen, caminan y hasta mueren, pero quizás el observador atento podría descubrir que en su manera de comer, de dormir, caminar y morir hay una leve y casi imperceptible diferencia. Comen hamburguesas McDonald's o emparedados de pollo Pokins, ya sea en Berlín, Barcelona o Montevideo. Y lo que es mucho peor todavía: encargan un menú estrafalario, compuesto por gazpacho, puchero y crema inglesa. Duermen por la noche, como todo el mundo, pero cuando despiertan en la oscuridad de una miserable habitación de hotel tienen un momento de incertidumbre: no recuerdan dónde están, ni qué día es, ni el nombre de la ciudad en que viven.

Carecer de raíces otorga a sus miradas un rasgo característico: una tonalidad celeste y acuosa, huidiza, la de alguien que en lugar de sustentarse firmemente en raíces adheridas al pasado y al territorio, flota en un espacio vago e impreciso.

Aunque algunos al nacer poseían unos filamentos nudosos que sin duda con el tiempo se convertirían en sólidas raíces, por alguna razón u otra las perdieron, les fueron sustraídas o amputadas, y este desgraciado hecho los convierte en una especie de apestados. Pero en lugar de suscitar la conmiseración ajena, suelen despertar animadversión: se sospecha que son culpables de alguna oscura falta, el despojo (si lo hubo, porque podría tratarse de una carencia de nacimiento) los vuelve culpables.

Una vez que se han perdido, las raíces son irrecuperables. En vano el desarraigado permanece varias horas parado en una esquina, junto a un árbol, contemplando de soslayo esos largos apéndices que unen la planta con la tierra: las raíces no son contagiosas ni se adhieren a un cuerpo extraño. Otros piensan que permaneciendo mucho tiempo en la misma ciudad o país es posible que alguna vez le sean concedidas unas raíces postizas, unas raíces de plástico, por ejemplo, pero ninguna ciudad es tan generosa.

Sin embargo, hay desarraigados optimistas. Son los que procuran ver el lado bueno de las cosas y afirman que carecer de raíces proporciona gran libertad de movimientos, evita las dependencias incómodas y favorece los desplazamientos. En medio de su discurso, sopla un viento fuerte y desaparecen, tragados por el aire.

Cristina Peri Rossi (Uruguay, 1941) es una de las voces latinoamericanas más interesantes del panorama actual. Debido a la dictadura en su país natal, tuvo que emigrar a España en 1972, donde reside actualmente. La condición de exiliada es un tema recurrente en su obra y en este cuento se trabaja de manera metafórica.

Los inmigrantes cortan sus lazos con el pasado y existen en una especie de presente perpetuo en el que les resulta imposible volver a aferrarse. La historia intenta hacer entender la sensación que tiene alguien que ha debido abandonar su país y radicarse en un lugar con otra cultura y costumbres.

El narrador afirma "en apariencia realizan los mismos actos que el resto de los seres humanos: comen, duermen, caminan y hasta mueren". Con esto, intenta hacer reflexionar al lector sobre la actitud que se tiene ante los extranjeros, un tema que es necesario analizar y discutir en la actualidad.

13. Nacimiento - Vicente Battista

Los antropólogos de la Universidad de Duke, en los Estados Unidos, estiman que el hombre de Neanderthal, que habitó la tierra hace más de cuatrocientos mil años, poseía el don de la palabra. Esta novedad podría contestar una pregunta que hasta hoy no tenía respuesta.

Para encontrar esa respuesta habrá que retroceder hasta una tribu de Neanderthal, una noche en especial. Los hombres y mujeres están alrededor del fuego, buscan calor y celebran el fin de otra jornada. A la mañana de ese mismo día, los hombres habían partido de caza en busca de alimentos. Las mujeres, en tanto, cuidaban a sus críos. Ahora que el sol ya se fue, es tiempo de descanso y de contar las experiencias del día. Cada hombre dice cómo atrapó a la presa que perseguía. No sabe mentir.

Pero para uno de estos hombres la caza había sido un fracaso. Cuando llega su turno, no tiene proezas para contar. Entonces decide inventarlas. Miente una cacería imposible. Lo hace con tal perfección que transforma esa mentira en una historia bella y apasionante. Todos piden que la repita. Aquella noche, sin saberlo, ese anónimo hombre de Neanderthal acababa de inventar la literatura.

El escritor argentino Vicente Battista (1940) plantea el poder que tienen las palabras para crear realidad. Frente a la cruda decepción de su día, aquel "primer" hombre intentó mirar de forma más alegre sus circunstancias. Así, creó la literatura como una herramienta que enseña, entretiene y ayuda a los seres humanos en el transcurso de su existencia.

14. El mundo - Eduardo Galeano

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.

Y dijo que somos un mar de fueguitos.

- El mundo es eso - reveló - un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.

Eduardo Galeano (1940 - 2015) es uno de los escritores más reconocidos de América Latina. En su obra, analiza de manera crítica la realidad del continente. En "El mundo" vislumbra la existencia humana como campos de energía que entregan lo que tienen en su interior. De esta manera, lo importante en la vida es cultivar el alma por sobre otros intereses.

15. Vendrán lluvias suaves - Ray Bradbury

En el living, cantaba el reloj con voz: tic-tac, las siete, arriba, ¡las siete! como si temiera que nadie se levantara. Esa mañana la casa estaba vacía. El reloj continuó con su tic-tac, repitiendo y repitiendo sus sonidos en el vacío. Las siete, y uno, el desayuno, ¡las siete y uno!

En la cocina, el horno del desayuno dejó escapar un silbido y arrojó de su cálido interior ocho tostadas perfectamente hechas, ocho huevos perfectamente fritos, dieciséis tajadas de panceta, dos cafés y dos vasos de leche fresca.

Hoy es 4 de agosto de 2026, dijo una segunda voz desde el cielo raso de la cocina, en la ciudad de Allendale, California. Repitió la fecha tres veces para que todos la recordaran. Hoy es el cumpleaños del señor Featherstone. Hoy es el aniversario de casamiento de Tilita. Hay que pagar el seguro, y también las cuentas de agua, gas y electricidad.

En algún lugar dentro de las paredes, los transmisores cambiaban, las cintas de memorias se deslizaban bajo los ojos eléctricos.

Ocho y uno, tictac, ocho y uno, a la escuela, al trabajo, corran, corran, ¡ocho y uno! Pero no se oyeron portazos, ni las suaves pisadas de las zapatillas sobre las alfombras. Afuera llovía. La caja meteorológica en la puerta de entrada recitó suavemente: Lluvia, lluvia, gotas, impermeables para hoy… Y la lluvia caía sobre la casa vacía, despertando ecos.

Afuera, la puerta del garaje se levantó, sonó un timbre y reveló el auto preparado. Después de una larga espera la puerta volvió a bajar.

A las ocho y treinta los huevos estaban secos y las tostadas duras como una piedra. Una pala de aluminio los llevó a la pileta, donde recibieron un chorro de agua caliente y cayeron en una garganta de metal que los digirió y los llevó hasta el distante mar. Los platos sucios cayeron en una lavadora caliente y salieron perfectamente secos.

Nueve y quince, cantó el reloj, hora de limpiar.

De los reductos de la pared salieron diminutos ratones robots. Los pequeños animales de la limpieza, de goma y metal, se escurrieron por las habitaciones. Golpeaban contra los sillones, giraban sobre sus soportes sacudiendo las alfombras, absorbiendo suavemente el polvo oculto. Luego, como misteriosos invasores, volvieron a desaparecer en sus reductos. Sus ojos eléctricos rosados se esfumaron. La casa estaba limpia.

Las diez. Salió el sol después de la lluvia. La casa estaba sola en una ciudad de escombros y cenizas. Era la única casa que había quedado en pie. Durante la noche, la ciudad en ruinas producía un resplandor radiactivo que se veía desde kilómetros de distancia.

Las diez y quince. Los rociadores del jardín se convirtieron en fuentes doradas, llenando el aire suave de la mañana de ondas brillantes. El agua golpeaba contra los vidrios de las ventanas, corría por la pared del lado oeste, chamuscado, donde la casa se había quemado en forma pareja y había desaparecido la pintura blanca. Todo el lado occidental de la casa estaba negro, excepto en cinco lugares. Allí la silueta pintada de un hombre cortando el césped. Allá, como en una fotografía, una mujer inclinada, recogiendo flores. Un poco más adelante, sus imágenes quemadas en la madera, en un instante titánico, un niñito con las manos alzadas; un poco más arriba, la imagen de una pelota arrojada, y frente a él una niña, con las manos levantadas como para recibir esa pelota que nunca bajó.

Quedaban las cinco zonas de pintura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una delgada capa de carbón.

El suave rociador llenó el jardín de luces que caían.

Hasta ese día, cuánta reserva había guardado la casa. Con cuánto cuidado había preguntado: «¿Quién anda? ¿Contraseña?», y, al no recibir respuesta de los zorros solitarios y los gatos que gemían, había cerrado sus ventanas y bajado las persianas con una preocupación de solterona por la autoprotección, casi lindante con la paranoia mecánica.

La casa se estremecía con cada sonido. Si un gorrión rozaba una ventana, la persiana se levantaba de golpe. ¡El pájaro, sobresaltado, huía! ¡No, ni siquiera un pájaro debía tocar la casa!

La casa era un altar con diez mil asistentes, grandes y pequeños, que reparaban y atendían, en grupos. Pero los dioses se habían marchado, y el ritual de la religión continuaba, sin sentido, inútil.

Las doce del mediodía.

Un perro aulló, temblando, en el pórtico de entrada.

La puerta del frente reconoció la voz del perro y abrió. El perro, antes enorme y fornido, en ese momento flaco hasta los huesos y cubierto de llagas, entró en la casa y la recorrió, dejando huellas de barro. Detrás de él se escurrían furiosos ratones, enojados por tener que recoger barro, alterados por el inconveniente.

Porque ni un fragmento de hoja seca pasaba bajo la puerta sin que se abrieran de inmediato los paneles de las paredes y los ratones de limpieza, de cobre, saltaran rápidamente para hacer su tarea. El polvo, los pelos, los papeles, eran capturados de inmediato por sus diminutas mandíbulas de acero, y llevados a sus madrigueras. De allí, pasaban por tubos hasta el sótano, donde caían en un incinerador.

El perro subió corriendo la escalera, aullando histéricamente ante cada puerta, comprendiendo por fin, lo mismo que comprendía la casa, que allí sólo había silencio.

Husmeó el aire y arañó la puerta de la cocina. Detrás de la puerta, el horno estaba haciendo panqueques que llenaban la casa de un olor apetitoso mezclado con el aroma de la miel.

El perro echó espuma por la boca, tendido en el suelo, husmeando, con los ojos enrojecidos. Echó a correr locamente en círculos, mordiéndose la cola, lanzado a un frenesí, y cayó muerto. Estuvo una hora en el living.

Las dos, cantó una voz.

Percibiendo delicadamente la descomposición, los regimientos de ratones salieron silenciosamente, como hojas grises en medio de un viento eléctrico.

Las dos y quince.

El perro había desaparecido.

En el sótano, el incinerador resplandeció de pronto con un remolino de chispas que saltaron por la chimenea.

Las dos y treinta y cinco.

De las paredes del patio brotaron mesas de bridge. Cayeron naipes sobre la felpa, en una lluvia de piques, diamantes, tréboles y corazones. Apareció una exposición de Martinis en una mesa de roble, y saladitos. Se oía música.

Pero las mesas estaban en silencio, y nadie tocaba los naipes.

A las cuatro, las mesas se plegaron como grandes mariposas y volvieron a entrar en los paneles de la pared.

Cuatro y treinta.

Las paredes del cuarto de los niños brillaban.

Aparecían formas de animales: jirafas amarillas, leones azules, antílopes rosados, panteras lilas que daban volteretas en una sustancia de cristal. Las paredes eran de vidrio. Se llenaban de color y fantasía. El rollo oculto de una película giraba silenciosamente, y las paredes cobraban vida. El piso del cuarto parecía una pradera. Sobre ella corrían cucarachas de aluminio y grillos de hierro, y en el aire cálido y tranquilo las mariposas rojas de delicada textura aleteaban entre los fuertes aromas que dejaban los animales… había un ruido como de una gran colmena amarilla de abejas dentro de un hueco oscuro, el ronroneo perezoso de un león. Y de pronto el ruido de las patas de un okapi y el murmullo de la fresca lluvia en la jungla, y el ruido de pezuñas en el pasto seco del verano. Luego las paredes se disolvían para transformarse en campos de pasto seco, kilómetros y kilómetros bajo un interminable cielo caluroso. Los animales se retiraban a los matorrales y a los pozos de agua.

Era la hora de los niños.

Las cinco. La bañera se llenó de agua caliente y cristalina.

La seis, la siete, las ocho. La vajilla de la cena se colocó en su lugar como por arte de magia, y en el estudio hubo un click. En la mesa de metal frente a la chimenea, donde en ese momento chisporroteaban las llamas, saltó un cigarro, con un centímetro de ceniza gris en la punta, esperando.

Las nueve. Las camas calentaron sus circuitos ocultos, porque las noches eran frías en esa zona.

Las nueve y cinco. Habló una voz desde el cielo raso del estudio: Señora Mc Clellan, ¿qué poema desea esta noche?

La casa estaba en silencio.

La voz dijo por fin:

Ya que usted no expresa su preferencia, elegiré un poema al azar. Comenzó a oírse una suave música de fondo. Sara Teasdale. Según recuerdo, su favorito…

Vendrán las lluvias suaves y el olor a tierra
Y el leve ruido del vuelo de las golondrinas

El canto nocturno de los sapos en los charcos
La trémula blancura del ciruelo silvestre

Los ruiseñores con sus plumas de fuego
Silbando sus caprichos en la alambrada

Y ninguno sabrá si hay guerra
Ni le importará el final, cuando termine

A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol,
Si desapareciera la humanidad

Ni la primavera, al despertar al alba,
Se enteraría de que ya no estamos.

El fuego ardía en la chimenea de piedra y el cigarro cayó en un montículo de ceniza en el cenicero. Los sillones vacíos se miraban entre las paredes silenciosas, y sonaba la música.

A las diez la casa comenzó a apagarse.

Soplaba el viento. Una rama caída de un árbol golpeó contra la ventana de la cocina. Un frasco de solvente se hizo añicos sobre la cocina. ¡La habitación ardió en un instante!

¡Fuego! gritó una voz. Se encendieron las luces de la casa, las bombas de agua de los cielos rasos comenzaron a funcionar. Pero el solvente se extendió sobre el linóleo, lamiendo, devorando, bajo la puerta de la cocina, mientras las voces continuaban gritando al unísono: ¡Fuego, fuego, fuego!

La casa trataba de salvarse. Las puertas se cerraban herméticamente, pero el calor rompió las ventanas y el viento soplaba y avivaba el fuego.

La casa cedió mientras el fuego, en diez mil millones de chispas furiosas, se trasladaba con llameante facilidad de una habitación a otra y luego subía la escalera. Mientras las ratas de agua se escurrían y chillaban desde las paredes, proyectaban su agua, y corrían a buscar más. Y los rociadores de la pared soltaban chorros de lluvia mecánica.

Pero demasiado tarde. En alguna parte, con un suspiro, una bomba se detuvo. La lluvia bienhechora cesó. La reserva de agua que había llenado los baños y había lavado los platos durante muchos días silenciosos se había terminado.

El fuego subía la escalera, creciendo, se alimentaba en los Picasso y los Matisse de las salas del piso alto, como si fueran manjares, quemando los óleos, tostando tiernamente las telas hasta convertirlas en despojos negros.

¡El fuego ya llegaba a las camas, a las ventanas, cambiaba los colores de los cortinados!

Luego, aparecieron los refuerzos.

Desde las puertas trampa del altillo, los rostros ciegos de los robots miraban con sus bocas abiertas de donde salía una sustancia química verde.

El fuego retrocedió, como habría retrocedido hasta un elefante a la vista de una serpiente muerta. En ese momento había veinte serpientes ondulando por el suelo, matando el fuego con un claro y frío veneno de espuma verde.

Pero el fuego era inteligente. Había lanzado llamas fuera de la casa, que subieron al altillo donde estaban las bombas. ¡Una explosión! El cerebro del altillo que dirigía las bombas quedó destrozado.

El fuego volvió a todos los armarios y las ropas colgadas en ellos.

La casa se estremeció, hasta sus huesos de roble, su esqueleto desnudo se encogía con el calor, sus cables, sus nervios salían a la luz como si un cirujano hubiera abierto la piel para dejar las venas y los capilares rojos temblando en el aire escaldado. ¡Auxilio, auxilio! ¡Fuego! ¡Rápido, rápido!

El calor quebraba los espejos como si fueran el primer hielo delgado del invierno. Y las voces gemían, fuego, fuego, corran, corran, como una trágica canción infantil.

Y las voces morían mientras los cables saltaban de sus envolturas como castañas calientes. Una, dos, tres, cuatro, cinco voces murieron y ya no se oyó ninguna.

En el cuarto de los niños ardió la jungla. Rugieron los leones azules, saltaron las jirafas púrpuras. Las panteras corrían en círculos, cambiando de color, y diez millones de animales, corriendo frente al fuego, se desvanecieron en un lejano río humeante…

Murieron diez voces más. En el último instante, bajo la avalancha de fuego, se oían otros coros, indiferentes, que anunciaban la hora, tocaban música, cortaban el pasto con una máquina a control remoto, o abrían y cerraban frenéticamente una sombrilla, cerraban y abrían la puerta del frente, sucedían mil cosas, como en una relojería donde cada reloj da locamente la hora antes o después que otro. Era una escena de confusión maníaca, pero sin embargo una unidad; cantos, gritos, los últimos ratones de la limpieza que se abalanzaban valientemente a llevarse las feas cenizas… y una voz, con sublime indiferencia ante la situación, leía poemas en voz alta en el estudio en llamas, hasta que se quemaron todos los rollos de películas, hasta que todos los cables se achicharraron y saltaron los circuitos.

El fuego hizo estallar la casa que se derrumbó de golpe, en medio de las olas de chispas y humo.

En la cocina, un instante antes de la lluvia de fuego y madera, pudo verse al horno preparando el desayuno en escala psicopática, diez docenas de huevos, seis panes convertidos en tostadas, veinte docenas de tajadas de panceta, que, devorados por el fuego, ponían a funcionar nuevamente el horno, que silbaba histéricamente…

La explosión. El altillo que caía sobre la cocina y la sala. La sala sobre el subsuelo, el subsuelo sobre el segundo subsuelo. El freezer, un sillón, rollos de películas, circuitos, camas, todo convertido en esqueletos en un montón de escombros, muy abajo.

Humo y silencio. Gran cantidad de humo.

La débil luz del amanecer apareció por el este. Entre las ruinas, una sola pared quedaba en pie. Dentro de la pared, una última voz decía, una y otra vez, mientras salía el sol, iluminando el humeante montón de escombros:

Hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es 5 de agosto de 2026, hoy es…

Este cuento forma parte del libro Crónicas marcianas del escritor norteamericano Ray Bradbury (1920 - 2012), publicado en 1950. Muy adelantado a su época, se refiere a una casa "inteligente", que es capaz de anticipar los deseos de sus habitantes, para así brindarles comodidad.

El título hace referencia al poema "Vendrán lluvias suaves" de Sara Teasdale. Este texto estuvo influenciado por el desastre que provocó la Primera Guerra Mundial, un conflicto que llevó a las personas a reflexionar sobre el futuro de la raza humana.

Así, Bradbury nos muestra cómo la tecnología prevalece en un mundo en el que ya no existen los humanos, pues desaparecieron por los mismos avances que pretendían mejorar la vida. La casa permanece como un vestigio de otros tiempos, en medio de las cenizas y escombros en las que se transformó el planeta luego de un aparente apocalipsis.

Entonces, el cuento funciona como una advertencia para las generaciones futuras sobre los posibles peligros del desarrollo científico y tecnológico. Una historia como esta cobra mucho sentido en la actualidad. En especial, si se consideran los efectos que ya se pueden ver con el cambio climático y si se observa la fecha en la que está ambientada la narración.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.