La tabaquería: un análisis del poema icónico de Fernando Pessoa

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 27 min.

"La tabaquería" es uno de los textos más intensos, lúcidos y desgarradores del siglo XX. Se trata de una radiografía del alma moderna enfrentada a su propia nada.

Escrito por Fernando Pessoa a través de su heterónimo Álvaro de Campos, encierra una visión existencial sobre el desasosiego.

El poema

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.

Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
lúcido como su estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
y hay un largo silbido
dentro de mi cráneo
y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!

¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
quizá realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?

El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.
Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
nos despertamos y se vuelve opaco;
salimos a la calle y se vuelve ajeno,
es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)

Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
patricia romana, imposible y nefasta,
princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
o no sé cual moderna -no acierto bien la cual-
sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que pasan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me parece una condena a la degradación
y todo esto, como todo, me es ajeno.)

Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.

En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.

Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo.
Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
como un tapete en el que tropieza un borracho
o la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.

El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.
En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
continuará haciendo cosas parecidas a versos,
parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
siempre una cosa frente a otra cosa,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.

Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
y gozo, en un momento sensible y alerta,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
y después de esto me reclino en mi silla
y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.

(Si me casase con la hija de la lavandera
quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?),
ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el Dueño de la tabaquería sonríe.

¿De qué trata el poema?

"La tabaquería" es un poema de carácter existencial en donde el hablante lírico reflexiona sobre su vida, su identidad, sus fracasos, sus sueños y el absurdo de la existencia.

Así, retrata una conciencia desgarrada entre la aspiración y la impotencia, entre la lucidez y la desesperanza. El sujeto se muestra desnudo, con una autenticidad brutal. Siente que ha fallado, que no ha vivido realmente, que su identidad está disuelta entre máscaras.

Por ello, la tabaquería - establecimiento banal, cotidiano - simboliza la realidad externa, tangible, frente al abismo interior del sujeto.

El texto oscila entre momentos de crítica a la sociedad, dolor metafísico, sarcasmo, ternura y un nihilismo sereno que culmina en la imagen final de un saludo común que resume la trivialidad de todo: “¡Adiós, Estevez!”.

Estructura

Esta dividido en una sucesión libre de estrofas sin una estructura métrica fija, lo que refleja la fluidez del pensamiento, el torrente emocional y racional del hablante.

Es más bien un monólogo dramático con tintes confesionales. Combina una aparente prosa poética con intensidad lírica.

Organización interna:

  • Introducción abrupta (autoanulación y exaltación de los sueños).
  • Reflexión sobre la identidad y el fracaso vital.
  • Contraste entre la realidad exterior (la tabaquería) y la interior.
  • Crítica a la vanidad, al genio, a los sueños no cumplidos.
  • Invocación a musas inexistentes.
  • Repliegue final a la cotidianidad.

Temas

Algunos de los temas principales son:

La identidad disuelta y la conciencia fragmentada

Se trata de una meditación sobre la pérdida del yo. Desde los primeros versos, el hablante declara no ser nada y no querer ser nada, pero paradójicamente afirma tener en sí todos los sueños del mundo.

Esta contradicción señala un sujeto desgarrado, incapaz de sostener una identidad firme. No hay una “esencia” del yo, hay apenas máscaras, simulacros, reflejos.

Pessoa, a través de Álvaro de Campos, anticipa la idea contemporánea del sujeto como construcción, como algo inestable. El hablante no se siente dueño de sí mismo, sino invadido por pensamientos, ideas, deseos que no controla y que lo disuelven.

La crisis identitaria se relaciona con la imposibilidad de vivir plenamente. Quien no sabe quién es, tampoco puede actuar con autenticidad.

El fracaso vital y la imposibilidad de realización

El hablante expresa haber fracasado en todo, incluso en sus sueños. No porque haya intentado y no lo haya logrado, sino porque ha quedado paralizado entre el deseo y la acción.

Es el fracaso más cruel: el del que ni siquiera ha vivido. El poema está lleno de ironías sobre la gloria, el genio, el éxito. Todos ellos aparecen como mitos vacíos, como ficciones que no pueden sostenerse ante la brutalidad de la existencia.

Aquella sensación no es sólo personal, sino generacional. Simboliza la bancarrota de las promesas modernas, de los ideales románticos y del humanismo.

La tensión entre realidad y sueño

El poema opone constantemente lo real - la calle, la tabaquería, los objetos simples - al mundo interior del hablante, que está lleno de sueños no cumplidos, aspiraciones grandiosas, deseos inmateriales.

Sin embargo, el mundo onírico tampoco se presenta como refugio, sino como carga. Soñar mucho también puede ser una forma de no vivir.

Así, se instala una tensión insoluble entre lo tangible y lo imaginario. El sujeto se encuentra atrapado entre ambos mundos. El real le resulta insufriblemente plano y el soñado, inalcanzable.

La alienación del sujeto moderno

El texto encarna al hombre desconectado del mundo y de sí mismo. Hay una constante sensación de extrañeza, de vivir en un escenario ajeno.

El hablante observa el mundo a través de la ventana, lo ve pasar como un espectáculo en el que no participa. La vida ocurre afuera, mientras él permanece inmóvil, espectador de sí mismo.

Se trata de una alienación existencial. Es la raíz de una angustia que no tiene causa específica, porque surge del mero hecho de existir sin encontrar sentido.

El absurdo

En "La tabaquería" la vida aparece como un absurdo. No hay propósito, ni guía, ni trascendencia. La existencia se muestra como una sucesión de momentos sin dirección.

El hablante no encuentra en la religión, en la filosofía ni en el arte un consuelo auténtico. Incluso la lucidez es inútil. Este nihilismo no es violento, sino sereno: hay una aceptación amarga de la trivialidad de todo.

El valor de lo cotidiano como único asidero

En un mundo donde todo parece haber perdido valor, el hablante se aferra a los actos más simples: comer chocolates, mirar por la ventana, fumar, saludar a un vecino.

Son gestos triviales que sustituyen a los grandes actos de la vida: amar, luchar, crear. Aquí se plantea una especie de espiritualidad de lo cotidiano, no como salvación, sino como consuelo irónico.

Si todo es absurdo, entonces al menos el placer de lo inmediato tiene un sentido práctico. Es el último refugio de quien ha perdido toda esperanza metafísica.

Símbolos

Existen varios elementos simbólicos dentro del poema:

La tabaquería

La tabaquería es el símbolo central y más enigmático del poema. Representa la realidad externa, la vida común que continúa ajena al drama interior del hablante.

Desde su ventana, el individuo observa ese pequeño comercio como emblema de la estabilidad banal. Es un lugar fijo, concreto, que existe independientemente de sus pensamientos.

Frente al caos de su mundo interior, la tabaquería es una realidad que no cambia, que no exige sentido, que simplemente está. Es también símbolo de la trivialidad de la vida moderna, de su reducción a actos rutinarios, comerciales, sin trascendencia.

La ventana

Es el umbral entre el mundo interior y el mundo exterior. Desde ella, el hablante contempla la vida pasar. Es símbolo de separación, de encierro, de distancia. De este modo, no puede cruzar esa frontera. Está encerrado en su mente, en su cuarto, en su conciencia.

La ventana también representa la conciencia misma. Es el lugar desde donde se ve todo, pero sin poder intervenir en nada. Es una metáfora de la lucidez inútil.

El cigarro y el humo

Fumar es una acción que atraviesa todo el poema. El cigarro es un objeto asociado al pensamiento, al ocio, al desgaste lento. El humo, que se eleva y desaparece, simboliza la fugacidad de las ideas, la transitoriedad de la existencia.

Fumar es una forma de vivir el presente sin comprometerse con nada. Es un gesto que sustituye la acción por la contemplación. El humo es también el pensamiento mismo: impalpable, efímero, inútil.

Los chocolates

Símbolo del placer físico, inmediato, sin sentido profundo. Comer chocolates aparece como una alternativa burlesca a la búsqueda de sentido.

Es una metáfora del hedonismo desesperado, del refugio en lo corporal frente al abismo espiritual. No salva, pero distrae. En esta elección irónica del placer banal sobre el idealismo, se expresa el desencanto total del sujeto.

El espejo y la máscara

La imagen del espejo recorre toda la obra de Pessoa. En este poema, el hombre se ve reflejado, pero no se reconoce. La máscara es la identidad ficticia que ha construido, el rol que interpreta sin convicción.

De esta manera, el espejo muestra una imagen, pero no revela una verdad. Esta fragmentación de la identidad conecta con la idea de los heterónimos, donde cada yo es un personaje sin fondo.

Estevez

Al final del poema aparece este personaje, vecino o transeúnte común, que representa la vida sin cuestionamientos. Estevez actúa, saluda, mientras el hablante se paraliza.

Su saludo final resume el contraste entre la trivialidad de la vida y la profundidad paralizante del pensamiento. Estevez no piensa en el sentido de las cosas, y quizás por eso vive mejor. Se convierte en símbolo de lo que el hablante no puede ser: alguien que simplemente vive.

Figuras literarias

Paradoja

La paradoja consiste en la unión de dos ideas aparentemente contradictorias que, sin embargo, revelan una verdad o una tensión significativa.

Ejemplo del poema:

"No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo"

La afirmación inicial es un triple vaciamiento del yo: negarse a ser algo, a aspirar a algo, a proyectarse. Sin embargo, el hablante declara contener en sí “todos los sueños del mundo”, lo que implica una plenitud desbordante.

Esta contradicción entre vacío y plenitud expresa la complejidad de su estado anímico. No puede realizar nada, pero su interior está colmado de aspiraciones. La paradoja refleja el desdoblamiento del sujeto moderno, escindido entre la impotencia y el deseo.

Enumeración caótica

Es una sucesión de elementos sin un orden lógico o jerárquico evidente, que transmite agobio, desorden o sobrecarga.

Ejemplo del poema:

"Y soy, en este momento,
una figura abstracta que recuerda a alguien,
una imagen mental incompleta,
un recuerdo inventado,
una sombra de sombra,
nada."

Esta enumeración describe cómo el hablante se percibe: no como un sujeto coherente, sino como una serie de fragmentos sin consistencia, cada uno más vago y evanescente que el anterior.

El uso de elementos abstractos refuerza la sensación de pérdida de identidad y despersonalización. El desorden semántico reproduce la disolución del yo que sufre el hablante.

Metáfora

La metáfora consiste en identificar una cosa con otra diferente a la que se le atribuyen características comunes, sin usar conectores comparativos (como “como”, “parece”).

Ejemplo del poema:

"La Tabaquería del otro lado de la calle
es la realidad cotidiana."

Aquí la tabaquería no es sólo un lugar físico, sino una metáfora de lo real, de lo externo, de lo simple y mecánico. Frente al caos mental del hablante, ese comercio rutinario se erige como símbolo de lo tangible, de lo que sigue funcionando aunque la subjetividad se derrumbe.

Antítesis

La antítesis es la contraposición de ideas o imágenes que se oponen entre sí, con el fin de destacar el conflicto o la contradicción.

Ejemplo del poema:

"He fracasado en todo.
Como no tenía propósito alguno, quizás todo fue un propósito"

Se establece una antítesis entre fracaso y propósito, y entre acción y pasividad. El hablante sugiere que su inacción pudo ser, paradójicamente, una forma de acción.

Esta contraposición irónica revela la confusión existencial del sujeto, que duda incluso del significado del fracaso, porque carece de criterios firmes para evaluarse.

Hipérbole

La hipérbole es una exageración expresiva que amplifica una idea para dar fuerza emocional o dramática.

Ejemplo del poema:

"Tengo en mí todos los sueños del mundo"

Esta frase no busca precisión, sino expresar una intensidad emocional desbordada. El hablante no se limita a decir que tiene sueños o que sueña mucho, sino que contiene todos los sueños posibles.

Ironía

Es una figura que consiste en decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender o en presentar una verdad bajo una forma burlona o ambigua.

Ejemplo del poema:

"Fui genio en sueños.
Incluso llegué a tener momentos de creencia sublime,
que jamás me abandonarían...
Luego me abandonaron"

La ironía está en cómo se presentan esos momentos “sublimes” como absolutamente transitorios y el tono sugiere una distancia irónica con respecto al idealismo.

El sujeto se burla de sus propias esperanzas, las menciona solo para mostrar su futilidad. Esta figura crea un contraste entre lo sublime y lo absurdo, desmontando cualquier intento de consuelo metafísico.

Visión existencial

Pessoa escribió este texto en una época anterior a la formulación sistemática del existencialismo por parte de pensadores como Jean-Paul Sartre o Albert Camus.

Sin embargo, muchos de los dilemas que plantea el poema coinciden con los temas centrales de esta filosofía. La angustia, la desesperación, la conciencia de la nada, la búsqueda de sentido y la libertad agobiante del yo.

Una de las ideas clave del existencialismo es la noción de que el ser humano está “arrojado” al mundo, sin una esencia previa y debe construir su identidad a partir de sus decisiones.

Desde los primeros versos el hablante expresa una renuncia absoluta a cualquier forma de ser:

No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada

Esta negativa a definirse o a proyectarse hacia el futuro refleja un sentimiento de fracaso existencial, una conciencia desgarradora de que ninguna identidad le es posible. No hay una esencia que realizar, ni siquiera una acción que le otorgue autenticidad; hay una radical desposesión del yo.

Esta visión, aunque no filosóficamente elaborada como en Sartre, contiene el mismo drama humano: la imposibilidad de fundarse a sí mismo.

También resuena en el poema la noción del absurdo, entendida como la falta de correspondencia entre el deseo humano de sentido y un mundo indiferente.

El hablante contempla la calle, la vida que pasa, el comercio cotidiano, y siente que todo continúa mientras él permanece vacío:

La tabaquería del otro lado de la calle / me observa con indiferencia

Esto anticipa el sentimiento del absurdo descrito por Camus en El mito de Sísifo (1942). El mundo no ofrece respuestas, y sin embargo el hombre sigue preguntando. En el poema esa falta de respuesta se vuelve desesperación, una especie de quietismo doloroso ante lo inevitable.

Otro punto de contacto con el existencialismo es la soledad radical del sujeto. En el texto no hay interlocutores, ni comunidad, ni relación afectiva auténtica.

Todo se reduce a un monólogo interior, a un flujo de conciencia donde el yo se mira a sí mismo en el espejo roto de sus pensamientos.

En este aspecto, la voz de Álvaro de Campos se acerca al existencialismo de Kierkegaard, para quien la angustia no era sólo una condición psicológica, sino la expresión de la libertad absoluta del individuo.

Así, el ser se veía enfrentado consigo mismo y con la posibilidad del sinsentido. La libertad, en lugar de ser fuente de poder, se convierte en una carga insoportable.

Es importante mencionar que Pessoa no se alinea con ninguna corriente filosófica en términos doctrinales. Su acercamiento es más intuitivo, más lírico que sistemático.

La lucidez con que su heterónimo Álvaro de Campos desnuda el alma humana anticipa muchas de las preocupaciones existencialistas que se desarrollarían después en la filosofía del siglo XX.

De este modo, el poema no ofrece respuestas, ni consuelo, ni rebelión. Es tan solo el testimonio de un hombre que lo ha visto todo por dentro y ha concluido que nada vale la pena. Esa radical lucidez, esa conciencia sin esperanza, es quizá su mayor afinidad con el pensamiento existencialista.

Es interesante establecer una conexión biográfica. Fernando Pessoa llevó una existencia extremadamente introspectiva. Trabajó como traductor y oficinista en Lisboa, una ciudad que pocas veces abandonó, y su vida social fue escasa.

Más allá de algunos vínculos epistolares y amistades ocasionales, vivió en una especie de retiro voluntario. Su verdadero mundo fue el interior: su escritorio, sus papeles, sus diarios, sus visiones poéticas.

Este retraimiento no fue simplemente un estilo de vida, sino una consecuencia de una conciencia aguda de la complejidad y el desgarro del yo.

Pessoa fue un hombre múltiple: inventó decenas de heterónimos con biografías, estilos y filosofías propias. Esta fragmentación no fue un juego, sino una forma de expresar su sensación de desintegración ontológica.

Álvaro de Campos, el autor de "La tabaquería", es el más existencialista de sus heterónimos. Es quien más intensamente experimenta el absurdo de la existencia. Mientras que Ricardo Reis se refugia en el estoicismo y Alberto Caeiro en una suerte de panteísmo bucólico, Campos se sumerge en la crisis del yo moderno. Es la voz de un hombre dividido, que se contempla con crudeza y que ha perdido todo punto de apoyo.

Así, la figura del poeta que se queda mirando por la ventana, que se siente ajeno al mundo y que no cree en nada, es casi una imagen autobiográfica.

Pessoa vivía en habitaciones modestas, con vistas anodinas, desde donde escribía sobre lo eterno y lo invisible. No tuvo una carrera, ni una vida amorosa conocida, ni una familia propia.

Su obra, salvo contados textos publicados en vida, permaneció inédita hasta después de su muerte. Su legado, irónicamente, sólo comenzó a ser reconocido cuando ya no estaba.

Sobre Fernando Pessoa (y Álvaro de Campos)

Fernando Pessoa (Portugal, 1888 - 1935) fue uno de los mayores escritores del siglo XX. Nació en Lisboa y vivió parte de su juventud en Sudáfrica, lo que le dio un dominio pleno del inglés. Fue una figura solitaria, reflexiva, marcada por la melancolía y la introspección.

Es célebre por haber creado heterónimos, es decir, personalidades poéticas completas con estilo, biografía y visión del mundo propias. Entre ellos están Alberto Caeiro (el poeta pastor), Ricardo Reis (el clasicista estoico) y Álvaro de Campos, el autor de este poema.

Álvaro de Campos representa el yo más atormentado y moderno de Pessoa. Es ingeniero, vive los contrastes de la civilización industrial y expresa angustia, exaltación, lucidez y nihilismo. Su voz es la del “yo” más desnudo de Pessoa.

Contexto de escritura

El poema fue escrito en 1928, en una Europa entre guerras, donde las promesas del racionalismo y el progreso se vieron desmentidas por el trauma de la Primera Guerra Mundial.

Fue un tiempo de crisis espiritual, de quiebre de las certezas modernas. En Portugal, también se vivía una profunda inestabilidad política y cultural.

En este entorno, Pessoa representa el vértigo del pensamiento moderno, el malestar del individuo ante la pérdida de sentido y la creciente mecanización de la vida.

La poesía de Campos refleja la angustia de un sujeto sin referencias firmes, en un mundo donde ni Dios, ni la razón, ni la emoción parecen ofrecer sostén.

Legado literario de Fernando Pessoa

Hoy Fernando Pessoa es considerado uno de los pilares de la literatura universal. Su obra es una exploración radical de la identidad, del yo fragmentado, de la verdad como construcción personal.

Anticipa la posmodernidad, cuestionando las verdades absolutas, el sujeto unificado y la idea de progreso.

En particular, Álvaro de Campos representa el vértice de la modernidad poética portuguesa. Su voz está emparentada con Walt Whitman (por su tono expansivo), con los simbolistas (por la angustia existencial), con los futuristas (por el ritmo vertiginoso) y también con los existencialistas (como Sartre o Camus).

Bibliografía:

  • Pizarro, Jerónimo. (2012). Fernando Pessoa: Una casi autobiografía. Fondo de Cultura Económica.
  • Sáez Delgado, Antonio. (2017). Fernando Pessoa: El hombre, el poeta, el fingidor. Sílex.

Ver también:

Ver también:

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.