5 leyendas del día de los muertos: la tradición oral de México

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 7 min.

El Día de Muertos es una de las celebraciones más emblemáticas de México, una fecha en que la vida y la muerte se entrelazan. Cada 1 y 2 de noviembre, los hogares y los cementerios se llenan de velas, flores de cempasúchil, alimentos, fotografías y objetos significativos para recibir a las almas que regresan del más allá.

Lejos de concebir la muerte como un final, el pueblo mexicano la entiende como parte del ciclo natural de la existencia. Se trata de una transición donde los difuntos vuelven a compartir con los vivos aquello que los unió en vida.

Las leyendas asociadas al Día de Muertos reflejan esta cosmovisión. En ellas los espíritus se manifiestan no para causar temor, sino para recordar a los vivos la importancia del respeto, la gratitud y la continuidad entre generaciones.

1. La leyenda del Cempasúchil

En México, la flor del Cempasúchil juega un papel especial en el Día de los Muertos, ya que se utiliza en los altares. Se cree que sirve para guiar a los muertos de regreso a la tierra para mantener viva la unión entre los seres queridos.

Se dice que antes de la llegada de los españoles existió un amor tan profundo que rompió las barreras del tiempo y el espacio. Se trataba de Xóchitl y Huitzilin, amigos desde las infancia.

Durante las tardes, les gustaba subir a la cima de una montaña a regalarle flores a Tonatiuh, el dios del sol. Con el tiempo, sus juegos dieron paso al enamoramiento y una tarde se juraron amor eterno frente al dios que bendijo su unión.

Sin embargo, la tragedia llegó a su pueblo cuando comenzó una guerra y Huitzilin fue reclutado como soldado. Después de varios meses separados, Xóchitl se enteró de que su amado había muerto en el campo de batalla.

Desesperada y sumida en el más profundo dolor, se dirigió a la montaña y le pidió a Tonatiuh ayuda, pues no podía vivir sin Huitzilin y quería estar con él toda la eternidad. Conmovido, el dios decidió enviar un rayo que convirtió a la muchacha en una flor amarilla como el mismo sol.

Allí se posó un colibrí, que en realidad era Huitzilin. Cuando se tocaron, la flor se abrió y mostró sus veinte pétalos. De este modo, la leyenda afirma que mientras exista la flor de cempasúchil y colibríes, el amor de Xóchitl y Huitzilin vivirá por siempre.

2. La tumba de Nachito

La historia de la tumba de Nachito, originaria de Guadalajara, Jalisco, es una de las más populares durante el Día de Muertos. Combina el misterio, la ternura y la superstición, reflejando la creencia mexicana en la conexión entre los vivos y los muertos.

Se cuenta que Ignacio Torres Altamirano, conocido como “Nachito”, nació en el siglo XIX y desde muy pequeño sufría un miedo profundo a la oscuridad.

Sus padres debían dejar las luces encendidas cada noche para que pudiera dormir. Un día, durante una fuerte tormenta, el viento apagó las lámparas del cuarto y al día siguiente encontraron al niño muerto por el susto.

Fue enterrado en el Panteón de Belén, pero al día siguiente los sepultureros hallaron el ataúd fuera de la tumba.

Creyendo que alguien lo había profanado, lo volvieron a enterrar, pero el hecho se repitió varias veces. Se decía que el espíritu de Nachito no soportaba la oscuridad de su tumba, por lo que finalmente se construyó una pequeña cripta con rendijas para que siempre entrara la luz.

Hoy en día su tumba es uno de los lugares más visitados en Día de Muertos. Le dejan juguetes, dulces y flores.

3. El hombre que trabajó en el Día de Muertos

Esta leyenda, originaria de la región huasteca, es una advertencia sobre la importancia de respetar las tradiciones del Día de Muertos.

En ella se expresa la creencia de que las almas regresan cada año para convivir con sus familiares y que negarse a honrarlas puede provocar la ira del más allá.

Se cuenta que, en una ocasión, un hombre decidió no celebrar el Día de Muertos. Decía que era una pérdida de tiempo y de dinero, pues prefería trabajar su parcela antes que preparar ofrendas.

Mientras todos en el pueblo se reunían para recordar a sus difuntos, él se fue al campo con sus herramientas, decidido a no “malgastar” el día en ceremonias.

Mientras trabajaba, escuchó de pronto una voz que salía del monte: “Hijo, hijo, quiero comer unos tamales…”. Pensó que era su imaginación, pero poco después oyó más voces que lo llamaban por su nombre.

Eran las voces de su padre y de sus familiares fallecidos, que clamaban por las ofrendas que les había negado. Aterrorizado, dejó el trabajo y corrió de regreso a su casa.

Al llegar, pidió a su esposa que sacrificara unos guajolotes y preparara tamales para ofrecerlos en el altar familiar. Ella cocinó sin descanso, mientras el hombre, agotado, se acostó un momento.

Cuando la comida estuvo lista, la mujer fue a despertarlo… pero ya estaba muerto. Aunque había cumplido con lo que pedían sus familiares, estos habían decidido llevárselo consigo.

Desde entonces, los habitantes de la Huasteca creen que es un deber preparar ofrendas. Así, se disponen velas para iluminar el camino de las almas, se lanzan cohetes para espantar al demonio y se ofrece lo que más gustaba al difunto, incluso aguardiente.

4. La carreta de la muerte

Esta leyenda es contada en muchos pueblos del centro y sur de México, especialmente en Oaxaca y Puebla. Se dice que la Carreta de la Muerte aparece la noche del 2 de noviembre para recoger las almas que aún no han partido. Representa la idea del destino inevitable y el respeto hacia los espíritus.

Relatan los ancianos que a medianoche puede escucharse el rechinar de una carreta arrastrada por caballos espectrales.

El vehiculo es conducido por una figura encapuchada, vestida de negro, que lleva una linterna hecha con un cráneo.

Quien escucha el ruido y sale a mirar puede perder el alma, pues la carreta se detiene frente a las casas donde alguien está por morir.

Muchos dejan velas encendidas y flores de cempasúchil en las ventanas para guiarla lejos. Se cree que así la Muerte sigue su camino sin llevarse a los vivos antes de tiempo.

5. El hombre que no respetó el Día de Difuntos

Esta leyenda proviene de la tradición oral mexicana y representa una advertencia sobre el respeto hacia las almas y las costumbres del Día de Muertos.

En ella se refleja la creencia de que el 2 de noviembre los difuntos regresan para convivir con sus seres queridos y que ofenderlos puede traer graves consecuencias.

Se cuenta que un hombre, incrédulo y burlón, decidió salir de noche el Día de Muertos para demostrar que las almas no existían.

Mientras caminaba por el campo se topó con un grupo de personas vestidas de negro, que avanzaban en silencio cargando velas.

Al acercarse, descubrió que sus rostros eran calaveras. Horrorizado, intentó huir, pero los muertos lo rodearon.

Una voz entre ellos le dijo: “Hoy no es noche para los vivos, sino para los que ya partimos”. Entonces, lo obligaron a bailar con ellos hasta el amanecer.

Cuando los primeros rayos del sol aparecieron, el hombre cayó desvanecido. Al día siguiente lo hallaron con el cabello completamente blanco y una expresión de terror en el rostro.

Desde entonces se dice que quien no respeta el Día de Muertos puede encontrarse con las ánimas que regresan del más allá.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.