La mulata de Córdoba: la fascinante leyenda mexicana

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 15 min.

La leyenda de la mulata de Córdoba es una de las narraciones más emblemáticas del México virreinal. Cuenta la historia de una mujer de extraordinaria belleza, cuya ascendencia mestiza —mezcla de sangre africana y española— la convirtió en objeto de fascinación y sospecha.

A través del tiempo ha pasado de ser un relato de advertencia moral a una historia de reivindicación. De este modo, la figura femenina se erige como emblema de autonomía, sabiduría y poder espiritual frente al dominio colonial y patriarcal.

La leyenda

La historia se sitúa en el siglo XVII en Córdoba, en la región de Veracruz, cuando el Virreinato de la Nueva España se hallaba bajo el férreo control del sistema colonial.

La mulata era una mujer mestiza (de ascendencia africana y española), cuya presencia cautivaba tanto como inquietaba a la sociedad.

Su nombre varía según la versión (Soledad, Juana o simplemente “la Mulata”), pero en todas se la describe como poseedora de una belleza extraordinaria y gran conocimiento de hierbas y remedios naturales.

Se decía que sus manos curaban dolencias y que sabía interpretar los signos de la naturaleza con una sabiduría que desbordaba la comprensión común.

Su independencia y su capacidad para desafiar las jerarquías sociales generaron admiración y recelo a partes iguales. En una sociedad colonial regida por el control masculino y eclesiástico, donde las mujeres debían ser obedientes y discretas, su figura resultaba una amenaza.

Pronto comenzaron los rumores. Algunos afirmaban que se mantenía joven gracias a pactos con el demonio. Otros aseguraban haberla visto realizar conjuros a medianoche o sanar a moribundos con un simple rezo.

Así, fue apresada y llevada ante el Tribunal del Santo Oficio, acusada de brujería y herejía, delitos que podían castigarse con la hoguera.

En la celda donde esperaba su juicio pidió un pedazo de carbón y dibujó sobre la pared un barco con minucioso detalle. Cuando el carcelero se acercó a observarlo, la embarcación cobró vida. Las velas se inflaron con un viento invisible y la Mulata subió a bordo, desapareciendo ante los ojos atónitos del guardia.

Otras versiones narran que la mujer fue vista después en altamar o en los montes de Córdoba, convertida en espíritu errante o en protectora de los marginados.

En ciertas variantes adopta rasgos de santidad. Algunos creyentes la identificaron con una enviada divina que escapó del fuego injusto, símbolo de pureza y resistencia frente a la opresión.

Orígenes de la leyenda: ¿hay elementos reales?

El origen de este relato está ligado a la sociedad del periodo, donde la esclavitud, el mestizaje y la Inquisición configuraron un orden desigual.

Más que una historia basada en un hecho único, parece condensar múltiples relatos de mujeres afrodescendientes que fueron perseguidas o estigmatizadas por ejercer prácticas curativas, por su belleza o por su independencia.

En los registros coloniales abundan los casos de mulatas acusadas de hechicería. Especialmente en regiones portuarias como Veracruz, donde el contacto con culturas africanas e indígenas propició una rica tradición de medicina popular y rituales sincréticos.

Durante los siglos XVI y XVII el término “mulata” no sólo designaba una mezcla racial, sino también una categoría cargada de prejuicios.

Las mujeres mulatas eran vistas con recelo. Se las consideraba seductoras, indisciplinadas y peligrosas para el orden cristiano. En ese imaginario, la libertad y la sabiduría natural se interpretaban como señales de brujería.

La Inquisición vigilaba de cerca a quienes practicaban curaciones con hierbas, cantos o rezos que no seguían los cánones de la medicina europea.

Así, es probable que la leyenda haya nacido de un caso real (una o varias mujeres procesadas por el Santo Oficio) y fuese transformado por la oralidad en un relato de carácter simbólico.

Las primeras referencias escritas datan del siglo XIX, cuando cronistas locales y folcloristas comenzaron a recopilar relatos orales sobre la historia de la misteriosa curandera de Córdoba.

En ese proceso la figura de la Mulata se idealizó como emblema de lo mágico veracruzano y como una suerte de “bruja buena”, símbolo de sabiduría ancestral y de rebeldía ante la opresión.

Su historia fue transmitida en cantos, coplas y versiones narradas en plazas y ferias, hasta consolidarse como una de las leyendas más representativas del oriente mexicano.

Contexto político y social

La leyenda no puede comprenderse sin el entramado político, social y religioso del Virreinato de la Nueva España, especialmente durante los siglos XVII y XVIII.

En ese periodo el poder colonial español se sostenía sobre un “sistema de castas” que clasificaba a los individuos según su origen étnico y determinaba su lugar en la sociedad.

Los españoles peninsulares y criollos ocupaban la cúspide, mientras que los indígenas se encontraban en los estratos inferiores. Más abajo aún se ubicaban los mulatos y zambos (indígena y africano) que eran objeto de desconfianza y discriminación constante.

En ese contexto las mujeres mulatas enfrentaban una doble marginación: por su raza y por su género. Las normas coloniales les imponían una vida de obediencia y decoro, confinándolas al ámbito doméstico o al servicio de las familias blancas.

Sin embargo, muchas encontraron en el conocimiento de la herbolaria y la medicina popular un medio para sobrevivir y obtener cierto respeto comunitario.

Estas prácticas, heredadas de tradiciones africanas e indígenas, se transmitían oralmente y se integraban en una visión del mundo que unía lo espiritual con lo natural. No obstante, tales saberes fueron vistos por las autoridades eclesiásticas como peligrosos, ya que escapaban al control del dogma cristiano.

La Inquisición, encargada de velar por la pureza de la fe, perseguía con severidad a quienes practicaban ritos o curaciones que consideraba heréticos.

En los archivos novohispanos abundan los juicios por “supersticiones” o “pactos demoníacos”, muchos de ellos dirigidos contra mujeres de ascendencia africana.

Así, la figura de la Mulata de Córdoba encarna la tensión entre el saber popular y el poder institucional. Su acusación por brujería simboliza la manera en que la colonia castigaba a las mujeres que se atrevían a desafiar el orden establecido, ya fuera por su inteligencia, su belleza o su autonomía.

El contexto político también aporta otra lectura. La historia surge en una época de control absoluto del discurso. La colonia no sólo imponía leyes y tributos, sino que regulaba el pensamiento.

En ese sentido, la leyenda puede entenderse como un espacio de resistencia narrativa. Una forma en que el pueblo reinterpretó un suceso de injusticia y lo transformó en una victoria simbólica.

La fuga milagrosa de la Mulata puede leerse como la metáfora perfecta del espíritu que escapa a las cadenas del poder, una subversión poética frente a la censura y la violencia colonial.

Significado de la leyenda

La mulata de Córdoba en una figura arquetípica del imaginario mexicano. No es sólo la historia de una mujer acusada injustamente de brujería. Es la representación de un conflicto entre libertad y represión, así como entre el poder de lo femenino y el miedo patriarcal que intenta contenerlo.

Representación del mestizaje

Como símbolo encarna el choque de fuerzas que definió la sociedad colonial y que, en cierta forma, sigue resonando en la cultura contemporánea.

En primer lugar, la mulata representa la intersección de tres herencias culturales: la europea, la indígena y la africana. Su existencia es fruto del mestizaje colonial.

Sin embargo, no se trata del mestizaje idealizado por el discurso oficial, sino del marginal, el de las castas que vivieron entre la servidumbre, la discriminación y la invisibilidad.

En ella confluyen los conocimientos de la herbolaria indígena, las prácticas espirituales africanas y el simbolismo cristiano impuesto por la Iglesia. Esta convergencia la convierte en un ser liminal, que no pertenece del todo a ningún mundo, pero que participa de todos.

Su poder proviene precisamente de esa mezcla. La sabiduría que los dominadores llamaron “superstición” era, en realidad, una forma de conocimiento ancestral resistente a la colonización cultural.

La sospecha de “brujería” surge, porque su manera de relacionarse con lo sagrado no se ajusta a los dogmas católicos. Su comunicación directa con la naturaleza y con fuerzas invisibles la sitúa en el territorio del mito. Es una figura chamánica, una sacerdotisa sin templo, cuya sabiduría desafía las estructuras jerárquicas de la Iglesia.

Además, el relato sugiere que la belleza y el encanto de la mulata despertaban tanto admiración como temor. Su exotismo la hace deseable, pero también peligrosa. Su diferencia racial se asocia con lo oscuro, lo irracional y lo mágico.

De este modo, la acusación de brujería actúa como un mecanismo de exclusión racial, un modo de disciplinar aquello que la sociedad no logra comprender ni controlar.

Perspectiva de género

Desde una lectura de género, la mulata representa la confluencia de dos dimensiones que en el México virreinal fueron objeto de control y sospecha. El cuerpo femenino y la sabiduría fuera de los márgenes eclesiásticos.

La protagonista encarna la figura de la mujer que desafía el orden patriarcal impuesto por la sociedad colonial. No se trata sólo de su belleza y sensualidad, sino también de su independencia y dominio de conocimientos considerados “prohibidos”.

La mulata es castigada no tanto por sus supuestos poderes sobrenaturales, sino porque representa una amenaza simbólica. La mujer que se basta a sí misma, que posee conocimiento y que no se define por su relación con los hombres.

Así, se erige como un símbolo de la feminidad subversiva, una figura que desafía las normas coloniales que pretendían domesticar el cuerpo y la voz de las mujeres.

Por ello, la acusación de brujería se convierte en un mecanismo de control sobre la mujer libre. La Inquisición, institución encargada de salvaguardar la ortodoxia católica, se convierte en un instrumento de control sobre el cuerpo femenino al etiquetar de “brujería” cualquier forma de autonomía o saber no autorizado.

Así, se transforma en un arquetipo de la mujer rebelde y sabia, semejante a figuras universales como Lilith o Medea, pero enraizada en el paisaje americano y mestizo.

Mirada social

Esta historia condensa la culpabilización de la alteridad. La colonia proyecta en la mulata sus miedos colectivos. Miedo a lo femenino, a lo africano, a lo mestizo, a lo popular.

Su poder curativo, que en otras culturas habría sido motivo de respeto, se vuelve sospechoso en un contexto de dominación racial y religiosa.

De este modo, se convierte en el “otro” que debe ser controlado o eliminado para mantener la pureza del sistema. No obstante, la leyenda subvierte ese intento de control.

Su desaparición es victoria. Escapa no sólo de la prisión física, sino también de la prisión simbólica que la sociedad quiso imponerle. Es la figura de la liberación, la afirmación de que el espíritu humano no puede ser encarcelado.

Dimensión simbólica y arquetípica

En el plano simbólico y arquetípico, la mulata se inscribe dentro de la tradición universal de la “mujer sabia” o la “hechicera liberadora”, figura que aparece en múltiples mitologías.

Su sabiduría natural, su belleza y su dominio de fuerzas ocultas remiten a lo que la sociedad racionalista no puede integrar: lo instintivo, lo intuitivo, lo telúrico.

La celda donde la mulata es encerrada puede leerse como un espacio de opresión donde se confina lo que se teme y se rechaza. El dibujo se convierte en una puerta simbólica hacia la libertad, un acto de creación que desafía la lógica y reescribe la realidad. Desde este punto de vista, la leyenda narra la victoria del espíritu libre sobre la coerción material y moral.

Además, esta leyenda puede entenderse como un caso de justicia poética. En un mundo dominado por la arbitrariedad y la corrupción, su milagrosa desaparición restablece un orden superior: el de la pureza del alma frente a la hipocresía del poder.

Su historia no ofrece un castigo ni una moraleja religiosa, sino una redención simbólica. Es la vindicación a quienes fueron condenados por ser diferentes.

El símbolo del barco

El barco concentra gran parte de los significados. No es casual que la Mulata lo dibuje en la pared de su celda. El muro representa la opresión material, el límite impuesto por el poder, mientras que el barco es la imaginación, el vehículo del alma que atraviesa las fronteras.

En el acto de dibujarlo la mulata ejerce su creatividad como acto liberador. Convierte el instrumento de su encierro en medio de escape.

Por su parte, el carbón, materia oscura y terrenal, se transforma en instrumento de luz y movimiento. Así, se eleva la imaginación como fuerza redentora, capaz de vencer la injusticia.

Impacto cultural y social

A lo largo del tiempo, la leyenda ha trascendido su contexto original para convertirse en un símbolo de identidad cultural. En la región veracruzana su historia se narra como parte del patrimonio oral, transmitida en escuelas y festividades locales.

Córdoba, su escenario legendario, la recuerda como una figura entre mítica y protectora, asociada a la magia, la justicia y el misterio. Esta persistencia demuestra que su significado ha evolucionado de la condena a la reivindicación. De “bruja” peligrosa a emblema de resistencia y sabiduría.

Durante los siglos XIX y XX, escritores, poetas y músicos retomaron la historia, otorgándole nuevas lecturas. La ópera La Mulata de Córdoba, compuesta por José Pablo Moncayo con libreto de Xavier Villaurrutia, transformó la leyenda en un drama lírico que exaltaba su dimensión trágica y espiritual.

Desde entonces su figura ha inspirado obras teatrales, cuentos, murales y producciones cinematográficas, convirtiéndose en parte del imaginario artístico mexicano.

Cada reinterpretación la resignifica. A veces como símbolo de sensualidad y misterio, otras como metáfora del mestizaje y de la rebeldía femenina frente a la opresión.

En el ámbito social contemporáneo ha cobrado un nuevo valor como elemento de memoria afrodescendiente. En un país que durante siglos invisibilizó la herencia africana, la mulata se ha convertido en un ícono de visibilidad histórica.

Su historia permite reflexionar sobre el racismo estructural y la marginación de las comunidades africanas en México, al tiempo que reivindica el papel de las mujeres en la construcción de la identidad nacional.

Evolución y reinterpretaciones contemporáneas

A lo largo de los siglos, la mulata de Córdoba ha trascendido su origen colonial para convertirse en un símbolo reinterpretado por diversas generaciones de artistas y escritores.

En el siglo XX autores y cineastas comenzaron a revalorizar su figura, transformándola de bruja maldita en mujer sabia, poderosa y rebelde. En estas versiones modernas, su magia ya no es signo de perversión, sino de conocimiento ancestral y empoderamiento.

En el arte y la literatura contemporánea suele ser representada como una mujer que se emancipa de las cadenas del racismo y el patriarcado, una precursora de la resistencia femenina frente a la opresión.

Además, en el discurso feminista latinoamericano, se la ha resignificado como un ícono de la mujer racializada que transforma el estigma en poder y la marginalidad en identidad.

En el ámbito popular, su figura se mantiene viva en el imaginario de Veracruz y de México en general, donde se mezcla la devoción, la curiosidad y el orgullo local.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.