15 cuentos para bebés: historias interactivas
Leerles a los bebés desde los primeros meses de vida fortalece el vínculo afectivo entre padres e hijos, creando momentos de cercanía, calma y conexión emocional.
A través de la voz, el ritmo y las imágenes de los cuentos, los bebés se sienten seguros y acompañados. Además, comienzan a desarrollar habilidades fundamentales para el lenguaje, la atención y la memoria.
Escuchar palabras, mirar ilustraciones y participar con gestos o sonidos estimula su imaginación y despierta su curiosidad natural por el mundo. Más que una actividad educativa, leer con los bebés es una forma de sembrar amor por las palabras y por el tiempo compartido, dejando huellas en su desarrollo emocional y cognitivo.
1. La cuchara saltarina
Lola tenía una cuchara mágica. No era una cuchara común y corriente. Esta cuchara saltaba.
Un día, mamá le dio su tazón con puré de manzana.
—Es hora de comer, Lola —dijo mamá.
Lola miró la cuchara, que estaba quieta en el tazón.
—¿Sabes qué? —dijo la cuchara—. ¡Hoy voy a saltar!
Y de repente, ¡salió volando! ¡Fiuuu!
Lola intentó atraparla. ¡Oh no! La cuchara saltó sobre el tazón y dijo:
—¡Mira cómo salto como una rana!
Lola se rió mucho.
—¡Cuchara, ven aquí! —gritó, tratando de alcanzarla.
La cuchara saltó al lado del vaso de leche. ¡PLOP! Lola la miró, sorprendida.
—¡Tienes mucha energía, cuchara!
La cuchara se encogió y se acercó.
—¡Soy muy especial! Puedo saltar hasta el cielo… pero hoy sólo quiero que me uses para comer.
Lola la miró y la levantó con sus manitas.
—Ahora voy a comer mi puré, ¿te parece?
La cuchara aceptó.
—¡Sí! Pero recuerda, siempre que comas, ¡puedo saltar un poquito!
Y así fue. Lola comió con su cuchara saltarina. Cada vez que tomaba un bocado, la cuchara saltaba un poquito. ¡Fiuuu, plop!
Al final, Lola terminó todo el puré y la cuchara, cansada pero feliz, se tumbó en el tazón.
—¡Qué buen trabajo hicimos hoy! — dijo la cuchara.
Lola sonrió.
—¡Gracias, cuchara! ¡Eres mi amiga saltarina!
Interacciones:
- Mover las manos como si la cuchara saltara.
- Intentar alcanzar la cuchara que salta.
- Moverse como si la cuchara estuviera saltando sobre la comida.
- Decir “¡Fiuuu, plop!” al imitar el salto.
2. La niña que recogía estrellas
Había una vez una niña llamada Alma que cada noche miraba el cielo desde su ventana.
—¡Las estrellas brillan como lucecitas mágicas! — decía.
Una noche, Alma salió con su frasco de cristal.
—Hoy quiero guardar una estrella para mí — susurró con ilusión.Caminó por el jardín, alzó el frasco y estiró la mano, pero nada cayó dentro.
—¡Estrellita! ¿Quieres venir a jugar? — preguntó dulcemente.
Entonces, una pequeña estrella titiló más fuerte.
—¡Hola, Alma! No puedo bajar, pero puedo acompañarte con mi luz — dijo.Desde esa noche, Alma no intentó atrapar las estrellas. Sólo salía, sonreía, y decía:
—¡Buenas noches, amigas del cielo!
Y cada estrella brillaba un poquito más fuerte para ella.
Interacciones: Estirarse como Alma, señalar estrellas.
3. La caja de los sonidos mágicos
Leo tenía una caja vieja debajo de su cama. Un día, al abrirla, escuchó un ¡clin, clin!
—¿Qué fue eso?Dentro había pequeños instrumentos: una campanita, una maraca, un tambor y una flauta de juguete.
Probó la campanita. ¡Clin, clin!
Después agitó la maraca. ¡Chaca-chaca!
¿Puedes mover tus manos como una maraca?Con cada sonido, aparecía una luz de color. Rojo. Azul. Verde. Amarillo.
Leo tocó cada uno hasta que la habitación se llenó de música y colores.
—¡Mi caja está viva! —exclamó.Desde ese día, cada tarde tocaba su concierto mágico para los peluches. Y cada nota era una risa, cada color, un abrazo.
Interacciones: Reproducir sonidos con la voz, imitar instrumentos.
4. La nube que no quería llover
Nuna era una nube blanca y redonda. Volaba en lo alto del cielo, feliz. Pero había un problema: no quería llover.
—Llover me da miedo. ¿Y si caigo muy fuerte?
Las flores allá abajo le gritaban:
—¡Nuna, tenemos sed!—¡Sólo unas gotitas, por favor! — decía un pajarito.
Nuna tembló un poco... y dejó caer una gotita. ¡Plic!
—¡Eso no fue tan malo! — dijo.
Entonces, llovió suavecito, como caricias. Plip, plop, plip...
Y las flores bailaron, los animales cantaron y Nuna se sintió valiente y feliz.
—¡Llover no es malo! Es ayudar.
Interacciones: Sonido de gotas, soplar como el viento.
5. El tren de los sueños
Cada noche, cuando todos dormían, pasaba por la ciudad el tren de los sueños. ¡Chu-chuuu!
Martina, una niña muy despierta, escuchó el tren una vez.
—¡Lo escuché! ¿A dónde irá?
Abrió la ventana y... ¡El tren se detuvo frente a su casa! Un osito maquinista le dijo:
—Sube, ¡vamos al país de los sueños!
Martina se subió y pasaron por un bosque de almohadas, una lluvia de estrellitas y un lago de leche tibia.
—¡Este tren es mágico! — decía entre risas.
Al final del viaje, el osito le dijo:
—Cada noche que cierres los ojos, volveré.
Martina volvió a su cama, suspiró y durmió como nunca antes.
Interacciones: Sonido de tren, cerrar los ojos, saludar al osito.
6. El niño que pintó la luna
Mateo tenía pinceles de muchos colores y una imaginación más grande que el cielo.
Un día, miró la luna y dijo:
—¡Está muy blanca! Necesita un poco de color.
Así que tomó su pincel invisible y comenzó a pintar desde la ventana. Primero le puso azul. Luego naranja. Después… ¡rosado!
Cada noche, Mateo inventaba un nuevo color para la luna. La gente decía:
—¡Qué luna tan rara hoy!
Pero nadie sabía que Mateo la pintaba con su corazón.
Interacciones: Imitar pintar, elegir colores, soplar al cielo para "enviar" el color.
7. El reloj que aprendió a esperar
Había una vez un reloj muy pequeño llamado Tic. Vivía en la repisa de una tienda de juguetes, justo entre una pelota roja y un libro con luces.
Tic era un reloj nuevo, brillante y redondo. Le gustaba mover sus manecillas rápido, como si corriera.
—¡Tic, tic, tic! — decía alegre, girando sin parar.
—¿A dónde vas tan deprisa? — le preguntó el peluche Conejín, bostezando.
—¡Quiero que ya sea mañana! ¡Quiero saber qué pasará después!
Tic estaba siempre pensando en lo que venía:
—¿Cuándo me comprarán? ¿Qué niño me llevará a casa? ¿Será hoy? ¿Será en cinco minutos?
Pero nadie lo compraba. Los niños miraban pelotas, rompecabezas, muñecos. Tic esperaba. Y mientras tanto, seguía girando:
—¡Tic, tic, tic! ¡Rápido, rápido!
Un día, la muñeca Rosa le habló con voz suave:
—Tic, ¿por qué te apresuras tanto?
—¡Porque esperar me aburre! —respondió el relojito—. Quiero llegar al futuro.
Rosa sonrió.
—Pero si corres tanto, te pierdes todo lo bonito del ahora.
Tic se quedó quieto por un segundo.
—¿Qué hay de bonito en este momento?
—Mira a tu alrededor —dijo Rosa—. Escucha cómo ríen los niños en la calle. Huele los caramelos de la tienda. Mira cómo brilla la luz del sol sobre ti.
Tic cerró sus pequeños números y escuchó.
Por primera vez, el tiempo se volvió lento. Pero no aburrido. ¡Se volvió hermoso! Tic ya no quería correr.
—Tal vez no tengo que saber qué pasará mañana. Tal vez hoy es suficiente.
Pasaron los días. Tic marcaba cada hora con calma:
—Tic... tac... tic... tac...
Y entonces, un niño entró a la tienda con su mamá.
—¡Mira, mami! ¡Un reloj redondito! ¿Puedo llevarlo a casa?
Tic se emocionó, pero ya no corrió. Sonrió con sus manecillas.
—Ya llegó el momento — pensó.
Esa noche, en la mesita de su nuevo cuarto, Tic hizo su tic-tac muy despacio.
—Gracias por enseñarme a esperar —le dijo al silencio.
Y se durmió feliz, marcando los minutos con amor.
Interacciones:
- Cerrar los ojos como Tic.
- Oler (imaginar el aroma).
- Reír suavecito.
- Decir juntos: tic... tac... tic... tac...
8. El farolito que no quería brillar
En una pequeña plaza donde jugaban los niños, había un farolito muy bajito llamado Solín. Estaba junto a un banco de madera y una fuente que hacía plin-plin con el agua.
Solín era distinto a los otros faroles: tenía una luz pequeñita, apenas una chispa. Mientras los faroles altos se encendían cada noche con un gran ¡¡ZAS!! de luz brillante, Solín sólo hacía tic... y se encendía un poquito.
—¡Mira qué débil luz! — decían los otros faroles.
Solín bajaba su luz aún más.
—Yo... no quiero molestar — susurraba.
Pasaban los días y Solín se encendía sólo cuando nadie lo veía.
Una noche, el cielo se puso muy oscuro. Se acercaba una tormenta. Las nubes taparon la luna. El viento soplaba fuerte. Fuuuuhhh...
Los faroles altos intentaron encenderse... pero ¡puf! algo falló. Se apagaron todos.
—¡Oh no! —gritó la plaza—. ¡Está muy oscuro!
Los niños tenían miedo. Nadie podía ver. Y entonces... algo brilló. Una pequeña chispa, suave, pero constante. ¡Tic… tic… tic… plin! ¡Era Solín!
Brillaba con cuidado, con ternura. No deslumbraba, pero su luz llegaba justo donde se necesitaba: sobre los pies de los niños, sobre los escalones, sobre la fuente.
—¡Miren! —gritó una niña—. ¡Un farol valiente!
Esa noche, gracias a Solín, nadie tropezó. Nadie tuvo miedo. Y cuando la luna volvió a salir, todos lo aplaudieron.
—¡Tú sí sabes brillar, Solín! — dijo un farol alto, un poco avergonzado.
Desde entonces, Solín ya no escondía su luz. La encendía cada noche, suave pero firme. No necesitaba brillar como los demás. Solo ser él.
Y en la plaza, justo al lado del banco, aún puedes ver una lucecita que brilla bajito, pero con mucho, mucho corazón.
Interacciones:
- Hacer una luz pequeña con los dedos.
- Soplar como el viento.
- Hacer una cara valiente.
- Decir juntos: tic… tic… tic… plin…
9. El cepillo valiente
Simón tenía tres años y una gran colección de dinosaurios. Pero había algo que no le gustaba…
—¡No quiero lavarme los dientes! — decía todas las noches.
Mamá le ofrecía su cepillo azul, con cerdas suaves.
—¡Sólo será un momento, Simón!
Pero Simón cerraba la boca como un cofre de pirata. Una noche, mientras los dinosaurios dormían en fila, Simón escuchó un susurro:
—¿Simón...? ¿Simón...? ¿Quieres escuchar un secreto?
—¿Quién habla? —preguntó Simón, asustado pero curioso.
—¡Soy yo! Tu cepillo de dientes. Me llamo Valiente. ¡Y soy un héroe!
Simón abrió mucho los ojos.
—¿Un héroe?
—¡Sí! Cada noche entro en tu boca y lucho contra las miguitas malvadas y los restos de galleta que se esconden entre tus dientes. ¡Grrr, grrr!
—¡¿Tú peleas contra las migas?! — preguntó Simón, sorprendido.
—¡Claro! Pero necesito tu ayuda. Si no me dejas entrar, no puedo salvar tus dientes.
Simón pensó. Se miró al espejo. Mostró los dientes como un león. ¡Aaaah!
—Muy bien, Valiente. ¡Vamos a la batalla!
Se puso frente al lavabo, tomó el cepillo con su manita y apretó un poco de pasta.
El cepillo Valiente se llenó de energía mágica: ¡Zuuuum! Simón abrió la boca.
—¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Por arriba y por abajo!
Cepillaron juntos con fuerza suave, haciendo ruidos de limpieza: Chuf-chuf-chuf… fru-fru-fru…
Las migas gritaron y huyeron:
—¡Aaah, noooo, el Cepillo Valiente nos ha vencido!
Cuando terminaron, Simón se enjuagó.
—¡Listo! —dijo, orgulloso— ¡Mis dientes están a salvo!
Valiente sonrió desde el vasito del baño.
—Gracias, compañero. ¡Hasta mañana!
Desde entonces, Simón ya no protestó. Cada noche era una nueva aventura. Él era el comandante y Valiente, su espada mágica.
Y sus dientes… ¡limpios, fuertes y felices!
Interacciones:
- Hacer una boca cerrada como Simón.
- Rugir como miguitas malvadas.
- Girar los dedos como si sacaras pasta.
- Hacer ruidos de cepillado: chuf-chuf, fru-fru.
- Gritar suave como las migas vencidas.
10. El tambor que escuchaba los sonidos
Mateo tenía un tambor rojo con estrellas doradas. Le gustaba golpearlo con sus manos pequeñas:
¡Pum-pum! ¡Pum-pum!Pero un día, Mateo se cansó.
—Siempre suena igual… —dijo, dejando el tambor en el suelo.
Esa noche, el tambor suspiró:
—Ojalá pudiera hacer más sonidos…
Y justo entonces, escuchó algo: Plin-plin-plin… Era la lluvia, bailando en la ventana.
—¡Qué lindo suena eso! —dijo el tambor.
Luego, escuchó: Tac, tac, tac… Los pasos de papá subiendo la escalera. Brrrrrrr… El ronquido del perrito bajo la cama. Chic, chic, chic… La escoba que mamá usaba en la cocina.
—¡Todos hacen música! — susurró el tambor, emocionado.
A la mañana siguiente, Mateo se despertó. El tambor le habló bajito:
—¿Quieres hacer una orquesta?
Mateo parpadeó.
—¿Cómo?
—¡Escucha! La casa canta.
Mateo cerró los ojos. Plin-plin... tac-tac... chic-chic... brrrr...
—¡Tienes razón! —gritó, feliz.
Golpeó su tambor con cuidado: Pum… pum… pum… Y de pronto, todo sonaba junto. La lluvia, los pasos, el ronquido, la escoba… y el tambor.
Mateo bailó. El tambor cantó. Y juntos descubrieron que la música no está solo en los instrumentos… ¡Está en todas partes!
Desde ese día, cada mañana Mateo salía a buscar sonidos.
—¡Hoy escuché el “clic” del cinturón y el “plop” de una gota de leche! — decía.
Y por las noches, el tambor esperaba junto a su cama, listo para escuchar.
Interacciones:
- Golpear suavemente algo como si fuera un tambor (pum-pum).
- Hacer sonidos con la boca o el cuerpo: Plin-plin (lluvia), Tac-tac (pasos), Brrrrr (ronquido), Chic-chic (escoba).
11. La ventana que no se ve
Emilia tenía una cama con sábanas celestes y una lámpara en forma de luna. Cada noche, se arropaba hasta la nariz y escuchaba los grillos cantar: Cri-cri, cri-cri…
Pero una noche, al apagar la lámpara, notó algo distinto.
—¿Qué es esa luz? —s usurró.
En la pared, junto a su estante de libros, había algo que nunca antes había visto. Una ventanita redonda, del tamaño de un plato. Brillaba suave, como si fuera de agua.
—¿Qué hace eso aquí? — preguntó Emilia, sentándose en su cama.
Se acercó con cuidado y tocó el borde. ¡Era tibio! Como la panza de un gato dormido. Entonces… ¡Puff!
La ventana se abrió. Emilia vio nubes por dentro. ¡Nubes! Y estrellas que bailaban en fila, como si ensayaran una canción.—¡Esto no es una ventana normal! — dijo con ojos muy grandes.
Una brisa suave salió de allí, con olor a vainilla y cielo nuevo. Una vocecita vino del otro lado:
—Emilia, si entras, debes volver antes de que cante el gallo.
—¿Y qué pasa si no vuelvo?
—Las ventanas mágicas desaparecen con el sol.
Emilia asintió.
—Está bien. ¡Vamos!
Se subió al borde, y plup, entró.
Adentro había una ciudad hecha de almohadas, nubes saltarinas, relojes que caminaban y mariposas que tocaban violines con sus alas.
Emilia flotaba al caminar. Jugó con una nube azul que hacía cosquillas. Leyó un cuento con una estrella vieja que hablaba en rimas.
Pero pronto, algo cantó: ¡Kikirikíííí!
—¡El gallo! —gritó Emilia.
Corrió entre almohadas y violines, saltó sobre una nube y llegó justo a tiempo a la ventanita.
Se metió en su cuarto y la ventana se cerró: ¡Chic! Desapareció.
Mamá entró.
—¿Ya dormías, Emilia?
Emilia sonrió.
—Casi… Pero tuve un sueño precioso.
Esa noche, bajo su almohada, encontró algo suave y redondito: un pedacito de nube con olor a vainilla.
Y desde entonces, cada noche apagaba la luz…esperando que la ventana volviera a brillar.
Interacciones:
- Hacer sonidos como los grillos: cri-cri.
- Estirar la mano para “tocar” la ventana.
- Cerrar los ojos e imaginar el olor de vainilla.
- Mover las manos como si volaras.
- Hacer el canto del gallo: ¡Kikirikííí!
12. El viento que hacía cosquillas
Había una vez un viento juguetón llamado Silbo. No se veía, no se tocaba, ¡pero siempre estaba haciendo de las suyas!
—¡Fiuuu, fiuuu! — decía mientras soplaba.
Una mañana, Silbo se metió por la ventana de la casa de Nicolás, que estaba jugando en su alfombra con bloques y peluches.
—¡Hola! — susurró Silbo—. ¿Quieres jugar?
Nicolás miró a su alrededor. No vio a nadie, pero su osito se cayó de repente.
—¡Oh! ¿Quién hizo eso? — preguntó, riendo.
Fiuuuuuu... Silbo sopló un poco más fuerte. ¡La torre de bloques se tambaleó! ¡Toc! ¡Toc! ¡Ploff! Nicolás se rió más fuerte.
—¡Eres tú, viento travieso!
Entonces Silbo sopló por debajo de la camiseta de Nicolás. ¡Fiuuuu... fufufu!
Nicolás se tiró al piso de la risa.
—¡Basta! ¡No puedo parar de reír!
Silbo se escondió tras las cortinas.
—¿Dónde estás? —dijo Nicolás.
De repente, las cortinas se inflaron como globos. ¡FLOOOSH!
—¡Ahí estás! —gritó Nicolás.
Silbo salió corriendo y sopló el cabello de mamá en la cocina.
—¡Ay! —dijo ella—. ¡Este viento travieso otra vez!
Entonces sopló el vaso de agua. ¡Plop! Y la servilleta voló: ¡Flap-flap!
—¡Silboooo! — gritaron todos.
Pero Silbo ya estaba saliendo por la puerta, muy contento.
—¡Adiós! ¡Hasta mañana!
Y así, Nicolás aprendió que hay amigos invisibles que vienen a jugar… ¡cuando el aire empieza a bailar!
Interacciones:
- Soplar como el viento: fiuuu, fiuuu.
- Empujar con la mano como si cayera una torre.
- Tocarse la panza y reír con cosquillas.
- Levantar las manos como buscando algo.
- Agitar las manos como si las cortinas volaran.
- Decir adiós moviendo los deditos.
13. El zapato que salía corriendo
Tomás se estaba poniendo los zapatos para salir al parque. Primero el calcetín… Luego un zapato…
Y cuando iba por el otro… ¡Ya no estaba!—¿Dónde está mi zapato? — preguntó Tomás.
Mamá miró bajo la silla. Papá miró detrás de la puerta.
—¡Aquí no está! — dijeron.
Entonces escucharon: ¡PLOP! ¡PLOC! ¡PLOP!
—¿Eso fue… un zapato?
Tomás se acercó al pasillo… ¡Y ahí iba su zapato, dando saltitos!
—¡Zapato, vuelve! — gritó Tomás.
Pero el zapato era muy travieso. Saltó al sofá: ¡PLOP! Corrió por la alfombra: ¡PLOC! Se escondió detrás del peluche, luego debajo de la mesa.
Tomás lo seguía gateando por todo el cuarto.
—¡Te voy a atrapar!
El zapato giró, se deslizó y… ¡se metió en una caja de juguetes! Tomás se rió.
—¡Te encontré!
Lo tomó con sus dos manitas y lo apretó.
—¡Qué travieso eres! ¿Por qué no querías ponerte?
El zapato respondió (muy bajito):
—¡Me da cosquillas cuando me empujas con tus deditos!
Tomás se rió.
—¡Yo también tengo cosquillas en los pies!
Entonces Tomás sopló dentro del zapato:Fiuuu…
Y el zapato dijo:
—¡Está bien, me porto bien!
Tomás lo puso con cuidado en su pie.
—¡Uno… y dos! ¡Listo!
Los dos zapatos brincaron de alegría. ¡Plop-plop, ploc-ploc!
Y salieron corriendo al parque… esta vez, todos juntos.
Interacciones:
- Mirar alrededor como si buscaras algo.
- Golpear los pies en el suelo como un zapato saltarín.
- Mover las manos como si atrapases algo.
- Tocar tus pies y hacer cosquillas.
- Soplar suave, como Tomás.
- Contar con los dedos: uno y dos.
14. La llave del cajón escondido
Leo tenía una cómoda de madera en su cuarto. Tenía cuatro cajones grandes y uno pequeño, escondido al final, que nunca se abría.
—¿Qué habrá ahí dentro? — se preguntaba.
Una mañana, mientras jugaba en su alfombra con bloques y carritos, algo hizo clic bajo su cama. ¡Clic!
Era una llave. Pequeña, dorada, con una forma curva como una espiral.
—¡Una llave mágica! — susurró Leo, con los ojos muy abiertos.
La sostuvo en sus manos. Estaba un poquito tibia. Caminó en puntitas hasta la cómoda. Insertó la llave en el cajón pequeño… ¡Clic, clac! ¡Se abrió!
Dentro no había juguetes, ni dulces. Había...
—¡Una nota enrollada! —dijo Leo, sorprendido.
La desenrolló con cuidado. Decía: “Esta es la llave de los días especiales. Úsala cuando el mundo parezca aburrido”.
Leo miró alrededor.
—¿Y ahora qué?
La llave tembló. Brrr... De pronto, el cajón comenzó a crecer. ¡Zzzzzz! Se hizo más grande... más grande... ¡y apareció una puertecita!
Leo se agachó y entró. Allí había un jardín con libros que susurraban historias, flores que reían y burbujas que flotaban al ritmo de la música.
—¡Este es mi lugar secreto! — dijo Leo, dando vueltas como una mariposa.
Estuvo allí lo justo para reír, correr y asombrarse. Luego, la llave vibró de nuevo. Zzzzz!
—Hora de volver —susurró una flor.
Leo salió, cerró el cajón, y guardó la llave en su bolsillo más pequeño. Desde ese día, cada vez que se aburría, miraba su cajón secreto y sonreía.
—Hoy todavía no. Pero pronto. Muy pronto.
Y la llave, silenciosa, esperaba paciente.
Interacciones:
- Sonido de clic.
- Frotarse las manos como si la llave brillara.
- Caminar en puntitas.
- Gatear como si entraras al cajón.
- Tocar el bolsillo como si guardaras algo valioso.
15. La luna que bajó a jugar
Una noche, la luna estaba muy brillante, mirando todo desde el cielo. Pero se sentía un poco sola.
—¡Ay, qué aburrido es sólo brillar desde aquí! — dijo la luna, suspirando.
Entonces, decidió bajar a la tierra. ¡Suuuush! Cayó suavemente en el jardín de Sofía, que estaba mirando las estrellas.
—¿Quién anda ahí? — preguntó Sofía, asombrada.
Y la luna le respondió con una risa suave:
—¡Soy yo, la luna! He venido a jugar.
Sofía abrió los ojos muy grandes.
—¿La luna? ¿De verdad?
—¡Sí! ¡Vamos a jugar! —dijo la luna, haciendo una pirueta en el aire.
Sofía saltó de alegría y agarró su linterna.
—¿Qué juego jugamos, luna?
—¡Un juego de sombras! —dijo la luna.
Sofía levantó las manos y la luna creó una gran sombra de conejo sobre el césped.
—¡Mira, Sofía! ¡Un conejo de sombra!
Sofía rió y levantó los brazos para hacer una sombra de pájaro.
—¡Ahora yo!
La luna hizo una gran sombra de estrella.
—¡Y ahora la estrella!
Sofía se tumbó en el césped, mirando a la luna.
—Eres muy divertida, luna.
La luna se inclinó sobre Sofía, diciendo:
—Y tú también eres muy especial, porque puedes crear sombras con tus manos. ¡Eres una artista!
Al final, la luna volvió a subir al cielo.
—Es hora de descansar, Sofía. Nos vemos mañana, cuando vuelva a brillar.
Y Sofía, con una gran sonrisa, se quedó dormida, soñando con sombra de conejos, pájaros y estrellas.
Interacciones:
- Mover las manos como sombras.
- Hacer figuras con las manos: sombra de conejo, pájaro, estrella.
- Mirar al cielo y decir: “¡Hola, luna!”.
- Imitar el movimiento de la luna bajando suavemente.
Ver también: