6 cuentos de princesas para encantar a los niños


Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana

En el repertorio de cuentos infantiles, abundan las historias protagonizadas por princesas que logran triunfar y enseñar importantes lecciones de vida a los niños.

En el siguiente listado se pueden encontrar seis cuentos cortos de princesas para todas las edades.

La bella y la bestia

La bella y la bestia

El príncipe rana

El príncipe rana

Blancanieves y los siete enanitos

Blancanieves y los siete enanitos

La bella durmiente

La bella durmiente

La princesa del guisante

La princesa del guisante

La cenicienta

La cenicienta

1. La bella y la bestia - Jeanne-Marie Leprince de Beaumont

Este relato enseña la necesidad de no dejarse llevar por las apariencias, pues muchas veces las cosas no son como parecen. Gracias a que Bella fue capaz de encontrar la belleza donde nadie más podía, logró encontrar el amor verdadero.

Cuento La bella y la bestia

Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las tres eran muy hermosas, pero lo era especialmente la más joven, a quien todos llamaban desde pequeña Bella. Además de bonita, era también bondadosa y por eso sus orgullosas hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar el día tocando el piano y rodeada de libros.

Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto tenía y no le quedó nada más que una humilde casa en el campo. Tuvo que trasladarse allí con sus hijas y les dijo que no les quedaba más remedio que aprender a labrar la tierra. Las dos hermanas mayores se negaron desde el primer momento, mientras que Bella se enfrentó con determinación a la situación:

- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.

Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa, cultivaba la tierra y hasta encontraba tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de estarle agradecidas, la insultaban y se burlaban de ella.

Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le informaban de que un barco que acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír la noticias, las hijas mayores sólo pensaron en que podrían recuperar su vida anterior y se apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. En cambio, Bella sólo pidió a su padre unas sencillas rosas, ya que por allí no crecía ninguna.

De este modo, el mercader viajó para recuperar sus mercancías. Cuando no le quedaba mucho para llegar hasta la casa, se desató una tormenta de nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos de los lobos sonaban cada vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía de un castillo.

Al llegar allí, entró y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego estaba encendido y la mesa rebosaba comida. Tenía tanta hambre que no pudo evitar probarla.

Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día siguiente encontró ropas limpias en su habitación y una taza de chocolate caliente esperándole. El hombre estaba seguro de que el castillo tenía que ser de un hada buena.

A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó la promesa que había hecho a Bella. Se dispuso a cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y apareció ante él una bestia enorme.

- ¿Así es como pagas mi gratitud?

- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…

- ¡Basta! Te perdonaré la vida con la condición de que una de tus hijas me ofrezca la suya a cambio. Ahora ¡ándate!

El hombre llegó a casa exhausto y apesadumbrado, porque sabía que sería la última vez que volvería a ver a sus tres hijas.

Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de Bella comenzaron a insultarla, a llamarla caprichosa y a decirle que tenía la culpa de todo.

- Iré yo, dijo con firmeza

- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre

- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por favor padre.

Cuando Bella llegó al castillo se asombró de su esplendor. Más aún cuando encontró escrito en una puerta “aposento de Bella” y encontró un piano y una biblioteca. Pero se sentó en su cama y deseó con tristeza saber qué estaría haciendo su padre en aquel momento. Entonces levantó la vista y vio un espejo en el que se reflejaba su casa y a su padre llegando a ella.

Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy amable.

Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose cuenta de lo humilde y bondadoso que era la bestia.

- Si hay algo que desees no tienes más que pedírmelo - dijo la bestia.

Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo mucho que se esforzaba por complacerla y todos los días descubría en él nuevas virtudes. Pero pese a eso, cuando la bestia le preguntaba si quería ser su esposa, ella siempre contestaba con honestidad:

- Lo siento. Eres muy bueno, pero no creo que pueda casarme contogo.

La Bestia no se enfadaba, sino que lanzaba un largo suspiro y desaparecía.

Un día, Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su padre, ya que había caído enfermo. La bestia no puso ningún impedimento y sólo le pidió que por favor volviera pronto si no quería encontrárselo muerto de tristeza.

- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho días - dijo Bella.

Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya en volver cuando soñó con la bestia yaciendo en el jardín del castillo medio muerta.

Regresó de inmediato al castillo y no lo vio por ninguna parte. Recordó su sueño y lo encontró en el jardín. La pobre bestia no había podido soportar estar lejos de ella.

- No te preocupes. Muero tranquilo porque he podido verte una vez más.

- ¡No! ¡No os puedes morir! ¡Seré tu esposa!

Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y estallaron fuegos artificiales. Bella se dio la vuelta hacia la bestia y, ¿dónde estaba? En su lugar había un apuesto príncipe que le sonreía dulcemente.

- Gracias Bella. Has logrado romper el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta forma hasta que encontrase a una joven capaz de amarme y casarse conmigo.

El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos muchos años.

2. El príncipe rana - Hermanos Grimm

Este cuento tiene como protagonistas a una princesa y a una rana. A través de ellos, los niños pueden aprender importantes lecciones como el engaño de las apariencias y la necesidad de cumplir con lo que se promete.

Cuento El príncipe rana

Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no alcanzaba a ver el fondo.

—¡Ay, qué tristeza! La he perdido —se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.

De repente, la princesa escuchó una voz.

—¿Qué te pasa, hermosa princesa? ¿Por qué lloras?

La princesa miró por todas partes, pero no vio a nadie.

—Aquí abajo —dijo la voz.

La princesa miró hacia abajo y vio una rana que salía del agua.

—Ah, ranita —dijo la princesa—. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de oro cayó en el pozo.

—Yo la podría sacar —dijo la rana—. Pero tendrías que darme algo a cambio.

La princesa sugirió lo siguiente:

—¿Qué te parecen mi perlas y mis joyas? O quizás mi corona de oro.

—¿Y qué puedo hacer yo con una corona? —dijo la rana—. Pero te ayudaré a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga.

—Iría a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en cuando —propuso la rana.

Aunque la princesa pensaba que aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga.

Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco tiempo salió con la bolita de oro en la boca.

La rana dejó la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al castillo.

—¡Espera! —le dijo la rana—. ¡No puedo correr tan rápido!

Pero la princesa no le prestó atención.

La princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente, cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.

Luego, escuchó una voz que dijo:

—Princesa, abre la puerta.

Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir. Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y preguntó:

—¿Algún gigante vino a buscarte?

—Es sólo una rana —contestó ella.

—¿Y qué quiere esa rana? —preguntó el rey.

Mientras la princesa le explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta.

—Déjame entrar, princesa —suplicó la rana—. ¿Ya no recuerdas lo que me prometiste en el pozo?

Entonces le dijo el rey:

—Hija, si hiciste una promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.

A regañadientes, la princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y pidió:

—Súbeme a la silla, junto a ti.

—Pero, ¿qué te has creído?

En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta, la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez allí, la rana dijo:

—Acércame tu plato, para comer contigo.

La princesa le acercó el plato a la rana, pero a ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se sintió satisfecha dijo:

—Estoy cansada. Llévame a dormir a tu habitación.

La idea de compartir su habitación con aquella rana le resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar. Entonces, el rey le dijo:

—Llévala a tu habitación. No está bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento de necesidad.

Sin otra alternativa, la princesa procedió a recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó hasta el lado de la cama.

—Yo también estoy cansada —dijo la rana—. Súbeme a la cama o se lo diré a tu padre.

La princesa no tuvo más remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas almohadas.

Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó sorprendida que la rana sollozaba en silencio.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó.

—Yo simplemente deseaba que fueras mi amiga —contestó la rana—. Pero es obvio que tú nada quieres saber de mi. Creo que lo mejor será que regrese al pozo.

Estas palabras ablandaron el corazón de la princesa. La princesa se sentó en la cama y le dijo a la rana en un tono dulce:

—No llores. Seré tu amiga.

Para demostrarle que era sincera, la princesa le dio un beso de buenas noches.

¡De inmediato, la rana se convirtió en un apuesto príncipe! La princesa estaba tan sorprendida como complacida.

La princesa y el príncipe iniciaron una hermosa amistad. Al cabo de algunos años, se casaron y fueron muy felices.

3. Blancanieves y los siete enanitos - Hermanos Grimm

En esta famosa historia, Blancanieves se muestra como una princesa que puede enseñar valores como la sencillez, la bondad y la capacidad de adaptarse a los cambios.

Cuento Blancanieves

Érase una vez una joven y bella princesa llamada Blancanieves que vivía en un reino muy lejano con su padre y madrastra.

Su madrastra, la reina, era también muy hermosa, pero arrogante y orgullosa. Se pasaba todo el día contemplándose frente al espejo. El espejo era mágico y cuando se paraba frente a él, le preguntaba:

—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?

Entonces el espejo respondía:

— Tú eres la más hermosa de todas las mujeres.

La reina quedaba satisfecha, pues sabía que su espejo siempre decía la verdad. Sin embargo, con el pasar de los años, la belleza y bondad de Blancanieves se hacían más evidentes. Por todas sus buenas cualidades, superaba mucho la belleza física de la reina. Y llegó al fin un día en que la reina preguntó de nuevo:

—Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa del reino?

El espejo contestó:

—Blancanieves, a quien su bondad la hace ser aún más bella que tú.

La reina se llenó de ira y ordenó la presencia del cazador y le dijo:

—Llévate a la joven princesa al bosque y asegúrate de que las bestias salvajes se encarguen de ella.

Con engaños, el cazador llevó a Blancanieves al bosque, pero cuando estaba a punto de cumplir las órdenes de la reina, se apiadó de la bella joven y dijo:

—Corre, vete lejos, pobre muchacha. Busca un lugar seguro donde vivir.

Encontrándose sola en el gran bosque, Blancanieves corrió tan lejos como pudo hasta la llegada del anochecer. Entonces divisó una pequeña cabaña y entró en ella para dormir. Todo lo que había en la cabaña era pequeño. Había una mesa con un mantel blanco y siete platos pequeños, y con cada plato una cucharita. También, había siete pequeños cuchillos y tenedores, y siete jarritas llenas de agua. Contra la pared se hallaban siete pequeñas camas, una junto a la otra, cubiertas con colchas tan blancas como la nieve.

Blancanieves estaba tan hambrienta y sedienta que comió un poquito de vegetales y pan de cada platito y bebió una gota de cada jarrita. Luego, quiso acostarse en una de las camas, pero ninguna era de su medida, hasta que finalmente pudo acomodarse en la séptima.

Cuando ya había oscurecido, regresaron los dueños de la cabaña. Eran siete enanos que cavaban y extraían oro y piedras preciosas en las montañas. Ellos encendieron sus siete linternas, y observaron que alguien había estado en la cabaña, pues las cosas no se encontraban en el mismo lugar.

El primero dijo: —¿Quién se ha sentado en mi silla?

El segundo dijo: —¿Quién comió de mi plato?

El tercero dijo: —¿Quién mordió parte de mi pan?

El cuarto dijo: —¿Quién tomó parte de mis vegetales?

El quinto dijo: —¿Quién usó mi tenedor?

El sexto dijo: —¿Quién usó mi cuchillo?

El séptimo dijo: —¿Quién bebió de mi jarra?

Entonces el primero observó una arruga en su cama y dijo: —Alguien se ha metido en mi cama.

Y los demás fueron a revisar sus camas, diciendo: —Alguien ha estado en nuestras camas también.

Pero cuando el séptimo miró su cama, encontró a Blancanieves durmiendo plácidamente y llamó a los demás:

—¡Oh, cielos! —susurraron—. Qué encantadora muchacha

Cuando llegó el amanecer, Blancanieves se despertó muy asustada al ver a los siete enanos parados frente a ella. Pero los enanos eran muy amistosos y le preguntaron su nombre.

—Mi nombre es Blancanieves —respondió—, y les contó todo acerca de su malvada madrastra.

Los enanos dijeron:

—Si puedes limpiar nuestra casa, cocinar, tender las camas, lavar, coser y tejer, puedes quedarte todo el tiempo que quieras—. Blancanieves aceptó feliz y se quedó con ellos.

Pasó el tiempo y un día, la reina decidió consultar a su espejo y descubrió que la princesa vivía en el bosque. Furiosa, envenenó una manzana y tomó la apariencia de una anciana.

— Un bocado de esta manzana hará que Blancanieves duerma para siempre — dijo la malvada reina.

Al día siguiente, los enanos se marcharon a trabajar y Blancanieves se quedó sola.

Poco después, la reina disfrazada de anciana se acercó a la ventana de la cocina. La princesa le ofreció un vaso de agua.

—Eres muy bondadosa —dijo la anciana—. Toma esta manzana como gesto de agradecimiento.

En el momento en que Blancanieves mordió la manzana, cayó desplomada. Los enanos, alertados por los animales del bosque, llegaron a la cabaña mientras la reina huía. Con gran tristeza, colocaron a Blancanieves en una urna de cristal. Todos tenían la esperanza de que la hermosa joven despertase un día.

Y el día llegó cuando un apuesto príncipe que cruzaba el bosque en su caballo, vio a la hermosa joven en la urna de cristal y maravillado por su belleza, le dio un beso en la mejilla, la joven despertó al haberse roto el hechizo. Blancanieves y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.

4. La bella durmiente - Hermanos Grimm

En este cuento clásico, una princesa es sometida a un terrible hechizo, pero logrará salvarse gracias al poder del amor.

Cuento La bella durmiente

Érase una vez un rey y una reina que vivían muy felices, pero anhelaban tener hijos. Después de muchos años de espera, la reina dio a luz a una hermosa niña y todo el reino los acompañó en su felicidad. Hubo una gran celebración y las hadas del reino fueron invitadas. Pero el rey olvidó invitar a una de ellas. Muy resentida, el hada olvidada se presentó al palacio.

Pronto, llegó el momento en que las hadas le entregaban a la pequeña sus mejores deseos:

—Que crezca y se convierta en la mujer más bella del mundo —dijo la primera hada.

—Que cante con la más dulce y melodiosa voz —dijo la segunda hada.

—Que siempre se comporte con gracia y elegancia —dijo la tercera hada.

—Que sea bondadosa y paciente—dijo la siguiente hada.

Cada una de las hadas, colmaron a la niña de hermosos deseos hasta que llegó el turno del hada que el rey olvidó invitar:

— Cuando la princesa cumpla dieciséis años, se pinchará el dedo con una aguja y ese será su final —dijo con todo el resentimiento que su corazón le permitía albergar en sus palabras.

El rey, la reina y todo el reinado estaban atónitos, le suplicaron al hada que los disculpara por no haberla invitado y se retractara de lo que había dicho, pero el hada se negó a ambas propuestas.

Había una última hada que faltaba por presentar su deseo. Queriendo ayudar a la pequeña, le dijo al rey y a la reina:

—No puedo deshacer las palabras pronunciadas, pero puedo cambiar el curso de los eventos: la princesa no morirá cuando su dedo se pinche con la aguja, pero caerá en un sueño profundo durante cien años. Entonces, un príncipe vendrá y la despertará.

Al escuchar esto, el rey y la reina se sintieron mejor. Pensando que existía la manera de detener el destino, el rey prohibió a todos los habitantes del reino utilizar agujas.

La princesa creció y se convirtió en una niña amable y de dulce corazón. Cuando cumplió sus dieciséis años, vio a una anciana coser:

—¿Puedo intentarlo? —le preguntó.

La anciana le respondió:

— ¡Por supuesto, mi pequeña niña!

La princesa tomó la aguja e intentó enhebrar el hilo. En ese preciso momento se pinchó el dedo y cayó en un profundo sueño. La anciana, que era en realidad el hada resentida, la llevó de regreso al palacio y el rey y la reina la acostaron en su cama.

El reino que antes los había acompañado en la felicidad, los acompañó en la desgracia; todos cayeron en un profundo sueño.

Pasaron cien años. Un día, por cuenta del destino, un príncipe llegó al palacio. Él no podía dar crédito a lo que veían sus ojos: los guardas, sirvientes, gatos y hasta las vacas dormían y roncaban.

Al acercarse a la princesa, pensó que ella era el ser más hermoso del mundo y le plantó un beso en la mejilla. Inmediatamente, la princesa se despertó y junto con ella, el rey, la reina, los guardas, los sirvientes, los gatos y hasta las vacas abrieron sus ojos.

El príncipe y la princesa se casaron y vivieron felices por siempre.

5. La princesa del guisante - Hans Christian Andersen

En este cómico relato de Hans Christian Andersen, un príncipe busca afanosamente a una joven que sea una princesa verdadera. Para ello, pondrá a prueba su delicadeza con una artimaña simple y compleja a la vez.

Cuento La princesa del guisante

Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que fuese una princesa de verdad. En su busca recorrió todo el mundo, mas siempre había algún pero. Princesas había muchas, mas nunca lograba asegurarse de que lo fueran de veras; cada vez encontraba algo que le parecía sospechoso. Así regresó a su casa muy triste, pues estaba empeñado en encontrar a una princesa auténtica.

Una tarde estalló una terrible tempestad; se sucedían sin interrupción los rayos y los truenos, y llovía a cántaros; era un tiempo espantoso. En éstas llamaron a la puerta de la ciudad, y el anciano Rey acudió a abrir.

Una princesa estaba en la puerta; pero ¡santo Dios, cómo la habían puesto la lluvia y el mal tiempo! El agua le chorreaba por el cabello y los vestidos, se le metía por las cañas de los zapatos y le salía por los tacones; pero ella afirmaba que era una princesa verdadera.

“Pronto lo sabremos”, pensó la vieja Reina, y, sin decir palabra, se fue al dormitorio, levantó la cama y puso un guisante sobre la tela metálica; luego amontonó encima veinte colchones, y encima de éstos, otros tantos edredones.

En esta cama debía dormir la princesa.

Por la mañana le preguntaron qué tal había descansado.

-¡Oh, muy mal! -exclamó-. No he pegado un ojo en toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! ¡Era algo tan duro, que tengo el cuerpo lleno de cardenales! ¡Horrible!.

Entonces vieron que era una princesa de verdad, puesto que, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones, había sentido el guisante. Nadie, sino una verdadera princesa, podía ser tan sensible.

El príncipe la tomó por esposa, pues se había convencido de que se casaba con una princesa hecha y derecha; y el guisante pasó al museo, donde puede verse todavía, si nadie se lo ha llevado.

Esto sí que es una historia, ¿verdad?

6. La cenicienta - Charles Perrault

La cenicienta es una de las historias infantiles más famosas de la literatura. En ella, una joven debe soportar diversas dificultades, hasta que gracias a su bondad logra encontrar el amor verdadero y convertirse en una princesa.

Imagen de la Cenicienta bailando

Érase una vez un hombre bueno que tuvo la desgracia de quedar viudo al poco tiempo de haberse casado. Años después conoció a una mujer muy mala y arrogante, pero que pese a eso, logró enamorarle.

Ambos se casaron y se fueron a vivir con sus hijas. La mujer tenía dos hijas tan arrogantes como ella, mientras que el hombre tenía una única hija dulce, buena y hermosa como ninguna otra. Desde el principio las dos hermanas y la madrastra hicieron la vida imposible a la muchacha. Le obligaban a llevar viejas y sucias ropas y a hacer todas las tareas de la casa. La pobre se pasaba el día barriendo el suelo, fregando los cacharros y haciendo las camas, y por si esto no fuese poco, hasta cuando descansaba sobre las cenizas de la chimenea se burlaban de ella.

- ¡Cenicienta! ¡Cenicienta! ¡Mírala, otra vez va llena de cenizas!

Pero a pesar de todo ella nunca se quejaba.

Un día oyó a sus hermanas decir que iban a acudir al baile que daba el hijo del Rey. A Cenicienta le apeteció mucho ir, pero sabía que no estaba hecho para una muchacha como ella.

Planchó los vestidos de sus hermanas, las ayudó a vestirse y peinarse y las despidió con tristeza. Cuando estuvo sola rompió a llorar de pena por no poder ir al baile. Entonces, apareció su hada madrina:

- ¿Qué ocurre Cenicienta? ¿Por qué lloras de esa manera?

- Porque me gustaría ir al baile como mis hermanas, pero no tengo forma.

- Mmmm… creo que puedo solucionarlo, dijo esbozando una amplia sonrisa.

Cenicienta recorrió la casa en busca de lo que le pidió su madrina: una calabaza, seis ratones, una rata y seis lagartos. Con un golpe de su varita los convirtió en un magnífico carruaje dorado tirado por seis corceles blancos, un gentil cochero y seis serviciales lacayos.

- ¡Ah sí, se me olvidaba! - dijo el hada madrina.

Y en un último golpe de varita convirtió sus harapos en un magnífico vestido de tisú de oro y plata y cubrió sus pies con unos delicados zapatitos de cristal.

- Sólo una cosa más Cenicienta. Recuerda que el hechizo se romperá a las doce de la noche, por lo que debes volver antes.

Cuando Cenicienta llegó al palacio se hizo un enorme silencio. Todos admiraban su belleza mientras se preguntaban quién era esa hermosa princesa. El príncipe no tardó en sacarla a bailar y desde el instante mismo en que pudo contemplar su belleza de cerca, no pudo dejarla de admirar.

A Cenicienta le ocurría lo mismo y estaba tan a gusto que no se dio cuenta de que estaban dando las doce. Se levantó y salió corriendo de palacio. El príncipe, preocupado, salió corriendo también aunque no pudo alcanzarla. Tan sólo a uno de sus zapatos de cristal, que la joven perdió mientras corría.

Días después llegó a casa de Cenicienta un hombre desde palacio con el zapato de cristal. El príncipe le había dado orden de que se lo probaran todas las mujeres del reino hasta que encontrara a su propietaria. Así que se lo probaron las hermanastras, y aunque hicieron toda clase de esfuerzos, no lograron meter su pie en él. Cuando llegó el turno de Cenicienta se echaron a reír, y hasta dijeron que no hacía falta que se lo probara porque de ninguna forma podía ser ella la princesa que buscaban. Pero Cenicienta se lo probó y el zapatito le quedó perfecto.

De modo que Cenicienta y el príncipe se casaron y fueron muy felices y la joven volvió a demostrar su bondad perdonando a sus hermanastras y casándolas con dos señores de la corte.

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Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.