Cuentos para dormir a niños de 9 a 10 años

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana
Tiempo de lectura: 28 min.

Leer antes de dormir es mucho más que una rutina nocturna: es un puente afectivo entre padres e hijos, una pausa en el día para compartir historias, emociones y silencios.

Escuchar una historia antes de cerrar los ojos ayuda a los niños a procesar el día, a ordenar sus emociones y a prepararse para el descanso con calma y seguridad.

1. El niño que no quería tener sombra

Niño y su sombra

Lucas era un niño como cualquier otro, salvo por una pequeña diferencia: odiaba su sombra. Le parecía oscura, pegajosa, siempre detrás suyo como un espía silencioso. Cada vez que salía al sol, trataba de pisarla o esconderla bajo una banca.

—¡Déjame en paz! — le decía en voz baja.

Una noche, mientras leía a la luz de su lámpara, algo extraño sucedió. La sombra se despegó del suelo. Primero los pies, luego las piernas, hasta que se quedó de pie frente a él, como un espejo negro.

—Estoy cansada de que me trates mal — dijo con voz grave —. Me voy.

Y desapareció por la ventana.

Al principio, Lucas sintió alivio. Ya no tenía que verla en las paredes ni en el suelo. Pero muy pronto se dio cuenta de que algo no estaba bien. Sin sombra, los otros niños lo veían raro.

—¡Pareces un dibujo mal hecho! — se burlaron algunos.

Además, los árboles no lo protegían del sol, porque la sombra no podía avisarle si el sol estaba muy fuerte. Su mamá incluso se preocupó:

—¿Estás enfermo? ¡No haces sombra!

Lucas entendió que su sombra no era una molestia, sino una parte suya. Esa noche salió a buscarla. La encontró en el parque, sentada en una banca, mirando las estrellas.

—Lo siento — le dijo —. Me porté como un tonto.

La sombra lo miró, cruzó los brazos y luego sonrió. Sin decir nada, volvió a unirse a sus pies. Desde entonces, Lucas nunca más la maltrató. Incluso, a veces, la saludaba.

—Hola, compañera oscura.

Este cuento trata con humor y fantasía una reflexión sobre aceptar todas las partes de uno mismo, incluso aquellas que no nos gustan o que no entendemos bien.

Se trata de una una metáfora sobre la identidad, la integración y el respeto a lo que nos hace únicos.

2. El calcetín que se perdió a propósito

Cacetín

Nadie entendía por qué siempre desaparecía un calcetín después del lavado. Pero en casa de los hermanos Juan y Matías, esto ocurría todos los lunes. El culpable era Calcetín Izquierdo, un tejido rayado de color azul que simplemente estaba aburrido de su rutina.

—Siempre en los pies, siempre encerrado en un zapato. ¿Y el arte? ¿Y la aventura? — decía mientras planeaba su escape.

Una mañana, cuando salió de la secadora, se lanzó al suelo rodando y se metió bajo el sofá. Allí encontró otros objetos perdidos: un lápiz mordido, una ficha de dominó y hasta un control remoto que todos daban por desaparecido.

—¡Bienvenido al Club de los Olvidados! — le dijeron.

Al principio fue divertido. Pero pronto Calcetín Izquierdo notó algo extraño: nadie hablaba del presente, sólo del pasado. Todos estaban llenos de polvo, soledad y telarañas.

—¿Y si me extrañan allá afuera? — se preguntó.

Así que una noche, cuando nadie miraba, volvió a la canasta de ropa sucia.

Juan lo encontró y exclamó:

—¡Sabía que volverías! ¡Mi calcetín favorito!

Y desde entonces, aunque a veces le gustaba hacer una escapadita corta, Calcetín Izquierdo entendió que su lugar también tenía magia, aunque oliera a pie.

Aquí se alude al deseo de independencia y la búsqueda de identidad, algo que comienza a surgir en la niñez mayor. Con ello, se explora el valor de pertenecer, de ser útil y querido, incluso si el rol parece pequeño. Todos necesitan sentir que son parte de algo, aunque a veces quieran huir por curiosidad o cansancio.

3. El club secreto de los libros que no se prestan

Estantería

En la Biblioteca 42 había una sección que nadie visitaba: el estante de los libros que nadie quería leer. Allí vivían novelas sin color, enciclopedias olvidadas y una colección de poesía sobre insectos.

—Nos están dejando morir en silencio — dijo la novela Romance entre robots con tono dramático.

Hasta que una noche, decidieron fundar el Club Secreto de los Libros No Prestados. Su misión: hacerse irresistibles.

La enciclopedia aprendió a rimar. El diccionario se disfrazó de novela de acción y la poesía de insectos fue reescrita como Bichos con espadas.

Cuando llegó la feria del libro, un niño curioso se perdió entre los pasillos y llegó a ese estante. Los libros brillaron, temblaron, ¡y uno cayó a sus pies!

Romance entre robots… suena raro, pero me gusta —dijo y lo sacó con su tarjeta.

Desde entonces, el Club no desapareció, pero sí cambió de nombre: ahora eran Los Libros Redescubiertos y cada uno, tarde o temprano, encontraba su lector ideal.

Este relato recuerda que todos tienen algo que ofrecer, aunque parezcan pasados de moda o distintos a lo que el mundo valora en ese momento.

También destaca el poder de la imaginación, de la reinvención y la importancia de que cada historia, como cada persona, puede encontrar su momento y su lugar.

4. La vaca que mugía en inglés

Vaca

Margarita era una vaca común, con manchas negras, un gusto desmedido por las zanahorias y una voz que no encajaba en la granja.

—Moo, moo —decía.

—¿Qué le pasa a tu mugido? —preguntaba el gallo.

—¡Eso no es mugir! ¡Eso es muginglish! —bromeaban las ovejas.

Margarita había aprendido inglés con los hijos del granjero que veían caricaturas todo el día. Y ahora no quería dejar de practicarlo.

—I am Margarita, the cow —decía en las mañanas mientras los demás rumiaban en paz.

El resto de los animales se burlaba, hasta que un día, un grupo de turistas estadounidenses llegó a visitar la granja. Uno de los niños se acercó al corral y Margarita soltó su mejor inglés:

—Welcome! I am the friendliest cow in town!

El niño la miró sorprendido y, entre risas, los visitantes comenzaron a sacarse fotos con ella. Margarita se volvió famosa y hasta tuvo una cuenta en MooTube.

Desde entonces, todos en la granja quisieron aprender idiomas. Incluso el cerdo trató de gruñir en francés.

Aquí se plantea que lo que parece raro o fuera de lugar puede volverse una fortaleza si se le da el contexto correcto. Con ello, fomenta el valor de ser auténtico, de aprender cosas nuevas y de no avergonzarse por ser diferente.

Es importante señalar que introduce, con humor, la idea de la diversidad cultural y la importancia de los idiomas.

5. La valiente del décimo piso

edificio

Camila vivía en un edificio altísimo. Todos los días bajaba por el ascensor, saludaba al portero y salía al colegio. Pero había un problema: tenía pánico a las alturas. No podía mirar por la ventana, ni pararse cerca del balcón, ni asomarse en los puentes.

Lo curioso es que todos creían que Camila era muy valiente. Había salvado a un gato atrapado en una reja, había defendido a un compañero del bullying y una vez ayudó a apagar un fuego en la cocina de su abuela.

Pero nadie sabía de su miedo más profundo.

Un día, se declaró concurso de cometas en la azotea del edificio. Camila quería participar: había construido una cometa en forma de dragón rojo con alas plateadas. Pero… eso implicaba subir a la cima.

—Puedo hacerlo —se dijo. Pero sus piernas no opinaban lo mismo.

La tarde del concurso subió con su cometa y con una bufanda atada al cuello como capa. Cuando llegó al borde, las manos le temblaban. Dio un paso atrás. Respiró hondo. Cerró los ojos. Y dio uno adelante.

Su dragón voló alto, con el viento en la cola.

Todos aplaudieron. Pero Camila no escuchaba. Estaba demasiado ocupada sonriendo.

Desde entonces, cada vez que miraba hacia abajo y el miedo volvía, pensaba:

—Si pude una vez, puedo otra vez.

Aquí se destaca que la valentía no es la ausencia de miedo, sino la decisión de enfrentarlo. Camila es un ejemplo de cómo se puede ser valiente de muchas formas, pues quienes parecen fuertes también luchan con temores internos.

Es un mensaje poderoso para niños que comienzan a reconocer sus emociones más complejas.

6. El robot jardinero y el girasol terco

Girasol

En un futuro no muy lejano, los jardines ya no eran cuidados por humanos, sino por robots. Uno de ellos se llamaba J-16, experto en poda, riego y compostaje. Todo lo hacía perfecto... menos con un girasol llamado Gira.

Gira era testarudo, crecía torcido, no quería seguir el patrón exacto de las demás flores y no respondía bien a los fertilizantes.

—Este girasol es defectuoso — dijo J-16.

Intentó todo: ajustar el PH del suelo, rotar su posición, hasta ponerle música clásica (porque eso decía una vieja base de datos). Nada funcionaba.

Pero una noche, J-16 analizó algo nuevo: sus propios registros de fallos. Se dio cuenta de que Gira no estaba mal, sólo era diferente. Mientras las otras flores se alineaban hacia el sol, Gira se inclinaba hacia el reflejo de un charco. Mientras todas florecían en primavera, él lo hacía en otoño.

—No es un error. Es... una excepción.

Así que J-16 dejó de corregirlo y empezó a observarlo. Con el tiempo, Gira se volvió famoso entre los visitantes del jardín, porque su flor dorada florecía justo cuando todas las demás dormían.

J-16 anotó la conclusión en su sistema: “Excepciones inesperadas enriquecen la belleza del mundo”.

La historia enseña que lo diferente no siempre está mal. A menudo se valora la uniformidad, pero las variaciones son las que generan belleza, diversidad e, incluso, progreso.

A través de una relación entre un robot lógico y una flor terca, se muestra cómo la apertura a lo nuevo puede ampliar la comprensión del mundo.

7. El dragón que coleccionaba paraguas

Dragón

En lo alto de una montaña vivía un dragón muy particular. No acumulaba oro ni joyas. Su cueva estaba repleta de paraguas: grandes, pequeños, de lunares, con orejas de gato, incluso uno que olía a menta.

Los aldeanos no sabían para qué los quería, pero todos estaban seguros de algo: era mejor no molestar al dragón.

Una tarde lluviosa, una niña llamada Eva subió a la montaña con su paraguas roto. Quería saber por qué aquel dragón tenía tantos. Cuando llegó, encontró al dragón limpiando uno rojo con encaje.

—¿Por qué coleccionas paraguas? —preguntó.

El dragón se sorprendió. Nadie le hablaba así desde hacía siglos.

—Porque me recuerdan a la lluvia... y la lluvia me recuerda que hasta las llamas necesitan descanso.

Eva no entendió del todo, pero le pareció poético. El dragón, por primera vez, le regaló un paraguas.

—Este es para ti. Se abre cuando estás triste.

Desde entonces, Eva visitaba al dragón todos los inviernos. Y cada vez, salía con un nuevo paraguas y una historia mágica.

El cuento habla del poder de los objetos aparentemente simples, como los paraguas, para guardar emociones, recuerdos o poesía.

Asimismo, invita a no juzgar a alguien sólo por su apariencia o fama. A veces, los seres más temidos esconden ternura, y los objetos más comunes, significado.

8. El semáforo que se cansó

Semáforo

En la esquina de la Avenida Principal con Calle Luna, había un semáforo que trabajaba sin descanso desde hacía más de veinte años. Lo llamaban Roji. Día tras día, noche tras noche, cambiaba sus luces en orden perfecto: verde, amarillo, rojo, verde otra vez.

Nunca se equivocaba. Nunca se quejaba. Hasta que un día… lo hizo.

—¡Estoy harto! —gritó en rojo brillante—. ¡Nadie me dice gracias! ¡Nadie se detiene a ver si estoy bien! ¡No soy más que luces y cables!

Y ese día, Roji no cambió a verde. Los autos comenzaron a tocar la bocina. La gente se bajaba confundida. Un policía intentó dirigir el tráfico, pero todo era un caos.

Desde su poste, Roji miró el desastre. Pensó que todos entenderían su punto, que alguien se acercaría a preguntarle qué sentía. Pero nadie lo hizo. Sólo estaban enojados.

Esa noche, una niña llamada Alicia pasó caminando y vio el semáforo apagado. Se detuvo, lo miró y le dijo:

—Gracias por cuidarnos. Mi abuelita dice que sin ti, las ciudades serían selvas con motores.

Roji no contestó, pero una pequeña chispa se encendió en su interior. Al día siguiente, volvió a trabajar. No porque todos lo entendieran, sino porque alguien lo había visto.

Aquí se reflexiona sobre la necesidad de ser valorado, incluso en roles que parecen mecánicos o insignificantes. Roji representa a todas esas personas - y trabajos - que muchas veces se dan por sentados.

También muestra cómo un solo gesto de gratitud puede cambiarlo todo. Es una invitación a mirar más allá de lo evidente y a reconocer el valor de lo cotidiano.

9. El abrigo que contaba secretos

Abrigo de invierno

Lucía odiaba el invierno. No le gustaban los dedos fríos, las bufandas que picaban ni los días grises en que parecía que el sol se había quedado dormido. Pero lo que más odiaba era su abrigo. Era grande, pesado y siempre le hacía cosquillas en el cuello.

—Este abrigo huele a viejo —protestaba cada vez que su madre se lo daba.

—Era de tu bisabuela. Es especial —le respondía siempre.

Lucía no le creía… hasta que una mañana helada ocurrió algo extraño. Caminaba sola hacia la escuela, con el abrigo puesto y el gorro calado hasta las cejas, cuando escuchó una voz.

—Yo sé cosas —susurró el abrigo.

Lucía se detuvo. Se miró los bolsillos. Nada. Miró alrededor. Nadie. Solo el crujido de las hojas secas.

—Aquí. Yo, tu abrigo. No te asustes.

—¿Estás hablando conmigo?

—Contigo y con el viento. Pero sobre todo contigo. Sé secretos del mundo.

Lucía pensó que tal vez se había vuelto loca por el frío. Pero decidió seguir caminando.

—¿Qué secretos sabes?

—Sé por qué los perros ladran en sueños. Sé qué árbol te da sombra cuando nadie más lo hace. Y sé que el profesor de historia tiene una manía de coleccionar cucharitas.

Durante toda la caminata, el abrigo le contó cosas. Nada importante, pero todo fascinante. Le habló del banco del parque que chilla solo cuando se sienta alguien triste. Le habló de una nube que nunca cambia de forma. Le habló de su bisabuela, que había usado ese mismo abrigo para esconder cartas de amor en el forro.

Al llegar a la escuela, Lucía se quitó el abrigo. Por un momento pensó en dejarlo colgado lejos de su mochila. Pero luego lo dobló con cuidado y le susurró:

—Gracias.

Desde ese día, el invierno no le pareció tan terrible. Porque había algo cálido escondido en la lana: un mundo que sólo hablaba si uno sabía escuchar.

Este cuento invita a descubrir magia en los objetos cotidianos y a valorar las herencias que pasan de generación en generación.

A través del abrigo, se transmite la idea de que incluso lo que parece viejo o incómodo puede guardar historias, ternura y una conexión profunda con el pasado.

También resalta el poder de la escucha y de mirar el mundo con curiosidad, incluso en los días más fríos.

10. El astronauta que odiaba el silencio

Atronauta

Hugo era un astronauta experimentado. Había orbitado la Tierra doce veces, puesto sondas en Marte y hasta saludado a un satélite japonés. Pero había algo que no soportaba del espacio: el silencio.

Allá arriba, el universo es mudo. No hay viento, ni pájaros, ni voces. Sólo el zumbido del traje y el sonido de la propia respiración. Para Hugo, que amaba los conciertos, las charlas ruidosas y los perros ladrando, ese silencio era insoportable.

Durante una misión de 48 horas en una cápsula espacial, el silencio se volvió tan pesado que comenzó a hablarle a sus herramientas.

—¿Cómo estás hoy, llave inglesa? ¿Todo bien, destornillador?

No obtuvo respuesta, claro. Hasta que algo extraño ocurrió. En la pantalla apareció un mensaje:

"Hola, Hugo."

Pensó que era una broma del equipo en Tierra. Pero no. La señal venía del satélite más viejo aún en funcionamiento: el Sputnik 1.

—¿Tú me hablaste?

"Sí. Llevo años escuchando. Y tú eres el primero en hablarme."

Hugo pasó el resto de la misión conversando con el satélite. No eran charlas profundas: hablaban de música, de estrellas fugaces, de lo que echaban de menos. Al volver a la Tierra, Hugo no volvió a quejarse del silencio.

Entendió que el silencio no siempre es vacío. A veces, solo está esperando que alguien lo escuche.

La historia plantea una reflexión sobre la soledad, la comunicación y la escucha. El silencio puede ser abrumador, pero también puede ser un espacio de conexión y descubrimiento si se lo enfrenta con curiosidad.

Con ello, se presenta una dimensión poética en imaginar que incluso los objetos olvidados del espacio pueden tener algo que decir si se les da la oportunidad.

11. El mapa del miedo

Mapa

Daniel era un niño curioso, pero también precavido. Tenía una libreta donde anotaba todo lo que le daba miedo: arañas, payasos, ascensores, hablar en público, globos que podían explotar y más.

Una tarde, mientras ordenaba su habitación, encontró un mapa antiguo entre los libros de su abuelo. Era de papel grueso, con bordes quemados y manchas que parecían lágrimas. En una esquina decía: “Mapa del Miedo. Sólo para valientes”.

—¿Qué es esto? —murmuró.

Cada punto del mapa marcaba un lugar conocido: su escuela, la plaza, el hospital, el teatro, el parque de diversiones. Pero cada lugar tenía escrito un tipo de miedo: miedo al ridículo, miedo al dolor, miedo a no ser suficiente.

Intrigado, Daniel decidió seguir el mapa. Lo primero fue ir al teatro escolar, donde una vez se trabó al recitar un poema.

Subió al escenario vacío, con el corazón palpitando. Se aclaró la voz y, aunque no había nadie, recitó el poema completo, esta vez con seguridad. Al terminar, algo extraño ocurrió: la palabra “ridículo” desapareció del mapa.

Al día siguiente, fue al parque. Se acercó al tobogán gigante que evitaba desde el verano pasado. Cerró los ojos y se lanzó. Volvió a abrir el mapa: otra palabra se había borrado.

Día tras día, fue tachando miedos del mapa, uno a uno, hasta que solo quedó uno: “miedo a no tener miedo”.

—¿Y si un día ya no me asusto de nada? ¿Y si dejo de cuidarme?

Fue entonces cuando entendió el mensaje del mapa: el miedo no siempre es el enemigo. Es una brújula que señala los límites que podemos superar, pero también los que debemos respetar.

Daniel guardó el mapa en una caja. Ya no necesitaba borrarlo por completo. Solo necesitaba saber leerlo mejor.

Este cuento propone una mirada equilibrada sobre el miedo: no como algo que hay que eliminar por completo, sino como una herramienta que, bien entendida, puede ayudar a crecer.

Así, invita a dejar de ver el miedo como señal de debilidad. Puede ser un mapa que muestra los desafíos que se pueden enfrentar con coraje y autoconocimiento.

De este modo, ofrece a los niños una metáfora concreta y poderosa para procesar sus propias inseguridades.

12. El despertador que quería dormir

Despertador

Había una vez un despertador llamado Tic Tac, que vivía en la mesita de noche de un niño llamado Nicolás.

Cada mañana, justo a las 6:30, Tic Tac tenía que sonar con fuerza para despertarlo y que no llegara tarde al colegio. Lo hacía sin falta, aunque no le gustaba nada.

—¡Riiing! ¡Riiing! ¡Despierta, Nico! —gritaba cada día con su timbre metálico.

Pero Tic Tac tenía un sueño: quería dormir. ¡Dormir toda la noche! Soñaba con nubes de algodón, con ovejas que saltan vallas y con no tener que gritar jamás.

Una noche, harto de no descansar, Tic Tac se rebeló. Justo antes de sonar, apagó su alarma.

—Hoy no voy a despertar a nadie —dijo, cubriéndose con una servilleta como si fuera una cobija.

A la mañana siguiente, Nicolás no se despertó. Llegó tarde al colegio, se perdió una prueba de matemáticas y su mamá no paraba de buscar culpables.

—¡Pero si puse la alarma! —decía Nicolás confundido.

Tic Tac se sintió un poco culpable, pero también feliz. Había dormido toda la noche por primera vez desde que lo ensamblaron en la fábrica.

Al día siguiente, hizo lo mismo. Nicolás volvió a llegar tarde, perdió el autobús escolar y se olvidó de llevar su tarea. Ya no era divertido para Tic Tac. Ver al chico frustrado lo hacía sentir peor que estar cansado.

Aquella noche, Tic Tac se miró en el reflejo de la lámpara y dijo:

—Tal vez nací para sonar, y eso está bien.

Desde entonces, Tic Tac volvió a sonar cada mañana. Pero Nicolás, que ya sospechaba que su despertador estaba cansado, le agradecía cada día:

—¡Gracias por despertarme, amigo!

Y algunas tardes, cuando no había colegio, Nico le dejaba dormir hasta el mediodía.

Este cuento se refiere a la importancia de asumir las responsabilidades, incluso cuando a veces sería más cómodo hacer lo contrario.

También muestra cómo el reconocimiento y la empatía pueden hacer que las tareas cotidianas sean más llevaderas. Tic Tac aprende que su propósito tiene valor y Nicolás comprende que hasta los objetos necesitan cuidado.

A través del humor y la ternura, la historia enseña que todos cumplen un rol importante y que el aprecio mutuo hace la diferencia.

13. La bicicleta cuántica del profesor Pelusa

Bicicleta

El profesor Pelusa no era ni alto, ni musculoso, ni muy ordenado. Pero sí era el científico más excéntrico de la ciudad. Tenía un bigote que parecía antena y una risa que recordaba a una tetera hirviendo.

Un día, decidió inventar algo extraordinario: una bicicleta cuántica.

—¡Una bicicleta que puede estar en dos lugares al mismo tiempo! —gritó emocionado.

Después de semanas de planos, cables, energía solar y un casco con orejas de conejo (nadie supo por qué), la bicicleta estuvo lista. La llamó "Bicicleta Schrödinger".

El experimento era simple: pedalearla hacia la plaza y, al mismo tiempo, hacia la panadería.

El profesor subió, activó el botón cuántico y... ¡ZAS! La bicicleta desapareció.

Minutos después, dos cosas ocurrieron: en la plaza, un niño vio pasar al profesor Pelusa saludando con una rosa en la boca. En la panadería, otro cliente lo vio comprando medialunas.

Cuando volvió al laboratorio, el profesor estaba tan confundido como feliz.

—¡Funciona! ¡Funciono! ¡Funcionamos! —gritó él (o sus copias).

Pero descubrió algo extraño: ya no estaba seguro de si era el original.

—¿Y si soy la copia? —se preguntaba mientras comía una medialuna.

Al final, anotó en su cuaderno: “La ciencia es asombrosa… pero a veces da dolor de cabeza”.

Guardó la bicicleta en un cuarto, la cerró con siete llaves y escribió un cartel:

“Usar solo en caso de emergencia o antojo de medialunas”.

La historia mezcla humor, ciencia y paradojas cuánticas de forma lúdica para acercar a los niños a conceptos complejos sin dejar de entretener.

De esta manera, recuerda que la curiosidad es el motor de la ciencia, pero también que algunas preguntas no tienen respuestas simples. A través del profesor Pelusa, se celebra el pensamiento creativo, los errores divertidos y el valor de atreverse a experimentar.

14. El espejo que no reflejaba a cualquiera

Espejo

En una antigua tienda de antigüedades había un espejo muy particular. Era alto, de marco dorado y tenía una superficie tan clara que parecía agua quieta. Pero no reflejaba a cualquiera.

—Sólo muestro lo que las personas son de verdad —decía en voz baja cuando nadie lo miraba.

A veces, cuando un cliente se paraba frente a él, el espejo reflejaba una imagen muy diferente. A un hombre elegante lo mostró como un niño asustado. A una señora sonriente la devolvió llorando. Muchos se alejaban incómodos. Otros rompían en llanto.

Un día, llegó un niño con la cara sucia y las rodillas raspadas. Se paró frente al espejo y este mostró... un rey. No con corona ni capa, sino con ojos valientes y un corazón encendido.

—¿Eso soy yo? —preguntó el niño.

—Eso puedes ser —respondió el espejo, sólo para él.

El niño se fue, sin decir nada, pero algo en su forma de caminar había cambiado.

Con el tiempo, la tienda cerró. El espejo fue donado a una escuela. Allí sigue colgado, en un rincón del pasillo, esperando a quienes se atreven a mirarse de verdad.

Este cuento propone una mirada interior: el espejo no refleja la apariencia, sino la esencia. Es una metáfora sobre conocerse a uno mismo, más allá de lo que mostramos.

De igual manera, plantea que la identidad es múltiple y, a veces, sólo alguien que vea más allá de lo obvio puede ayudarnos a descubrir quiénes somos o en quiénes podemos convertirnos.

15. Cuando el viento aprendió a quedarse quieto

Viento

En un pueblo rodeado de colinas verdes, vivía un niño llamado Lino que amaba escuchar el viento. Le parecía que el viento tenía muchas voces: a veces era una canción suave, otras un grito salvaje y otras apenas un susurro que acariciaba los árboles.

—El viento es como un cuento que nunca termina —le decía a su abuela.

Pero una mañana, el viento no llegó.

No movió las ramas, no agitó la ropa en los tendederos, no empujó las nubes. Todo estaba en silencio. Tan en silencio, que la gente comenzó a hablar en voz baja, como si gritar fuera a romper algo sagrado.

Lino se preocupó. Subió a la colina más alta y gritó:

—¡Viento! ¿Dónde estás?

Nada.

Durante días, no hubo brisa. La cometa de Lino quedó inmóvil. Las hojas caídas no rodaban. Los molinos se detuvieron. Algunos decían que el viento se había cansado. Otros, que había ido a otro lugar del mundo.

Pero Lino no creyó eso. Él sabía que el viento era libre, pero también curioso.

Así que decidió escribirle una carta. No en papel, sino en su voz. Cada tarde, salía a la colina y hablaba:

—Hoy plantamos un girasol. Habrías movido sus pétalos como haces con el pelo de mamá.

—Hoy llovió sin tu compañía. Fue raro.

—Te extraño.

Una noche, mientras dormía, una suave corriente entró por su ventana. Era apenas un aliento, como si alguien susurrara "gracias" desde muy lejos.

Al amanecer, todo volvió a moverse. No con fuerza, sino con una ternura nueva. El viento no volvió igual. Volvió más tranquilo, como si también hubiera aprendido que no siempre hay que correr. Que a veces, quedarse quieto también es una forma de estar.

Aquí se invita a pensar en el valor del silencio, de la pausa y del cuidado por lo invisible. A través de una historia poética, Lino recuerda que no todo lo importante es visible o constante.

A veces, aquello que se cree perdido simplemente está tomando aire. De igual forma, la historia se refiere a la empatía y la paciencia que a veces se requiere para que las cosas vuelvan a su ritmo.

Ver también:

Catalina Arancibia Durán
Catalina Arancibia Durán
Máster en Literatura Española e Hispanoamericana. Diplomada en Teoría y Crítica de Cine. Profesora de talleres literarios y correctora de estilo.